viernes, 31 de octubre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 304

LECCIÓN 304

Que mi mundo no nuble la visión de Cristo.

1. Sólo puedo nublar mi santa vista si permito que mi mundo se entrometa en ella. 2no puedo contemplar los santos panoramas que Cristo contempla a menos que utilice Su visión. 3La percep­ción es un espejo, no un hecho. 4lo que contemplo es mi propio estado de ánimo reflejado afuera. 5Quiero bendecir el mundo con­templándolo a través de los ojos de Cristo. 6veré las señales inequívocas de que todos mis pecados me han sido perdonados.

2. Tú me conduces de las tinieblas a la luz y del pecado a la santidad. 2Déjame perdonar y así recibir la salvación del mundo. 3Ése es Tu regalo, Padre mío, que se me concede para que yo se lo ofrezca a Tu santo Hijo, de manera que él pueda hallar Tu recuerdo, y el de Tu Hijo tal como Tú lo creaste.


¿Qué me enseña esta lección?

Cuando vives y experimentas lo que ya sabes a nivel teórico, se adquiere firmeza y convicción. La certeza interna de que aquello que ves es verdad nos aporta fortaleza para afrontar otras "verdades", que aún se encuentran en el plano teórico.

Hoy, Dios me ha hecho un hermoso regalo, al permitirme tomar conciencia, a través de la experiencia, del hecho de que aquello que contemplamos es nuestro estado de ánimo reflejado.

Qué fácil es dejarse llevar por la dinámica del hábito, de las aferradas costumbres. Nos hacemos el firme propósito de seguir las pautas que nos enseñan las Lecciones del Curso, y cuando nos entregamos al fluir del día a día, cuando queremos darnos cuenta, nos encontramos totalmente sumergidos en la dinámica que nos marca el mundo y descubrimos que hemos dedicado poco tiempo a la tarea que nos invita la Lección.

Pero en estos menesteres, como diría el hidalgo Don Quijote, hay que tener paciencia, y sobre todo no dar lugar a sentimientos sutiles que despierten la culpabilidad. Ya es un paso muy importante el tomar conciencia de que hay que permanecer más despierto y dispuesto, sabedores de que las voces del mundanal ruido nos distraerán.

Establezco el firme propósito de ejercitar la atención, de modo que no permita, en la medida de lo posible, que los asuntos del mundo nublen la visión de Cristo.

Ejemplo-Guía: "La perseverancia en el entrenamiento"
Éste es un curso de entrenamiento mental. Todo aprendizaje requiere atención y estudio en algún nivel. (T.I.VII.4)

Ya han transcurrido 303 días desde que iniciamos la andadura de seguir, a diario, el estudio de las lecciones del Libro de Ejercicios, lo cual no quiere decir que este sea el método más adecuado para llevar a cabo su estudio. Tan solo significa que es el que yo he elegido para llevar el ritmo de una lección por día. Digo esto porque, a estas alturas, ya tenemos la percepción de que el aprendizaje de las enseñanzas que nos ofrece el Curso nos invita a ser perseverantes en el propósito de aplicar el contenido de dichas enseñanzas, pues, en realidad, lo que el Curso nos está invitando es a realizar una labor de "renovación de nuestras creencias"; esto significa que debemos "desaprender" para volver a "aprender". 

La gran mayoría de nosotros tenemos claro que la labor propuesta no se consigue por el simple hecho de que lo hayamos podido leer en el Texto. La teoría tiene su función y debe calar en nuestra fijación mental, debe resonar en nuestra mente y ser aceptada por nuestro código de creencias, antes de que pase a formar parte de nuestra acción. 

Si pretendiésemos mejorar la musculatura de nuestro cuerpo, por el simple hecho de que hayamos llegado a esa conclusión, nuestros músculos no se tonificarán hasta que no lo hayamos entrenado convenientemente durante el tiempo necesario. 

No podemos olvidarnos de que estamos en el escenario del ego, donde el tiempo se convierte en un aliado a la hora de llevar a cabo el aprendizaje. Una vez terminado dicho aprendizaje, el tiempo dejará de tener utilidad. 

