sábado, 27 de enero de 2024

Capítulo 1. Principio 27: Un milagro es una bendición universal de Dios...

PRINCIPIO 27 

Un milagro es una bendición universal de Dios a todos mis hermanos por mediación mía. Perdonar es el privilegio de los perdonados.


Este Principio, recoge dos aspectos que siempre me han fascinado y que ahora me ofrecen la oportunidad de analizarlos y de disfrutarlos. Me refiero a la “bendición” y a nuestro hermano en Cristo, Jesús.

Cuando adquirimos el hábito de bendecir, es señal de que aceptamos el papel que nos corresponde en el Plan de Dios para la Salvación. Nos indica este Principio, que el milagro es una bendición universal. No puede ser de otra manera. No podemos dispensar esa fuente de amor de manera discriminatoria, pues ello sería indicio de que estamos haciendo real la dualidad, la separación. La bendición debe ser siempre universal, pues nuestra condición, nuestro verdadero estado, es el de la Unidad.

"La bendición de Dios mora en todos Sus Hijos, y en nuestra bendición de ellos radica la bendición que Dios nos da a nosotros" (T-12.VII.1:6).

Cuando un hermano actúa insensatamente, te está ofreciendo una oportunidad para que lo bendigas. Su necesidad es la tuya. Tú necesitas la bendición que puedes darle. No hay manera de que tú puedas disponer de ella excepto dándola. Ésa es la ley de Dios, la cual no hace excepciones. Careces de aquello que niegas, no porque haya carencia de ello, sino porque se lo has negado a otro, y, por lo tanto, no eres consciente de ello en ti. Lo que crees ser determina tus reacciones, y lo que deseas ser es lo que crees que eres. Lo que deseas ser, entonces, determina forzosamente todas tus reacciones" (T-7.VII.2:1-8).

"No necesitas la bendición de Dios porque de ella ya dispones para siempre, pero sí necesitas la tuya propia” (T-7.VII.3:1).

Cuanta sabiduría encierran esas hermosas palabras. Difícilmente podríamos enseñar con tanta sencillez y claridad, cuál debe ser nuestro comportamiento con el mundo.

Nos indica el Curso, que, en verdad somos bendito. Mas en este mundo no nos damos cuenta de ello.

“Si eres bendito y no lo sabes, necesitas aprender que cierta­mente lo eres. El conocimiento no es algo que se pueda enseñar, pero sus condiciones se tienen que adquirir, pues eso fue lo que desechaste. Puedes aprender a bendecir; pero no puedes dar lo que no tienes. Por lo tanto, si ofreces una bendición, primero te tiene que haber llegado a ti. Y tienes también que haberla aceptado como tuya, pues, de lo contrario, ¿cómo podrías darla? Por eso es por lo que los milagros dan testimonio de que eres bendito. Si perdonas completamente es porque has abandonado la culpa­bilidad, al haber aceptado la Expiación y haberte dado cuenta de que eres inocente. ¿Cómo ibas a percatarte de lo que se ha hecho por ti, sin tú saberlo, a menos que hicieses lo que no podrías sino hacer si se hubiese hecho por ti?" (T-14.I.1:1-8).

Recurriré a continuación a uno de los libros que forma parte de Un Curso de Milagros, concretamente, el Manual del Maestro. Lo hago con la intención de compartir, dos capítulos en los cuales se hace referencia expresa al papel de Jesús-Cristo. Los transcribiré tal cual, pues considero que su contenido es una verdadera joya.

No necesitas ayuda para entrar en el Cielo, pues jamás te ausen­taste de él. Pero sí necesitas una ayuda que proceda de más allá de ti, pues te encuentras limitado por falsas creencias con res­pecto a tu Identidad, la cual sólo Dios estableció en la realidad. Los ayudantes que se te proveen varían de forma, aunque ante el altar son uno solo. Más allá de cada uno de ellos se encuentra un Pensamiento de Dios, y esto jamás ha de cambiar. Pero sus nombres difieren por un tiempo, puesto que el tiempo necesita símbolos, siendo de por sí irreal. Sus nombres son legión, pero no nos extenderemos más allá de los nombres que el curso en sí emplea. Dios no provee ayuda, pues no sabe de necesidades. Sin embargo, Él crea todos los Ayudantes que Su Hijo pueda necesitar, mientras éste siga creyendo que sus fantasías son rea­les. Dale gracias a Dios por ellos, pues son quienes te conducirán de regreso a tu hogar.

