viernes, 9 de mayo de 2025

Capítulo 20. IV. La entrada al arca (1ª parte).

IV. La entrada al arca (1ª parte).

1. Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. 2Mas confieres poder según las leyes de este mundo interpretan lo que es dar: al dar, pierdes. 3No obstante, no es a ti a quien corres­ponde conferir poder a nada. 4Todo poder es de Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo, que sabe que al dar no puedes sino ganar, lo revive. 5Él no le confiere poder alguno al pecado, que, por consi­guiente, no tiene ninguno; tampoco le confiere poder a sus resul­tados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte, la aflicción y el dolor. 6Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Espíritu Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. 7Así es como te mantiene a salvo de ellas. 8Al no tener ninguna ilusión acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente pone todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. 9Lo que no es verdad Él ni lo ha recibido ni lo ha dado.

Este apartado comienza "fuerte". En él, Jesús nos comparte una serie de afirmaciones, a cuál más importante. Veámoslas.

La primera de ellas es esencial, pues nos señala la única causa que nos hace inmunes al dolor y al sufrimiento. Nada puede hacernos daño a no ser que nuestra mente le confiera ese poder. Y añade que el hecho de que le otorguemos ese poder responde a que elijamos creer en las leyes de este mundo que se rigen por la creencia de que dar es perder, lo que nos lleva a una mentalidad egoísta.

Tendríamos que pararnos en este punto y reflexionar sobre su contenido ampliamente, pues ello nos permitirá conocer el inmenso poder que le hemos otorgado al ego y a su sistema de pensamiento, el cual lo entiende todo al revés, llevándonos a pensar que el cuerpo tiene el poder para condicionar todas nuestras decisiones. Nos decimos: "Si doy lo que tengo, lo pierdo; luego elijo no dar y apoderarme de lo que los demás tienen. De este modo dejaré de ser escaso y me convertiré en un ser poderoso. Cuanto más tenga, más poderoso seré y ello me permitirá sentirme especial y superior con respecto a los demás".

Sin embargo, no podemos olvidar que el poder es de Dios, y Su Voz nos enseña que es dando como ganamos y la única manera de mantener lo que damos.

Es nuestra mente la que elige a cuál maestro seguir. Si elige al ego y a su sistema de pensamiento, nuestra percepción estará distorsionada por la falsa creencia en la separación y nuestras obras llevarán el sello de la división. En cambio, si elegimos desde la Mente Recta del Espíritu Santo, nuestra percepción será verdadera y extenderemos la verdad en todas nuestras manifestaciones, dando lugar a la expansión del amor y de la unidad.

2. El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a éste y donde ni ellos ni su fuente podrían tener acceso. 2Y en esto reside tu necesidad de no ver pecado en tu hermano. 3El Cielo se encuentra en él. 4Si ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. 5Contémplalo tal como es, no obstante, y lo que es tuyo irradiará desde él hasta ti. 6Tu salvador te ofrece sólo amor, pero lo que recibes de él depende de ti. 7Él tiene el poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia salvación. 8Y lo mismo sucede con la tuya. 9La salvación es una lección en dar, tal como la interpreta el Espíritu Santo. 10La salvación es el re-despertar de las leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.

La creencia en el pecado nos hace daño, pues entendemos que para salvarnos de la culpa que nos oprime debemos castigarnos y ese castigo irá dirigido principalmente al cuerpo, al cual hemos identificado como la causa que nos ha llevado a pecar.

El pecado es una creencia errónea de un acto creador que tan solo fue un error. Elegir ver las cosas diferentes a nuestro Creador no es pecar, es errar, y ese ajuste introducido en nuestra mente nos ha llevado a condenarnos y a odiarnos ante la visión de sentirnos separados del amor de Dios.

Cuando la mente elige creer en la separación, lo que está haciendo es negar la realidad del Cielo, el símbolo de la unidad y el hogar de la Filiación. Dios nos ha creado de Sí Mismo, a su imagen y semejanza. Formamos una unidad con Él y con Su Creación. Por lo tanto, Dios es nuestro Hogar y su reino es el Cielo.

Cada uno de los Hijos de Dios es portador de ese Cielo, y habita eternamente en el reino de Dios. Si percibimos en nuestro interior pensamientos pecaminosos, los veremos igualmente en los demás y con ello, estamos perdiendo la visión del Cielo y nos sentiremos exiliados del reino que compartimos con Dios.

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