Mientras tanto, si nuestro propósito es cambiar el sistema de pensamiento por el que nos hemos regido hasta ahora, debemos establecer un "programa de entrenamiento" y debemos hacerlo desde la tolerancia. Digo esto, basándome en la experiencia de haber sido testigo de iniciativas donde ha prevalecido la rigurosa disciplina y la ausencia total de tolerancia, lo que ha desencadenado comportamientos donde el autocastigo se ha convertido en la respuesta para calmar nuestros ataques de culpabilidad. 

Por encima de todo, lo más importante, lo que me gusta llamar los pilares que han de dar firmeza a la nueva construcción que estamos edificando, es tener la certeza de que el sistema de pensamiento del ego nos lleva a ver un mundo ilusorio, mientras que la Visión de Cristo nos lleva a gozar de un mundo perdonado, de un mundo redimido. A partir de ese estado de consciencia, lo único que tenemos que tener presente es vivir en coherencia con la visión elegida. 

Tener un programa de entrenamiento es lo que estamos haciendo con el estudio de las lecciones del Libro de Ejercicios del Curso de Milagros. Muchos estudiantes me han planteado sus dudas a la hora de afrontar dicho estudio. Siempre les comparto la misma idea, la cual, está extraída de las enseñanzas recogidas en el Curso: 

“Éste es un curso de milagros. Es un curso obligatorio. Sólo el momento en que decides tomarlo es voluntario. Tener libre albedrío no quiere decir que tú mismo puedas establecer el plan de estudios. Significa únicamente que puedes elegir lo que quieres aprender en cualquier momento dado” (T-In.1:1-5).

Cada uno de nosotros elige el ritmo de aprendizaje. El estudiar primero el Texto y posteriormente realizar las Lecciones y continuar con el Manual del Maestro, para mí es secundario. Aunque es cierto que he elegido mi propio ritmo y dicha decisión me llevó a estudiar paralelamente el Texto con las Lecciones. Al realizar el análisis de cada lección, siempre encuentro un tema de reflexión que me lleva a buscar una información más amplia en el Texto. Pero, como ya he tenido ocasión de adelantar, y utilizando una frase popular de mi tierra: "Cada maestrillo tiene su librillo". 

El siguiente mensaje que comparto está extraído del Texto y nos puede ayudar a comprender cuál es la actitud adecuada para alcanzar la Plenitud: 

“La curación es señal de que quieres reinstaurar la plenitud. Y el hecho de que estés dispuesto a ello es lo que te permite oír la Voz del Espíritu Santo, Cuyo mensaje es la plenitud. Él te capacitará para que vayas mucho más allá de la curación que lograrías por tu cuenta, pues a tu pequeña dosis de buena voluntad para reinstaurar la plenitud Él sumará toda Su Voluntad, haciendo así que la tuya sea plena. ¿Qué podría haber que el Hijo de Dios no pudiese alcanzar cuando la Paternidad de Dios se encuentra en él? Mas la invitación tiene que proceder de ti, pues sin duda debes haber aprendido que aquel a quien invites a ser tu hués­ped, será quien morará en ti” (T-11.II.4:1-5).

Con nuestro entrenamiento diario, con nuestra perseverancia, con nuestra pequeña dosis de voluntad, lograremos alcanzar el feliz momento en el que gozaremos del "instante santo". Como bien recoge el Curso, el instante santo es la respuesta: 

“El instante santo es el resultado de tu decisión de ser santo. Es la respuesta. Desearlo y estar dispuesto a que llegue precede su llegada. Preparas tu mente para él en la medida en que recono­ces que lo deseas por encima de todas las cosas. No es necesario que hagas nada más; de hecho, es necesario que comprendas que no puedes hacer nada más. No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide, o, de lo contrario, creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro. El Espíritu Santo pide muy poco. Él es Quien aporta la grandeza y el poder. Él se une a ti para hacer que el instante santo sobrepase con mucho tu entendimiento. Darte cuenta de lo poco que tienes que hacer es lo que le permite a Él dar tanto” (T-18.IV.1:1-10).