El nombre de Jesús es el nombre de uno que, siendo hombre, vio la faz de Cristo en todos sus hermanos y recordó a Dios. Al identificarse con Cristo, dejó de ser un hombre y se volvió uno con Dios. El hombre era una ilusión, pues parecía ser un ser separado que caminaba por su cuenta, dentro de un cuerpo que aparentemente mantenía a su ser separado de su Ser, como hacen todas las ilusiones. Pero ¿quién puede salvar a menos que, al ver las ilusiones, las identifique como lo que son? Jesús sigue siendo un Salvador porque vio lo falso y no lo aceptó como la verdad. Cristo necesitó su forma para poder presentarse ante los hom­bres y salvarlos de sus ilusiones.

En su completa identificación con el Cristo -el perfecto Hijo de Dios, Su única creación y Su felicidad, por siempre como Él y uno con Él- Jesús se convirtió en lo que todos vosotros no podéis sino ser. Mostró el camino para que le siguieras. Él te conduce de regreso a Dios porque vio el camino ante sí y lo siguió. Jesús hizo una clara distinción, todavía velada para ti, entre lo falso y lo verdadero. Te ofreció una demostración palpable de que es imposible matar al Hijo de Dios, y de que el pecado, la maldad, la malicia, el miedo o la muerte no pueden alterar su vida en modo alguno.

Todos tus pecados, por lo tanto, te han sido perdonados, ya que jamás tuvieron consecuencia alguna. Y así, no fueron más que sueños. Levántate con aquel que te mostró esto, ya que se lo debes por haber compartido contigo tus sueños para que pudieran ser disipados. Y todavía los comparte, para mantenerse en unión contigo.

¿Es él el Cristo? Por supuesto que sí, junto contigo. Su vida en la tierra no fue lo suficientemente larga como para poder ense­ñar la poderosa lección que aprendió por todos vosotros. Mas él permanecerá contigo para conducirte desde el infierno que tú hiciste hasta Dios. Y cuando unas tu voluntad a la suya, verás a través de su visión, pues los ojos de Cristo se comparten. Cami­nar con él es algo tan natural como caminar con un hermano al que conoces desde que naciste, pues eso es en verdad lo que él es. Se han hecho amargos ídolos de aquel que sólo quiere ser un hermano para el mundo. Perdónale tus fantasías, y comprende lo mucho que amarías a un hermano así. Pues él por fin le brin­dará descanso a tu mente y la llevará contigo ante tu Dios.

¿Es él el único Ayudante de Dios? ¡Por supuesto que no! Pues Cristo adoptará muchas formas con diferentes nombres hasta que se reconozca la unicidad de todas ellas. Mas para ti, Jesús es el portador del único mensaje de Cristo acerca del Amor de Dios. No tienes necesidad de ningún otro. Es posible leer sus palabras y beneficiarse de ellas sin aceptarle en tu vida. Mas él te ayudaría todavía más si compartieses con él tus penas y alegrías, y renun­ciases a ambas para hallar la paz de Dios. Con todo, lo que él quiere que aprendas más que nada sigue siendo la lección que vino a enseñar, la cual reza así:

La muerte no existe porque el Hijo de Dios es como su Padre. No puedes hacer nada que pueda alterar el Amor Eterno. Olvida tus sueños de pecado y de cul­pabilidad, y en su lugar ven conmigo a compartir la resurrección del Hijo de Dios. Y trae contigo todos aquellos que Él te ha enviado para que cuides de ellos como yo cuido de ti". (M-5.1:6)


¿JUEGA JESÚS UN PAPEL ESPECIAL EN LA CURACIÓN?

Los dones de Dios rara vez pueden recibirse directamente. Aun los maestros de Dios más avanzados sucumben a las tenta­ciones de este mundo. ¿Sería justo entonces que se les negara la curación a sus alumnos por esa razón? La Biblia dice: "Pide en el Nombre de Jesucristo". ¿Es esto simplemente una invocación a la magia? Un nombre no cura, ni tampoco puede una invocación generar ningún poder especial. ¿Qué significado puede tener entonces apelar a Jesucristo? ¿Que confiere el invocar su Nombre? ¿Por qué forma parte de la curación pedir en su Nombre?

