domingo, 7 de enero de 2024

Capítulo 1. Principio 7: Todo el mundo tiene derecho a los milagros, pero antes es necesario una purificación.

PRINCIPIO 7

Todo el mundo tiene derecho a los milagros, pero antes es necesario una purificación.


La afirmación de este Principio, viene a confirmar cuál es nuestra verdadera identidad.

Cuando se hace referencia a los milagros, no se está refiriendo a la magia con la que se encuentra identificado el ego y con la que ha fabricado todo un repertorio de hechos ilusorios con los que trata de hacer frente al mundo demente en el que sueña estar.

Es necesario tener claro que cuando el Curso hace alusión al milagro establece su procedencia en la condición divina de la que somos portadores. Ser Hijo de Dios, creado a Su Imagen y Semejanza, nos convierte en legítimo herederos de Sus Atributos y de S0u Condición. El milagro forma parte de esa Condición y esa es la razón por la que tenemos derecho a él.

En cambio, no podemos llamar milagro, a las prácticas mágicas utilizadas por el ego, pues, mientras que el milagro corrige la causa, el error mental, la magia trata de corregir los efectos, el cuerpo o la forma. Pero, como ya sabemos, el objetivo que persigue el ego de corregir el efecto, el cuerpo o la forma, no es real, pues el cuerpo no existe. Tan sólo existe la mente, y lo  que hay que corregir es la falsa identificación de la mente con el cuerpo, con la separación.

Como bien expresa Kenneth Wapnick, “un milagro no es abrir el Mar Rojo o caminar sobre el agua; el milagro es cambiar de la percepción del ego a la percepción del Espíritu Santo”.

El derecho a los milagros quedó establecido en la creación del Hijo de Dios y está garantizado por las leyes del Padre. Con esto queremos decir, que el milagro es un derecho de todos y no de unos cuantos. Muchas religiones restringen este “derecho” a unos cuantos, a los que eleva a la condición de santos. La única condición que debemos “recordar” es nuestra propia legitimidad espiritual y ponernos al servicio del Espíritu Santo o de Jesús.

Establece este Principio que para dar expresión al milagro tenemos previamente que realizar una purificación. Este mensaje no va dirigido al cuerpo. Ya hemos dicho que no es real. La purificación que debemos llevar a cabo es a nivel de la mente. Debemos purificar nuestros pensamientos, los que mantienen la creencia en el pecado, en la culpa, en la separación. Realmente, la purificación debe ser entendida como una rectificación que debe ser dirigida a la mente, de donde emana toda causa. 
“El milagro no hace nada. 2Lo único que hace es deshacer. 3Y de este modo, cancela la interferencia a lo que se ha hecho. 4No añade nada, sino que simplemente elimina. 5Y lo que elimina hace mucho que desapareció, pero puesto que se conserva en la memo­ria, sus efectos parecen estar teniendo lugar ahora. 6Hace mucho que este mundo desapareció. 7Los pensamientos que lo origina­ron ya no se encuentran en la mente que los concibió y los amó por un breve lapso de tiempo. 8El milagro no hace sino mostrar que el pasado ya pasó, y que lo que realmente ya pasó no puede tener efectos. 9Recordar la causa de algo tan sólo puede dar lugar a ilusiones de su presencia, pero no puede producir efectos”. (T.C28.1:1-9) 
Si la mente se identifica con lo que percibe, alimentará la creencia en el tiempo, dando valor al pasado, lo que justificará la ley de causa y efecto. La presencia del milagro en nuestra mente, nos librará de esos grilletes que nos mantienen prisionero de la ley del tiempo y que nos hace sentir culpable por nuestras acciones pasadas. El recuerdo del “pecado” es el error original que ha dado lugar al resto de los errores.

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