“No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intenciones no es suficiente. Pero confía implícitamente en tu buena voluntad, independientemente de lo que pueda presen­tarse. Concéntrate sólo en ella y no dejes que el hecho de que esté rodeada de sombras te perturbe. Esa es la razón por la que viniste. Si hubieses podido venir sin ellas no tendrías necesidad del instante santo. No vengas a él con arrogancia, dando por sentado que tienes que alcanzar de antemano el estado que sólo su llegada produce. El milagro del instante santo reside en que estés dispuesto a dejarlo ser lo que es. Y en esa muestra de buena voluntad reside también tu aceptación de ti mismo tal como Dios dispuso que fueses” (T-18.IV.2:1-9).

 Reflexión: "Lo que contemplo es mi propio estado de ánimo reflejado afuera" 

jueves, 30 de octubre de 2025

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (6ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (6ª parte).

7. Elige, pues, lo que deseas ver: su cuerpo o su santidad; y lo que elijas será lo que contemplarás. 2serán muchas las ocasiones en las que tendrás que elegir, a lo largo de un tiempo que no parece tener fin, hasta que te decidas en favor de la verdad. 3Pues la eternidad no se puede recuperar negando una vez más al Cristo en tu hermano. 4¿Y dónde se encontraría tu salvación si él sólo fuese un cuerpo? 5¿Dónde se encuentra tu paz, sino en su santi­dad? 6¿Y dónde está Dios Mismo, sino en aquella parte de Sí que Él ubicó para siempre en la santidad de tu hermano, a fin de que tú pudieras ver la verdad acerca de ti mismo, expuesta por fin en términos que puedes reconocer y comprender?

Interesante punto en el que Jesús nos invita a tomar conciencia de que, en cada encuentro con otra persona, tenemos la opción de ver solo su aspecto externo (sus errores, su cuerpo, sus limitaciones) o reconocer su santidad y valor interior. Lo que elijas ver determinará tu experiencia: si eliges ver la santidad, experimentarás paz, unión y comprensión; si eliges ver solo el cuerpo o los errores, te sentirás separado y atrapado en el conflicto. El texto subraya que esta elección es constante y que, al decidirte por la verdad y la visión espiritual, encuentras tu propia paz y el reconocimiento de Dios en ti y en los demás.

Veamos a continuación cómo aplicar esta enseñanza:

En la familia: Si tu hijo comete un error, puedes elegir ver más allá de la equivocación y
recordarle su valor y potencial, en vez de centrarte solo en el fallo.

Si hay una discusión entre hermanos, puedes elegir ver la bondad y la intención positiva detrás de sus acciones, fomentando el perdón y la reconciliación.

Si un familiar te decepciona, en vez de quedarte en el resentimiento, puedes buscar comprender sus motivos y ofrecerle una nueva oportunidad.

En el trabajo: Si un compañero se equivoca, puedes elegir ver su esfuerzo y disposición a mejorar, en vez de juzgarlo solo por el error.

Si tienes un conflicto con tu jefe, puedes elegir ver la relación como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, en vez de enfocarte en la crítica o el desacuerdo.

Si hay rivalidad en el equipo, puedes elegir ver el potencial de colaboración y unidad, proponiendo soluciones que beneficien a todos.

En la pareja: Si surgen desacuerdos, puedes elegir ver la conexión y el amor que los une, en vez de enfocarte en las diferencias o errores del momento.

Si tu pareja comete un error, puedes apoyarla en su proceso de aprendizaje, recordando que su valor no depende de las circunstancias.

Con amigos: Si un amigo te decepciona, puedes elegir ver su intención y su historia, mostrando comprensión y apertura al diálogo.

Si hay malentendidos, puedes elegir buscar la empatía y la reconciliación, en vez de alejarte o guardar rencor.

Contigo mismo: Si cometes un error, puedes elegir verte con compasión y reconocer tu capacidad de aprender y mejorar, en vez de castigarte o juzgarte duramente.

Cuando te sientas tentado a compararte o a buscar ser especial, recuerda que tu verdadero valor está en tu esencia, no en las apariencias.

Pérdida de un ser querido: Te invita a decidir cómo quieres recordar y relacionarte con tu ser querido tras su partida. Puedes elegir enfocarte solo en la ausencia física y el dolor, o reconocer su santidad, valor y la conexión espiritual que permanece más allá de la muerte. Al elegir ver la santidad y la esencia eterna de tu ser querido, encuentras paz, consuelo y una forma más profunda de mantener el vínculo, transformando el duelo en esperanza y amor.

