III. Cómo perdonar el deseo de ser especial (4ª parte).
7. Todos los que se consideran especiales están dormidos, rodeados por un mundo de belleza que no ven. 2La libertad, la paz y la dicha se encuentran ahí, al lado del ataúd en el que duermen, llamándolos para que vuelvan en sí y despierten de su sueño de muerte. 3Mas ellos no oyen nada. 4Están perdidos en sueños de que son especiales. 5Odian la llamada que los puede despertar y maldicen a Dios porque no convirtió su sueño en realidad. 6Maldice a Dios y muere, pero no por mandato de Aquel que no creó la muerte, sino sólo en el sueño. 7Mas abre los ojos ligeramente y verás al salvador que Dios te dio a fin de que pudieses contemplarlo y devolverle su patrimonio. 8Dicho patrimonio es también el tuyo.
De este modo, Jesús utiliza en este punto una serie de conceptos que deben ser comprendidos para que entendamos el contenido de su enseñanza. "Estar dormidos" no debe ser entendido como el acto que habitualmente realizamos para dar descanso al cuerpo físico tras la jornada de vigilia. Jesús, en coherencia con su enseñanza, no dirige sus lecciones al comportamiento del aspecto corporal del ser, sino a su mente, donde radica toda causa. En este sentido, cuando nos dice que todos los que se consideran especiales están dormidos, lo que está diciéndonos es que la mente que sirve al especialismo permanece en un estado de inconsciencia que es el estado natural del acto de dormir físicamente.
Cuando utiliza el término ataúd y el término muerte, no se está refiriendo al significado que estamos habituados a dar a los mismos. Tanto el ataúd como la muerte se identifican con la pérdida de la vida física, dicho de otro modo, con el acto de lo que llamamos vivir. Sin embargo, Jesús no puede estar refiriéndose a dicho significado, dado que para Él, el cuerpo y lo que interpretamos como vida no existen, no son reales, pues forman parte de la ilusión que hemos fabricado tras la creencia en la separación. Utiliza dichos términos para hacernos comprender la similitud que existe entre la pérdida de la vida y el hecho de que nuestra mente se encuentre identificada con el deseo de ser especial. Cuando esto ocurre, la mente se encuentra amortajada dentro de un ataúd, sin vida.
Jesús termina la exposición de este punto, aludiendo una vez más a un hecho que debe ser entendido desde su habitual lenguaje metafórico. Lo hace cuando nos dice: "Mas abre los ojos ligeramente y verás al salvador que Dios te dio a fin de que pudieses contemplarlo y devolverle su patrimonio". No se trata del acto de abrir los ojos físicos, pues el cuerpo no puede ver lo invisible, que es el estado natural en el que se manifiesta el Ser que somos, el Espíritu. El ego no cree en lo que no ve, y su sistema de pensamiento niega la existencia de lo invisible.
Jesús se dirige una vez más a la mente, donde se encuentran los ojos que sí pueden ver la esencia de donde habita: el Mundo de Dios. Abrir los ojos significa despertar del estado de muerte en el que nos encontramos mientras servimos al deseo de ser especial y contemplar la belleza que nos rodea eternamente: la libertad, la paz y la dicha.
8. Los esclavos del deseo de ser especial se liberarán. 2Tal es
Dios no mandó a Su Hijo al mundo para que fuese crucificado y para que derramase su sangre en un acto purificador de los pecados de los hombres. Si así lo hubiese hecho, Dios estaría reconociendo que Su propio Hijo, la humanidad, había pecado al no cumplir su mandato de no comer del fruto del árbol del bien y del mal y que por tal motivo debía ser castigado.
Si Dios hubiese mandado a Su Hijo a morir en la cruz para redimir el pecado de los hombres, estaría reconociendo que su identidad era un cuerpo. Y si Su Hijo fue creado a su imagen y semejanza, y reconoce que es un cuerpo, estaría afirmando que Él mismo tiene esa misma condición, esto es, la de ser un cuerpo. ¿Puede ser que dicha creencia nos haya llevado a dibujar a Dios con el mismo rostro humano que Su Hijo?
Los esclavos del deseo de ser especial se liberarán, nos dice Jesús en este último punto. Lo harán cuando comprendan el verdadero mensaje de la venida del Hijo de Dios al mundo. Dicho mensaje, como bien nos enseña este Curso, no fue el de la crucifixión, sino el de la resurrección. Y no estamos refiriéndonos a la resurrección del cuerpo, pues Jesucristo no era un cuerpo, sino al de la mente que se encuentra muerta y debe abrir los ojos para ver la verdad, la realidad. Es la mente la que debe resucitar de ese estado de identificación con el deseo de ser especial y entregarse al servicio de la verdad, del amor, de la unidad.
Tenemos que perdonar a nuestro Padre el que no fuese Su Voluntad que fuésemos crucificados. Esa voluntad procede de un error con el que nos identificamos en un breve lapso de tiempo y que de forma inmediata fue corregido.
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