lunes, 13 de octubre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 286

LECCIÓN 286

La quietud del Cielo envuelve hoy mi corazón.

1. Padre, ¡qué día tan sereno el de hoy! 2¡Cuán armoniosamente cae todo en su sitio! 3Éste es el día señalado para que llegue a entender la lección de que no tengo que hacer nada. 4En Ti ya se han tomado todas las decisiones. 5En Ti ya se ha resuelto todo conflicto. 6En Ti ya se han colmado todas mis esperanzas. 7La paz es mía. 8Mi corazón late tranquilo y mi mente se halla en reposo. 9Tu Amor es el Cielo y Tu Amor es mío.

2. La quietud de hoy nos dará esperanzas de que hemos encon­trado el camino y de que ya hemos recorrido un gran trecho por él hacia una meta de la que estamos completamente seguros. 2Hoy no dudaremos del final que Dios Mismo nos ha prometido. 3Con­fiamos en Él y en nuestro Ser, el cual sigue siendo uno con Él.

¿Qué me enseña esta lección?

La quietud solo se experimenta en el presente, en ese instante santo que nos permite ser conscientes de la Eternidad.

El presente, ese instante santo, es lo único real, ya que los tiempos pasados y futuros son parte de la ilusión del ego, cuya perspectiva se basa en lo temporal y transitorio.

La quietud es el estado natural del Ser, en perfecta comunión con la Paz de su Padre. Es nuestra decisión servir al Amor y es también parte esencial de nuestra visión de Unidad.

Si hoy mi corazón está envuelto en quietud, es porque he logrado silenciar la voz tentadora del mundo material, que intenta atraparme en la ilusión de la materia.

Hoy logré sentir la quietud en mi corazón. Mi mente me mostró la conexión que une a todos los seres. Vi mi rostro reflejado en el de mis hermanos. Hoy me perdoné y recibí el perdón, recuperando mi inocencia original.

Hoy camino acompañado por Dios, Cristo, el Espíritu Santo y mis hermanos. Hoy camino en paz.

Ejemplo-Guía: "La única decisión que tomo es: no hacer nada".

"La liberación se te concede en el instante en que la desees" (T-18.VII4:3).

¿Qué impacto te produce esta afirmación?

Quiero compartir con vosotros una historia que leí hace tiempo en una de las obras de Max Heindel, fundador de la Orden Rosacruz de California, titulada El Concepto Rosacruz del Cosmos:

"Un joven fue a ver un sabio cierto día y le preguntó: señor, ¿qué debo hacer para convertirme en un sabio? El sabio no contestó. El joven, después de haber repetido su pregunta cierto número de veces con parecido resultado, lo dejó y volvió al siguiente día con la misma demanda. No obtuvo tampoco contestación alguna, y entonces volvió por tercera vez y repitió su pregunta: señor, ¿qué debo hacer para convertirme en un sabio?

Finalmente, el sabio lo atendió y se dirigió a un río que por allí corría. Entró en el agua llevando al joven de la mano. Cuando alcanzaron cierta profundidad, el sabio se apoyó en los hombros del joven y lo sumergió en el agua, a pesar de sus esfuerzos para desasirse de él. Al fin lo dejó salir, y cuando el joven hubo recuperado el aliento, el sabio interrogó:

—Hijo mío, cuando estabas bajo el agua, ¿qué era lo que más deseabas?

Sin vacilar contestó el joven: aire, quería aire. 

—¿No hubieras preferido mejor riquezas, placeres, poderes o amor? ¿No pensaste en ninguna de esas cosas?

—No señor, deseaba aire y solo pensaba en el aire que me faltaba —fue la inmediata respuesta.

—Entonces —dijo el sabio—, para convertirte en un sabio debes desear la sabiduría con la misma intensidad con que deseabas el aire. Debes luchar por ella y excluir todo otro fin de tu vida. Debe ser tu sola y única aspiración, día y noche. Si buscas la sabiduría con ese fervor, seguramente te convertirás en un sabio."

El deseo mencionado en este pasaje, al igual que en la afirmación con la que comenzamos este análisis, no surge de una emoción pasajera y caprichosa, típica de la inestabilidad de los sentimientos, sino de la expresión de la voluntad que se manifiesta en un anhelo firme que impulsa nuestro corazón.