Cuando pienses en tu ser querido, en vez de enfocarte solo en su ausencia física, recuerda sus cualidades, el amor compartido y la huella positiva que dejó en tu vida. Puedes crear un pequeño ritual diario (una oración, una carta, una vela) para honrar su santidad y sentir su presencia espiritual.

Si el duelo genera tensiones familiares, elige ver la bondad y el dolor de cada miembro, comprendiendo que todos viven el duelo a su manera. Fomenta el diálogo y el apoyo mutuo. Recuerda que la unión familiar se fortalece cuando se comparten recuerdos y se honra juntos la vida del ser querido. 

Si sientes tristeza o culpa, recuérdate que tu ser querido sigue siendo parte de ti en el amor y la memoria, y que su esencia no se ha perdido. Permítete sentir y expresar tus emociones, pero también busca momentos para agradecer lo vivido y abrirte a la paz. 

Trátate con compasión en el proceso de duelo, reconociendo que el dolor es natural pero no define tu relación eterna con quien has perdido. Si surgen pensamientos de arrepentimiento, elige perdonarte y recordar que la verdadera unión es espiritual y no depende de lo que ocurrió en el pasado.

Medita o reflexiona sobre la idea de que la vida no termina con la muerte física, y que la santidad y el amor trascienden cualquier separación. Busca conectar con la paz interior recordando que, según el texto, la impecabilidad y la hermosura de tu ser querido siguen vivas en el marco de la santidad.

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 303

LECCIÓN 303

Hoy nace en mí el Cristo santo.

1. Velad conmigo, ángeles, velad conmigo hoy. 2Que todos los santos Pensamientos de Dios me rodeen y permanezcan muy que­dos a mi lado mientras nace el Hijo del Cielo. 3Que se acallen todos los sonidos terrenales y que todos los panoramas que estoy acostumbrado a ver desaparezcan. 4Que a Cristo se le dé la bien­venida allí donde Él está en Su hogar, 5que no oiga otra cosa que los sonidos que entiende y vea únicamente los panoramas que reflejan el Amor de Su Padre. 6Que Cristo deje de ser un extraño aquí, pues hoy Él renace en mí.

2. Le doy la bienvenida a tu Hijo, Padre. 2Él ha venido a salvarme del malvado ser que fabriqué. 3Tu Hijo es el Ser que Tú me has dado. 4Él es lo que yo soy en verdad. 5Él es el Hijo que Tú amas por sobre todas las cosas. 6Él es mi Ser tal como Tú me creaste. 7No es Cristo quien puede ser crucificado. 8salvo en Tus Brazos, déjame recibir a Tu Hijo.


¿Qué me enseña esta lección?

Hemos olvidado nuestra verdadera identidad, hemos olvidado que somos Hijos de Dios.

En su lugar, hemos fabricado una realidad ilusoria; nos hemos identificado con un mundo que no es real, cuya condición es temporal y perecedera. 

Hemos puesto nuestra identidad en la imagen de un cuerpo y nuestra verdad se ha dejado en manos de la información que obtenemos a través de la percepción.

En esas circunstancias, creemos ser hijos del pecado y, como consecuencia de ello, nos sentimos merecedores del castigo que nos libere del peso de la culpa, que hemos hecho nuestra al pensar que hemos contravenido las Leyes del Cielo, las Leyes de nuestro Creador.

Vivimos unos efectos que dan lugar a la enfermedad, el sufrimiento, el dolor, la tristeza, la muerte y, hemos determinado, en lo más profundo de nuestro inconsciente, que la causa que origina todos esos efectos se encuentra en nuestra naturaleza pecaminosa.

Viendo el pecado en nuestro interior, lo proyectamos al exterior en un vano intento de liberarnos de él. Esa mente pecaminosa da lugar al juicio condenatorio de todo aquello que interpretamos malo y nocivo, cuando en verdad estamos juzgando aquello que llevamos dentro.

Hoy es un día maravilloso. Podría decir que es el mejor de todos, ya que el hijo del pecado deja atrás esa identidad para transformarse en el Hijo del Cielo, el puro e inocente Hijo de Dios.

