IV. Ser especial en contraposición a ser impecable (1ª parte).
1. Ser especial
implica una falta de confianza en todo el mundo excepto en ti mismo. 2Depositas
tu fe exclusivamente en ti. 3Todo lo demás se convierte en tu
enemigo: temido y atacado, mortal y peligroso, detestable y merecedor
únicamente de ser destruido. 4Cualquier gentileza que este enemigo
te ofrezca no es más que un engaño, pero su odio es real. 5Al estar
en peligro de destrucción tiene que matar, y tú te sientes atraído hacia él
para matarlo primero. 6Tal es la atracción de la culpabilidad. 7Ahí
se entrona a la muerte como el salvador; la crucifixión se convierte ahora en
la redención, y la salvación no puede significar otra cosa que la destrucción
del mundo con excepción de ti mismo.
La culpa pasa a ocupar el vacío que ha dejado la separación del amor. La culpa nos produce un profundo miedo, pues se convierte en el recuerdo de nuestra ilusoria transgresión de la voluntad de Dios y en la justificación de la necesidad imperiosa de purificación y redención que nos proveerá el Creador.
La paz de Dios, la cual forma parte de la Mente que comparte con Su Hijo, es sustituida por el miedo a ser atacado por el mundo que percibe, el cual, al ser totalmente diferente y opuesto al de su Creador, le produce una desconfianza total ante la inseguridad que le muestra.
Al percibir el miedo, piensa, siente y actúa con miedo, lo que le lleva a proyectar su temor a ser atacado, atacando a los demás, a los que contempla como extraños y enemigos de su seguridad.
2. ¿Qué otro propósito podría tener el cuerpo sino ser
especial? 2Esto es lo que hace que sea frágil e incapaz de
defenderse a sí mismo. 3Fue concebido para hacer que tú fueses
frágil e impotente. 4La meta de la separación es su maldición. 5Los
cuerpos, no obstante, no tienen metas. 6Tener propósitos es algo que
es sólo propio de la mente. 7Y las mentes pueden cambiar
sí así lo desean. 8No pueden cambiar sus cualidades inherentes ni
sus atributos, 9pero sí pueden cambiar el propósito que persiguen, y
al hacer eso, los estados corporales no pueden sino cambiar también. 10El
cuerpo no puede hacer nada por su cuenta. 11Considéralo un medio de
herir, y será herido. 12Considéralo un medio para sanar y sanará.
Al elegir ser especial, la visión de la unidad crística es sustituida por la visión dual del ego. La esencia de lo que somos, un ser espiritual, es sustituida por la ilusión de la percepción, la cual nos lleva a identificarnos con un envoltorio de densidad material que responde a nuestro pensamiento de estar separados y al deseo de ser especial: el cuerpo físico.
Por lo tanto, el cuerpo no alberga otro propósito que el de ser especial. Es utilizado como herramienta para conseguir satisfacer nuestro deseo, para conseguir ser mejor que los demás y triunfar por encima de todos. En el cuerpo se identifica al causante de nuestra naturaleza pecadora y, por tanto, el causante de que nos sintamos culpables y merecedores del castigo redentor.
Pero como bien nos enseña Jesús en este punto, los cuerpos no tienen metas. Tan sólo la mente las tiene. El cuerpo puede cambiar de propósito en respuesta a las instrucciones que le transmite la mente, la cual sí puede cambiar de objetivo.
Si creemos en la separación, en el miedo, en la muerte, nuestro cuerpo seguirá fielmente ese guion de creencias y, en respuesta a ello, atacará, condenará y morirá. En cambio, si creemos en la unicidad con todo lo creado, el cuerpo bendecirá, perdonará y percibirá correctamente la vida.
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