El deseo, al convertirse en el medio por el cual expresamos nuestra voluntad, adquiere un poder enorme, especialmente cuando lo reforzamos con la firmeza de la creencia.
"Si deseas creer en el error, tienes que otorgarle realidad porque el error en sí no es real. Mas la verdad es real por derecho propio, y para creer en ella no tienes que hacer nada. Comprende que no reaccionas a nada directa­mente, sino a tu propia interpretación de ello. Tu interpretación, por lo tanto, se convierte en la justificación de tus reacciones. Por eso es por lo que analizar los motivos de otros es peligroso. Si decides que alguien está realmente tratando de atacarte, abando­narte o esclavizarte, reaccionarás como si realmente lo hubiese hecho, al haberle otorgado realidad a su error. Interpretar el error es conferirle poder, y una vez que haces eso pasas por alto la verdad" (T-12.I.1:2-8)
El título del ejemplo-guía de hoy sugiere, de manera sutil, que el único deseo que deberíamos activar es aquel que nos conduzca a la visión de no tener que hacer nada. Este deseo tiene un matiz correctivo claro, ya que fue el deseo, ese impulso motor, lo que nos llevó a percibir el mundo dividido, a creer en la separación y a preferir la muerte sobre la vida.

El deseo corrector es el que nos lleva a visionar la Verdad y a aprender la lección de que no tenemos que hacer nada. El deseo debe ceder su hegemonía a la voluntad, es decir, debe abandonar la falsa creencia de la separación y recordar la única y verdadera verdad, la Unidad.

Este proceso de estados de conciencia ha quedado recogido en los Textos Sagrados, en particular en el Libro del Génesis (narrativa del proceso de fabricación del ego), donde a través de las peripecias de Adán y Eva se nos describe los inicios de la creación del hombre. Adán como arquetipo de la voluntad, y Eva como arquetipo del deseo. El hecho de que sea Eva la que coma del "fruto prohibido", del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, nos está hablando del especial protagonismo que tiene la fuerza del deseo para dar lugar a la pérdida de la pureza, de la inocencia y fabricar un escenario aparte del que Dios dispuso para Su Hijo, el Paraíso. Más adelante, la narración bíblica nos cuenta que Eva, al ser interrogada por Dios, le contestó que "la serpiente me engañó y comí". Fue entonces cuando Dios maldijo a la serpiente, sentenciando que, a partir de ese instante, pondría perpetua enemistad entre la serpiente y la mujer, añadiendo que el linaje de la mujer -esto es, las obras procedentes de los deseos-, le aplastará la cabeza.

Sería muy largo llevar a cabo un exhaustivo análisis de estos pasajes, pero entiendo que nos desviará del propósito que nos guía en estos momentos. Me conformo con haceros partícipes de la importancia que tiene la ruta que nos marca el Libro Sagrado. Eva se convierte en la puerta de entrada hacia el mundo de perdición y es Eva, o, mejor dicho, los frutos de Eva -deseos-, la llamada a aplastar la cabeza a la serpiente, cuyo significado, aún no lo he mencionado, significa "ardor cupido" (Nahash, en hebreo).

Pero, si no hago nada, ¿qué hago? Es la pregunta que puedes estar haciéndote. Entiendo que requiera una aclaración, para aliviar tal preocupación.

Si pensamos en cómo usamos el deseo, llegamos a la conclusión de que es la causa que da forma al mundo que hemos creado. Cuando tengo un deseo, no basta con quererlo, necesito satisfacerlo. Al lograrlo, aparece otro deseo: no perder lo que he conseguido. Es entonces cuando hacemos consciente el miedo, aunque, en realidad, ese miedo ya había surgido junto el deseo.

La propuesta que nos hace esta lección es utilizar el deseo para recordar lo real, no para hacer real lo ilusorio. El deseo -Eva- que decide quedar seducida por el ardor cupido de la serpiente es el deseo de ser especial que nos lleva a fabricar un mundo separado, un mundo ilusorio, un mundo de pecado, un mundo de miedo. Pero ese deseo -Eva- cuando haya sufrido los rigores de la experiencia de la percepción del mundo fabricado, pariendo con dolor sus criaturas, es decir, aprendiendo por la vía del sufrimiento, llegará un día a un estado de consciencia que le permitirá descubrir que ese mundo ya no le satisface. Ese día Eva tomará la decisión de aplastar la cabeza de la serpiente, o lo que es lo mismo, tendrá un último deseo, poner fin a los deseos y ceder su hegemonía a Adán redimido, esto es, a la consciencia de la Unidad.

Si has ahondado en esta reflexión, tal vez hayas intuido que, sin deseos, el cuerpo pierde su protagonismo y tiende a su desaparición. Mientras que esto ocurre, puedes hacer lo que quieras, pero no desde el deseo representado por Eva-Serpiente. No desde el miedo a perder. No desde la creencia en la separación. En el camino del aspirante, el deseo se convierte en una vía de sublimación, y ello lo convierte en el centro de sus logros. Pero la sola visión del deseo como objetivo nos lleva a hacer realidad su poder, cuando en verdad, desde el Cielo, el deseo no es real.