Hoy mi comunión con Cristo es total. Hoy me perdono y perdono al mundo. Hoy abandono el miedo y doy la bienvenida al amor. Hoy tomo plena consciencia de que soy el Ser tal como Dios ha creado.

Ejemplo-Guía: "¿Cómo te imaginas ser Cristo?

Qué aparente contradicción estamos planteando al hacernos esta pregunta. Si soy el Hijo de Dios, soy su aspecto de amor, soy Cristo. Y si lo soy, ¿cómo puedo tener dificultad para imaginar lo que ya soy? Es como si, de repente, hubiésemos decidido padecer Alzheimer. Hemos decidido olvidar nuestra verdadera esencia y asumir una identidad diferente. 

Para que nuestra mente alcance a imaginar "ser Cristo", más que imaginar, lo que debe hacer es "recordar", que en definitiva podríamos considerarlo como un renacimiento. 

Ya hemos tenido ocasión de ver el significado de la palabra recordar. Decíamos, entonces, que recordar significa "pasar de nuevo por el corazón". Es curioso que una función que atribuimos a la mente, el recuerdo, nos lleve a un estado de consciencia donde el corazón adquiere un especial protagonismo. Algún día, la ciencia (ya hay precedentes científicos) descubrirá y aceptará que el corazón tiene mente. Desde el punto de vista espiritual, la mente lo es todo, mientras que a nivel científico, asociamos la mente con el cerebro. Pero debemos reflexionar sobre la mente que sirve a la visión de la separación, una mente con características seleccionadoras, y la mente que sirve a la unicidad, una mente con características unificadoras, una mente amorosa. 

Los que han escrito sobre la conexión Espíritu-Cuerpo nos revelan que el espíritu está conectado con el cuerpo a través de lo que denominan "Cordón Plateado", cuyo vértice se sitúa en el corazón. Lo menciono como un dato curioso. Con la muerte física, dicho "cordón" se rompe y el espíritu se ve liberado de la conexión con el envoltorio material. 

Retomando el hilo del tema que hemos planteado, la invitación que nos propone esta lección es recordar nuestra verdadera identidad. Ese recuerdo es a su vez una invitación a cambiar de sistema de pensamiento, una invitación a desaprender todo lo que el mundo nos ha enseñado, una invitación a adoptar la condición de inocencia propia de un niño, libres de toda limitación, impecables, plenos y amorosos. 

“La visión de Cristo se otorga en el mismo instante en que se percibe” (T-14.II.8:3). 

“Cristo es el Hijo de Dios que no está en modo alguno separado de Su Padre y cuyos pensamientos son tan amorosos como el Pensamiento de Su Padre, mediante el cual fue creado” (T-11.VIII.9:4).  

El renacimiento de Cristo en nosotros es el significado del Segundo Advenimiento de Cristo, pues representa el fin del dominio del ego y la curación de la mente. 

Recordar a Cristo ha de llevarnos a crear en Su Nombre, es decir, ha de llevarnos a extender el Amor y la belleza de Dios. 

Si buscamos una señal para reconocer a Cristo, esa señal es el rostro de cada uno de los hermanos con quienes te cruzas, que se convierte en un testigo de Cristo o del ego, según lo que decidamos percibir en él.

"Cada Hijo de Dios es uno en Cristo porque su ser está en Cristo, al igual como el de Cristo está en Dios. El Amor de Cristo por ti es Su Amor por Su Padre, que Él conoce porque conoce el Amor de Su Padre por Él" (T-12.VI.6:1-2). 

Un Curso de Milagros, en el capítulo 24, dedica un apartado que titula "El Cristo en ti", del cual quiero compartir parte de su contenido: 

¿De dónde podría proceder tu paz sino del perdón? El Cristo en ti contempla solamente la verdad y no ve ninguna condenación que pudiese necesitar perdón. Él está en paz porque no ve pecado alguno. Identifícate con Él, ¿y qué puede tener Él que tú no ten­gas? Cristo es tus ojos, tus oídos, tus manos, tus pies. ¡Qué afa­bles son los panoramas que contempla, los sonidos que oye! ¡Qué hermosa la mano de Cristo, que sostiene a la de Su hermano! ¡Y con cuánto amor camina junto a él, mostrándole lo que se puede ver y oír, e indicándole también dónde no podrá ver nada y dónde no hay ningún sonido que se pueda oír!” (T-24.V.3:1-7).

