lunes, 29 de enero de 2024

Capítulo 1. Principio 29: Los milagros alaban a Dios a través de ti.


PRINCIPIO 29

Los milagros alaban a Dios a través de ti. Lo alaban al honrar a Sus creaciones, afirmando así la perfección de las mismas. Curan porque niegan la identificación con el cuerpo y afirman la identificación con el espíritu.


Debo reconocer, que siempre me he preguntado ¿cuál sería la manera más acertada de dirigirme a Dios? Reconozco que actualmente, en este sentido, soy poco ortodoxo, si bien en otras ocasiones he practicado el ritual. A medida en que mi mente se va sanando y mi visión sustituye la separación por la unidad, mi “diálogo” con É,l va perdiendo formulismo y se torna más directo. Deja de ser una búsqueda externa para convertirse en un encuentro íntimo y universal.

El Principio que hoy abordamos, nos ofrece la oportunidad de analizar este aspecto en la forma de la alabanza. Veamos qué nos aporta Un Curso de Milagros sobre este particular:

La Biblia afirma repetidamente que debes alabar a Dios. Esto no quiere decir que debas decirle cuán maravilloso es. Dios no tiene un ego con el que aceptar tal alabanza, ni percepción con qué juzgarla. Pero a menos que desempeñes el papel que te corresponde en la creación, Su gozo no será total porque el tuyo no lo es. Y Él ciertamente sabe esto. Lo sabe en Su Propio Ser y en la experiencia que Su Ser tiene de la experiencia del Hijo. El constante fluir de Su Amor se obstruye cuando Sus canales están cerrados, y se siente solo cuando las mentes que Él creó no se comunican plenamente con Él” (T-4.VII.6:1-7).

De lo anterior, podemos deducir, que la mejor manera de elevar nuestras alabanzas a Dios es desempeñar el papel que nos corresponde en la creación. Como bien expresa la Lección 99 del Libro de Ejercicios, la Salvación es mi única función aquí. La Salvación y el perdón son lo mismo.

Si continuamos desarrollando el contenido del Curso, nos encontramos con la siguiente reflexión:

Dios es alabado cada vez que una mente aprende a ser comple­tamente servicial. Esto, sin embargo, es imposible, a menos que también aprenda a ser completamente inofensiva, pues ambas creencias tienen que coexistir. Los que son verdaderamente servi­ciales son a su vez invulnerables porque no protegen a sus egos, y, por lo tanto, nada puede hacerles daño. Su espíritu servicial es la manera en que alaban a Dios, y Él les devolverá las alabanzas que le hagan porque ellos son como Él, y pueden regocijarse juntos. Dios se extiende hasta ellos y a través de ellos, y cunde una gran alegría por todo el Reino. Cada mente que ha sido transformada contribuye a aumentar esta alegría al estar individualmente dis­puesta a compartirla. Los verdaderamente serviciales son los obradores de milagros de Dios, a quienes yo dirijo hasta que este­mos todos unidos en el júbilo del Reino. Yo te dirigiré allí donde puedas ser verdaderamente servicial, y a quien pueda seguir mi dirección a través de ti” (T-4.VII.8:1-8).

La capacidad de servicio está estrechamente vinculada con el desapego y con la mente correcta, pues dicha mente nos permite ver la realidad de lo que somos, lo que nos lleva a abandonar la identificación con el cuerpo, principal baluarte del ego.
La actitud servicial, es una actitud amorosa y exenta de juicio condenatorio. Dicha condición favorece el estado de purificación previo a la experiencia espiritual de la resurrección.

Nos enseña el Curso que, "el Creador no puede ser alabado sin Su Hijo, pues Ambos comparten la gloria y a Ambos se les glorifica juntos" (T-11.IV.5:8). Es la aceptación de la compleción de la Filiación lo que nos hace compartir la gloria con el Creador.

Esta afirmación, nos plantea una importante reflexión: ¿Cómo amamos al resto de la Filiación?

No puedes amar sólo a algunas partes de la realidad y al mismo tiempo entender el significado del amor. Si amases de manera distinta de como ama Dios, Quien no sabe lo que es el amor espe­cial, ¿cómo ibas a poder entender lo que es el amor? Creer que las relaciones especiales, con un amor especial, pueden ofrecerte la sal­vación, es creer que la separación es la salvación. Pues la salva­ción radica en la perfecta igualdad de la Expiación. ¿Cómo puedes pensar que ciertos aspectos especiales de la Filiación pue­den ofrecerte más que otros? El pasado te ha enseñado esto. Mas el instante santo te enseña que eso, no es así" (T-15.V.3:1-7).

"Todas las relaciones especiales contienen elementos de miedo en ellas debido a la culpabilidad. Por eso es por lo que están sujetas a tantos cambios y variaciones. No se basan exclusiva­mente en el amor inmutable. Y allí donde el miedo ha hecho acto de presencia no se puede contar con el amor, pues ha dejado de ser perfecto” (T-15.V.4:1-4).

