martes, 14 de octubre de 2025

Capítulo 24. IV. Ser especial en contraposición a ser impecable (1ª parte).

IV. Ser especial en contraposición a ser impecable (1ª parte).

1. Ser especial implica una falta de confianza en todo el mundo excepto en ti mismo. 2Depositas tu fe exclusivamente en ti. 3Todo lo demás se convierte en tu enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y merecedor únicamente de ser destruido. 4Cualquier gentileza que este enemigo te ofrezca no es más que un engaño, pero su odio es real. 5Al estar en peligro de destruc­ción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él para matarlo primero. 6Tal es la atracción de la culpabilidad. 7Ahí se entrona a la muerte como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en la redención, y la salvación no puede significar otra cosa que la destrucción del mundo con excepción de ti mismo.

El deseo de ser especial es la creencia de que podemos ser diferentes a lo que somos, cuya consecuencia tiene como efecto el ver una realidad que adolece de la esencia que la hace verdadera, esto es, carece de amor. Ese deseo de ser diferentes nos desconecta de la Fuente de donde emana la verdad de lo que somos, el Mundo de Dios, el Cielo, donde Todo es Uno. Esa desconexión produce un vacío en nuestro interior. La pérdida del amor o, lo que es lo mismo, la separación con El Creador, nos lleva a creer que le hemos desobedecido y que por tal motivo, nuestro Padre está enfadado con nosotros, lo que justificaría un acto de venganza, que nunca ocurrió, pero que se ha inscrito en la mente del Hijo como la certeza de que será castigado por su pecado. 

La culpa pasa a ocupar el vacío que ha dejado la separación del amor. La culpa nos produce un profundo miedo, pues se convierte en el recuerdo de nuestra ilusoria transgresión de la voluntad de Dios y en la justificación de la necesidad imperiosa de purificación y redención que nos proveerá el Creador.

La paz de Dios, la cual forma parte de la Mente que comparte con Su Hijo, es sustituida por el miedo a ser atacado por el mundo que percibe, el cual, al ser totalmente diferente y opuesto al de su Creador, le produce una desconfianza total ante la inseguridad que le muestra.

Al percibir el miedo, piensa, siente y actúa con miedo, lo que le lleva a proyectar su temor a ser atacado, atacando a los demás, a los que contempla como extraños y enemigos de su seguridad.

2. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sino ser especial? 2Esto es lo que hace que sea frágil e incapaz de defenderse a sí mismo. 3Fue concebido para hacer que tú fueses frágil e impo­tente. 4La meta de la separación es su maldición. 5Los cuerpos, no obstante, no tienen metas. 6Tener propósitos es algo que es sólo propio de la mente. 7Y las mentes pueden cambiar sí así lo desean. 8No pueden cambiar sus cualidades inherentes ni sus atributos, 9pero sí pueden cambiar el propósito que persiguen, y al hacer eso, los estados corporales no pueden sino cambiar también. 10El cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. 11Considéralo un medio de herir, y será herido. 12Considéralo un medio para sanar y sanará.

Al elegir ser especial, la visión de la unidad crística es sustituida por la visión dual del ego. La esencia de lo que somos, un ser espiritual, es sustituida por la ilusión de la percepción, la cual nos lleva a identificarnos con un envoltorio de densidad material que responde a nuestro pensamiento de estar separados y al deseo de ser especial: el cuerpo físico.

Nuestra nueva identidad nos confirma la certeza de nuestra creencia en la separación y la certeza, igualmente, de que somos de naturaleza pecaminosa, pues la precariedad de nuestro cuerpo nos muestra cómo Dios se venga de nuestros pecados, permitiendo que Su Hijo pueda morir, enfermar, sufrir y sentir dolor.

Por lo tanto, el cuerpo no alberga otro propósito que el de ser especial. Es utilizado como herramienta para conseguir satisfacer nuestro deseo, para conseguir ser mejor que los demás y triunfar por encima de todos. En el cuerpo se identifica al causante de nuestra naturaleza pecadora y, por tanto, el causante de que nos sintamos culpables y merecedores del castigo redentor.

Pero como bien nos enseña Jesús en este punto, los cuerpos no tienen metas. Tan sólo la mente las tiene. El cuerpo puede cambiar de propósito en respuesta a las instrucciones que le transmite la mente, la cual sí puede cambiar de objetivo.

Si creemos en la separación, en el miedo, en la muerte, nuestro cuerpo seguirá fielmente ese guion de creencias y, en respuesta a ello, atacará, condenará y morirá. En cambio, si creemos en la unicidad con todo lo creado, el cuerpo bendecirá, perdonará y percibirá correctamente la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 287

LECCIÓN 287 Tú eres mi única meta, Padre mío, sólo Tú. 1.  ¿Adónde querría ir sino al Cielo?   2 ¿Qué podría sustituir a la felicidad?   3 ...