“Regocíjate de no tener ojos con los que ver, ni oídos con los que oír, ni manos con las que sujetar nada, ni pies a los que guiar. Alégrate de que el único que pueda prestarte los Suyos sea Cristo, mientras tengas necesidad de ellos. Los Suyos son ilusio­nes también, lo mismo que los tuyos. Sin embargo, debido a que sirven a un propósito diferente, disponen de la fuerza de éste. Y derraman luz sobre todo lo que ven, oyen, sujetan o guían, a fin de que tú puedas guiar tal como fuiste guiado” (T-24.V.5:1-5). 

“El Cristo en ti está muy quedo. Él sabe adónde te diriges y te conduce allí dulcemente, bendiciéndote a lo largo de todo el tra­yecto. Su Amor por Dios reemplaza todo el miedo que creíste ver dentro de ti. Su santidad hace que Él se vea a Sí Mismo en aquel cuya mano tú sujetas, y a quien conduces hasta Él. Y lo que ves es igual a ti. Pues, ¿a quién sino a Cristo se puede ver, oír, amar y seguir a casa? Él te contempló primero, pero recono­ció que no estabas completo. De modo que buscó lo que te completa en cada cosa viviente que Él contempla y ama. Y aún lo sigue buscando, para que cada una pueda ofrecerte el Amor de Dios” (T-24.V.6:1-9).

“Aun así, Él permanece muy quedo, pues sabe que el amor está en ti ahora, asido con firmeza por la misma mano que sujeta a la de tu hermano. La mano de Cristo sujeta a todos sus hermanos en Sí Mismo. Él les concede visión a sus ojos invidentes y les canta himnos celestiales para que sus oídos dejen de oír el estruendo de las batallas y de la muerte. Él se extiende hasta otros a través de ellos, y les ofrece Su mano para que puedan bendecir toda cosa viviente y ver su santidad. Él se regocija de que éstos sean los panoramas que ves, y de que los contemples con Él y compartas Su dicha. Él está libre de todo deseo de ser especial y eso es lo que te ofrece, a fin de que puedas salvar de la muerte a toda cosa viviente y recibir de cada una el don de vida que tu perdón le ofrece a tu Ser. La visión de Cristo es lo único que se puede ver. El canto de Cristo es lo único que se puede oír. La mano de Cristo es lo único que se puede asir. 10No hay otra jornada, salvo caminar con Él” (T-24.V.7:1-9).

Reflexión: ¿Cómo crees que nos salvará Cristo del "malvado" ser que hemos fabricado? 

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (5ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (5ª parte).

6. Su impecabilidad es lo que los ojos que ven pueden contemplar. 2Su hermosura, lo que ven en todo. 3Y es a Él a Quien buscan por todas partes, y no hay panorama, tiempo o lugar donde Él no esté. 4En la santidad de tu hermano -el marco perfecto para tu salva­ción y para la salvación del mundo- se encuentra el radiante recuerdo de Aquel en Quien tu hermano vive y en Quien tú vives junto con él. 5No te dejes cegar por el velo del deseo de ser espe­cial que oculta la faz de Cristo de los ojos de tu hermano, así como de los tuyos. 6No permitas tampoco que el temor a Dios te siga privando de la visión que Dios dispuso que tuvieses. 7El cuerpo de tu hermano no te muestra a Cristo. 8A Él sólo se le puede ver dentro del marco de su santidad.

En esta ocasión, el texto nos invita a mirar a los demás reconociendo su impecabilidad y hermosura, más allá de sus errores, apariencias o deseos de ser especiales. Nos recuerda que la verdadera visión espiritual no se basa en el cuerpo ni en las apariencias externas, sino en la santidad interior que compartimos todos. Si permitimos que el deseo de ser especial o el temor a Dios nuble nuestra visión, perdemos la oportunidad de ver la verdad y la unidad que nos conecta. Al contemplar la santidad en los demás, recordamos nuestra propia conexión con lo divino y facilitamos la salvación y la paz tanto para nosotros como para el mundo.