Hemos repetido en muchas ocasiones que alguien que haya aceptado perfectamente la Expiación para sí mismo puede sanar el mundo. En efecto, ya lo ha hecho. La tentación podrá volver a acosar a otros, pero nunca a Ése. Él se ha convertido en el Hijo de Dios resucitado. Ha vencido a la muerte al haber aceptado la Vida. Se ha reconocido a sí mismo tal como Dios lo creó, y al hacerlo, ha reconocido que toda cosa viviente forma parte de él. Ahora su poder es ilimitado porque es el Poder de Dios. De esta manera, su nombre se ha convertido en el Nombre de Dios, pues ya no se considera a sí mismo separado de Él.

¿Qué significa esto para ti? Significa que al recordar a Jesús estás recordando a Dios. Toda la relación del Hijo con el Padre radica en Jesús. Su papel en la Filiación es también el tuyo, y el hecho de que él completó su aprendizaje garantiza tu éxito. ¿Se encuentra él aún disponible para venir en tu ayuda? ¿Qué dijo él mismo al respecto? Recuerda sus promesas y pregúntate hones­tamente si sería posible que no las fuese a cumplir. ¿Puede Dios fallarle a Su Hijo? ¿Y puede quien es uno con Dios ser distinto de Él? El que transciende el cuerpo transciende también toda limi­tación. ¿Cómo no iba a estar disponible el más grande de los maestros para aquellos que lo siguen?

El Nombre de Jesucristo como tal no es más que un símbolo. Pero representa un amor que no es de este mundo. Es un sím­bolo que se puede usar sin riesgo para reemplazar a los innumera­bles nombres de todos los dioses a los que imploras. Constituye el símbolo resplandeciente de la Palabra de Dios, tan próximo a aquello que representa, que el ínfimo espacio que hay entre ellos desaparece en el momento en que se evoca su Nombre. Recordar el Nombre de Jesucristo es dar gracias por todos los dones que Dios te ha dado. Y la gratitud hacia Dios se convierte en la manera en que Él es recordado, pues el amor no puede estar muy lejos de una mente y un corazón agradecidos. Dios puede entonces entrar fácilmente porque éstas son las verdaderas condiciones que hacen posible tu retorno al hogar.

Jesús ha señalado el camino. ¿Por qué no habrías de estarle agradecido? Te ha pedido amor, mas sólo para él poder dártelo a ti. Tú no te amas a ti mismo. Pero para Jesús, tu hermosura es tan absoluta e inmaculada que ve en ella la imagen de su Padre. Tú te conviertes en el símbolo de su Padre aquí en la tierra. Él tiene sus esperanzas puestas en ti porque no ve límites en ti, ni mancha alguna que opaque tu hermosa perfección. La visión de Cristo resplandece en sus ojos con perfecta constancia. Él ha permanecido contigo. ¿No te gustaría aprender la lección de la sal­vación valiéndote de lo que él ya aprendió? ¿Para qué empezar de nuevo, cuando él ya recorrió la jornada por ti?

Nadie en la tierra puede entender plenamente lo que es el Cielo ni cuál es el verdadero significado de su Creador. Sin embargo, tenemos testigos. A ellos, es a quienes el que es sabio debe acudir. Han existido personas cuyo conocimiento sobre­pasó con mucho lo que nosotros podemos aprender. Y no quere­mos enseñar las limitaciones que nos hemos impuesto. Nadie que se haya convertido en un maestro de Dios verdadero y completamente dedicado se olvida de sus hermanos. Lo que les puede ofrecer, no obstante, se ve limitado por lo que él mismo ha aprendido. Dirígete entonces hacia uno que abandonó todo límite y fue más allá del alcance más elevado que el aprendizaje puede ofrecer. Él te llevará consigo, pues no llegó hasta allí solo. Estabas con él entonces, tal como lo estás ahora.

Este curso procede de él porque sus palabras llegan a ti en un lenguaje que puedes amar y comprender. ¿Puede haber otros maestros que señalen el camino a aquellos que hablan lenguas distintas y recurren a símbolos diferentes? Por supuesto que sí. ¿Dejaría Dios a uno solo de Sus Hijos sin una ayuda muy real en tiempos de tribulación, sin un salvador que lo representase? Aun así, necesitamos un programa de estudios polifacético, no porque el contenido sea diferente, sino porque los símbolos tie­nen que modificarse y cambiar para poder ajustarse a las diferen­tes necesidades. Jesús ha venido a responder a las tuyas. En él hallarás la Respuesta de Dios. Enseña, entonces, con él, pues él está contigo; él siempre está aquí". (M-23.1:7)

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