Pongo fin a este análisis, no sin antes dejaros referencias extraídas del Capítulo 18, de Un Curso de Milagros, más concretamente, las recogidas en el Apartado VII, punto 4, en adelante: 
"No tengo que hacer nada”.

“Es imposible aceptar el instante santo sin reservas a no ser que estés dispuesto, aunque sólo sea por un instante, a no ver el pasado ni el futuro. No te puedes preparar para él sin ubicarlo en el futuro. La liberación se te concede en el instante en que la desees. Son muchos los que se han pasado toda una vida preparándose y ciertamente han tenido sus momentos de éxito. Este curso no pretende enseñar más de lo que ellos aprendieron en el tiempo, pero sí se propone ahorrar tiempo. Tal vez estés tratando de seguir un camino muy largo hacia el objetivo que has aceptado. Es extremadamente difícil alcanzar la Expiación luchando contra el pecado. Son muchos los esfuerzos que se llevan a cabo tratando de hacer santo aquello que se odia y se aborrece. No es necesario tampoco que dediques toda tu vida a la contemplación, ni que te pases largos períodos de tiempo meditando con objeto de romper tu atadura al cuerpo. Todos esos intentos tendrán éxito a la larga debido a su propósito. Pero los medios son tediosos y requieren mucho tiempo, pues todos ven la liberación de la condición actual de insuficiencia y falta de valor en el futuro” (T-18.VII.4:1-11).

Tu camino será diferente, no en cuanto a su propósito, sino en cuanto a los medios. La relación santa es un medio de ahorrar tiempo. Un instante que tú y tu hermano paséis juntos os restituye el universo a ambos. Ya estás listo. Ahora sólo tienes que recordar que no tienes que hacer nada. Sería mucho más efectivo ahora que te concentrases únicamente en esto, que reflexionar sobre lo que debes hacer. Cuando la paz llega por fin a los que luchan contra la tentación y batallan para no sucumbir al pecado; cuando la luz llega por fin a la mente que se ha dedicado a la contemplación; o cuando finalmente alguien alcanza la meta, ese momento siempre viene acompañado de este feliz descubrimiento: "No tengo que hacer nada" (T-18.VII.5:1-6). 

“He aquí la liberación final que todos hallarán algún día a su manera y a su debido tiempo. Tú no tienes necesidad de ese tiempo. Se te ha economizado tiempo porque tú y tu hermano estáis juntos. Éste es el medio especial del que este curso se vale para economizarte tiempo. No aprovechas el curso si te empeñas en utilizar medios que le han resultado muy útiles a otros, y descuidas lo que se estableció para ti. Ahorra tiempo valiéndote únicamente de los medios que aquí se ofrecen, y no hagas nada más. "No tengo que hacer nada" es una declaración de fidelidad y de una lealtad verdaderamente inquebrantable. Créelo aunque sólo sea por un instante, y lograrás más que con un siglo de contemplación o de lucha contra la tentación” (T-18.VII.6:1-8). 

“Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que no tienes que hacer nada, habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente. He aquí la puerta abierta que te ahorra siglos de esfuerzos, pues a través de ella puedes escaparte de inmediato, liberándote así del tiempo. Ésta es la forma en que el pecado deja de ser atractivo en este mismo momento. Pues con ello se niega el tiempo, y, así, el pasado y el futuro desaparecen. El que no tiene que hacer nada no tiene necesidad de tiempo. No hacer nada es descansar, y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora. Él permanecerá ahí cuando tú te olvides y las actividades del cuerpo vuelvan a abarrotar tu mente consciente” (T-18.VII.7:1-8). 

“Mas este lugar de reposo al que siempre puedes volver siempre estará ahí. Y serás más consciente de este tranquilo centro de la tormenta, que de toda su rugiente actividad. Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. Pues desde este centro se te enseñará a utilizar el cuerpo impecablemente. Este centro, del que el cuerpo está ausente, es lo que hará que también esté ausente de tu conciencia" (T-18.VII.8:1-5). 
Recordemos que, aunque sabemos que este mundo no es real, podemos estar en él con el propósito de utilizar sus recursos, incluido el cuerpo, para comunicar la Verdad que hemos recordado y así colaborar conscientemente en el Plan de Salvación que Dios ha dispuesto para Su Hijo.

Cuando la fuerza del deseo pierda su poder de seducción, el potencial "Eva" se fusionará con Adán, en la Voluntad, creando una armoniosa unión de opuestos. Esto permitirá que nuestra mente sea fecundada por la fuerza de la imaginación creadora, transformando las experiencias que antes buscábamos externamente para satisfacer nuestros deseos en una maravillosa vivencia interna y creadora.

Reflexión: ¿Cómo afrontamos nuestros problemas?

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