Pongamos en práctica este mensaje a través unos ejemplos cotidianos:

En la familia: Si tu hijo está pasando por una etapa difícil, en vez de centrarte en sus errores, recuérdale sus cualidades y apóyalo, viendo más allá de sus fallos.

Si hay discusiones entre hermanos, elige ver lo bueno y lo valioso en cada uno, fomentando el diálogo y la reconciliación.

Si un familiar te decepciona, dale la oportunidad de explicarse y muestra comprensión, ayudando a restaurar la armonía.

En el trabajo: Si un compañero tiene una actitud negativa, elige ver su potencial y su capacidad de cambiar. Ofrécele ayuda o comprensión, en vez de juzgarlo solo por su comportamiento actual.

Si surge un conflicto con tu jefe, escucha con apertura y busca aprender de la situación, en vez de reaccionar a la defensiva.

Si hay rivalidad en el equipo, propón actividades colaborativas y reconoce los logros de los demás para fomentar la unidad.

En la pareja: Cuando surgen desacuerdos, recuerda que lo más importante es la conexión y el amor que los une. Elige ver la “hermosura” y la santidad en tu pareja, lo que facilita el perdón y la reconciliación.

Si tu pareja comete un error, apóyala en su proceso de aprendizaje y crecimiento, en vez de centrarte en el fallo.

Con amigos:  Si un amigo te decepciona, en vez de alejarte o guardar rencor, dale una oportunidad para explicarse y muestra comprensión. Así, fortaleces la amistad y te liberas del peso del juicio.

Si hay malentendidos, busca el diálogo abierto y la empatía para sanar la relación.

Contigo mismo: Si te equivocas, en vez de castigarte, reconoce tu valor y tu capacidad de aprender. Trátate con la misma compasión que te gustaría recibir de los demás.

Cuando te sientas tentado a compararte o a buscar ser especial, recuerda que tu verdadero valor está en tu esencia, no en las apariencias.

Pérdida de un ser querido: El texto invita a mirar más allá de la apariencia física y los límites del cuerpo, recordando que la verdadera esencia de nuestro ser querido es impecable, hermosa y eterna. Nos anima a no quedarnos atrapados en el dolor de la separación física, sino a reconocer la santidad y la unión espiritual que permanece intacta. Al ver la santidad en quienes han partido, recordamos que la conexión con ellos y con Dios no se rompe por la muerte, sino que trasciende el tiempo y el espacio. Esta visión nos ayuda a sanar el duelo, a encontrar paz y a transformar el dolor en un recuerdo amoroso y esperanzador.

miércoles, 29 de octubre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 302

LECCIÓN 302

Donde antes había tinieblas, ahora contemplo la luz.

1. Padre, por fin estamos abriendo los ojos. 2Tu santo mundo nos espera, pues por fin hemos recobrado la visión y podemos ver. 3Pensábamos que estábamos sufriendo. 4Pero era que nos habíamos olvidado del Hijo que Tú creaste. 5Ahora vemos que las tinieblas son el producto de nuestra propia imaginación y que la luz está ahí para que la contemplemos. 6La visión de Cristo transforma las tinieblas en luz, pues el miedo no puede sino desaparecer ante la llegada del amor. 7Déjame perdonar hoy Tu santo mundo, para poder contemplar su santidad y entender que no es sino el reflejo de la mía.

2. Nuestro Amor nos espera conforme nos dirigimos a Él y, al mismo tiempo, marcha a nuestro lado mostrándonos el camino. 2No puede fracasar en nada. 3Él es el fin que perseguimos, así como los medios por los que llegamos a Él.


¿Qué me enseña esta lección?

Es tan fácil que no lo podemos creer. Sin embargo, lo es.

Es tan fácil como elegir el amor en vez del miedo.

Es tan fácil como dejar de creer en el pecado y reconocernos como seres inocentes.

Es tan fácil como dejar de sentirnos culpables y perdonar los errores que hayamos podido cometer.

Es tan fácil como dejar de castigarnos y ser misericordiosos.

Es tan fácil como dejar de sufrir y sentirnos abundantes y dichosos.

Es tan fácil como abandonar la tristeza y disfrutar de la alegría.