No entraremos a analizar en profundizar el significado que encierra la “relación especial”, pues considero que este tema nos invita a dedicarle un capítulo en exclusividad, pero me gustaría reseñar una idea que considero esencial: “Creer que las relaciones especiales, con un amor especial, pueden ofrecerte la sal­vación, es creer que la separación es la salvación” (T-15.V.3:3). Ahí lo dejo.

“Más allá de la débil atracción que la relación de amor especial ejerce, y empañada siempre por ella, se encuentra la poderosa atracción que el Padre ejerce sobre Su Hijo. Ningún otro amor puede satisfacerte porque no hay ningún otro amor. Ése es el único amor que se da plenamente y que es plenamente correspondido. Puesto que goza de plenitud, no pide nada. Puesto que es totalmente puro, todos los que se unen a él lo tienen todo. Esto no es así en ninguna relación que el ego entabla. Pues toda relación que el ego entabla es siempre especial.” (T-15.VII.1:1-7).

Nos indica el Curso que, "la relación de amor especial es el arma principal del ego para impedir que lleguemos al Cielo" (T-16.V.2:3). 

"En la relación especial -nacida del deseo oculto de que Dios nos ame con un amor especial- es donde triunfa el odio del ego. Pues la relación especial es la renuncia al Amor de Dios y el intento de asegurar para uno mismo la condición de ser especial que Él nos negó. Es esencial para la supervivencia del ego que creamos que el especialismo no es el infierno, sino el Cielo. Pues el ego jamás querría que viésemos que lo único que la separación con­lleva son pérdidas, al ser la única condición en la que el Cielo no puede existir" (T-16.V.4:1-4).

En el título del Principio que estamos estudiando, se recoge: "Curan porque niegan la identificación con el cuerpo y afirman la identificación con el espíritu." Esta idea es igual a la que expone el Principio 17, “Los milagros trascienden el cuerpo”. Decíamos al desarrollar este Principio: Lo primero que tenemos que saber, es que Dios no creó el cuerpo porque el cuerpo es destructible, y, por consiguiente, no forma parte del Reino. Sin embargo, el cuerpo es el símbolo de lo que creemos ser. Al ser un  mecanismo de separación, podemos decir que no existe. A pesar de ello, el  Espíritu Santo, en la función que tiene encomendada dentro del sueño, utiliza nuestra creencia y logra que el cuerpo se  utilice como un recurso de aprendi­zaje.  El cuerpo no es real pero la mente sí lo es. La mente puede curar al cuerpo, pero el cuerpo no puede curar a la mente, lo que nos lleva a determinar que la mente tiene que ser más fuerte que el cuerpo. Nos revela el Curso que todo milagro es una demostración de esto” (T-6.V.A.2:1-7).

Existe una preocupación muy común en los estudiantes de Un Curso de Milagros, cuando tienen que asimilar la idea de que el cuerpo no es real. Se cuestionan cómo deben actuar cuando la vida los lleve a situaciones en las que el sufrimiento, el dolor, la enfermedad, se hacen patentes. Si el cuerpo no es real, ¿dejamos de ser insensibles a estas cuestiones?

Comparto la respuesta que Kenneth Wapnick nos dejó sobre esta cuestión:

“Hay una manera de mirar que plantea el Curso, la cual es como una doble visión. Usted no niega lo que ven sus ojos; no niega que alguien sufra dolor físico o que alguien tenga una necesidad o lo que sea. Pero al mismo tiempo, usted también se percata de que lo que ve es un pedido de ayuda. Eso es lo que Un curso en milagros llama el Juicio del Espíritu Santo (T-12.I): que la enfermedad y el dolor o la ira y el ataque, lo que sea que haya hecho la persona, es realmente un pedido de ayuda y una expresión de que esa persona está identificada con su ego.
Usted le dice al Espíritu Santo o a Jesús o a quienquiera que usted sienta que le habla: ¿Qué quieres que haga? Si usted cree que empieza a sentirse perturbado por el problema de la persona, en cualquier nivel que sea, antes de pedirle a El qué debe hacer, debe pedirle ayuda para sanar su percepción. Eso es lo que quiere decir con "la única oración que tiene sentido es la del perdón" (T-3.V.6:3). Usted le pide primero que lo ayude a cambiar de la manera de mirar del ego a la manera de mirar de Él, y luego dice: "¿Qué quieres que haga? ¿Cuál sería mi más amorosa forma de actuar en este momento?" Y entonces lo lleva a cabo. Primero usted trata de percatarse de su propia interferencia. Repito, bien sea que la enfermedad de alguien suscite mucha compasión en usted, culpa, dolor, agravio, o que las características del comportamiento de alguien le causen mucha ira -es por eso que usted pide ayuda. Y entonces dice: "¿Qué sería lo más amoroso que puedo hacer? ¿Qué quieres que haga?" Cualesquiera palabras que quiera usar están bien, pero ciertamente usted no niega lo que ve. Esto no es un curso de negación. De hecho, el texto dice, en un pasaje que leí antes, que es casi imposible negar la experiencia física en este mundo. No sugiere que lo hagamos, porque la línea siguiente dice que ésta es una forma de negación particularmente inútil (T-2.IV 3:8-11)”.

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