Es tan fácil como dejar de vernos separados y visionar la Unidad.

Sí, es tan fácil.

Sin embargo, tememos escoger el amor porque creemos que sacrificamos nuestra libertad.
Tememos a nuestro Creador porque creemos que le hemos fallado.
Tememos no hallar un camino que sea satisfactorio ante los ojos de Dios, uno que nos asegure la purificación, y por eso optamos por el dolor y el rigor.
Tememos no ser perdonados cuando no estamos dispuestos a demostrar nuestro amor mediante actos de sacrificio.

Nos prohibimos estar alegres cuando la situación exige estar triste.

Sí, es tan fácil como elegir el amor en vez del miedo.

Ejemplo-Guía: "Crees que es fácil ver luz, allí donde antes veíamos tinieblas".

Todos cuantos hemos experimentado en nuestros sueños nocturnos el terror que ocasiona vivir una pesadilla, sabemos agradecer el poder que otorga la luz que nos devuelve al estado que llamamos, en este mundo, realidad.

Un suspiro profundo precede y culmina la expresión de un corazón afligido por el llanto. Lo que vivimos durante el sueño fue tan real que nuestro cuerpo aún refleja la reacción traumática que nos dejó la oscura pesadilla.

Esa experiencia vivida durante el sueño, junto con la claridad que nos aporta la luz para entender que todo fue una ilusión, nos sirve como referencia para reflexionar sobre los estados en los que nuestra mente se encuentra dominada por el miedo, al percibir la oscuridad en forma de pérdidas, fracasos, enfermedades, desuniones, agresiones, entre otros.

Cuando interpretamos los efectos que percibimos en el mundo material como una fuente de miedo, estamos eligiendo tener sueños de muerte. Vivir así es estar inmersos en la falsedad, atrapados en la ilusión y en la creencia errónea de que estamos desconectados de nuestra Fuente Creadora.

La pregunta que nos hemos planteado al principio es: ¿es sencillo cambiar los sueños de muerte por sueños de vida? Dicho de otra forma, ¿es fácil encontrar luz donde antes solo veíamos oscuridad?

No haremos una encuesta, porque la respuesta es evidente. No vamos a preguntar al vecino ni al de más allá, cuando la respuesta está dentro de nosotros mismos. 

Imaginemos una situación cotidiana: estamos en casa, llaman a la puerta y nos informan de que nuestro hijo ha tenido un accidente de coche y está hospitalizado (sin entrar en más detalles). De inmediato, percibimos esto como una experiencia "trágica"; nuestra mente se nubla y sentimos desconcierto. A partir de ahí, se activan todos los mecanismos mentales, especialmente el miedo, y sin darnos cuenta empezamos a imaginar lo peor de manera descontrolada. Aunque nos hayan dicho que el accidente no es grave, nuestra mente se aferra a una visión dramática que no logramos cambiar.

¿Cómo podemos ver la luz en una experiencia semejante?


Estas cosas no se logran de la noche a la mañana. Es importante tener la certeza de que la luz nos ayuda a entender que nuestra pesadilla no era más que una ilusión. Con esto quiero decir que debemos tomar conciencia de que la luz disipa las tinieblas, y la mejor forma de hacerlo es experimentándolo. La única manera de lograrlo es practicando elecciones en situaciones que consideramos de menor importancia. Por ejemplo, pierdes algo a lo que le habías dado mucho valor material, pero decides no dejar que el dolor de la pérdida te afecte y dejas ir la experiencia. Al mismo tiempo, puedes intentar ver que esa pérdida te ha dejado un valor añadido (la luz); ahora ya no estás apegado a lo material.

Cuando adquirimos práctica al tomar este tipo de decisiones, es decir, cuando aprendemos a ver las cosas desde otra perspectiva, desde la claridad y la certeza de que todo efecto tiene una causa que radica en la mente, en el pensamiento, podemos enfrentar situaciones aparentemente más "trágicas" y responder con una visión donde la comprensión nos permite mantener la paz interior. Siempre tenemos la opción de elegir. Tal vez no podamos evitar el dolor, pero sí podemos evitar experimentarlo desde el sufrimiento.

Reflexión: ¿Por qué elegimos ver las tinieblas a la luz?

Capítulo 24. VI. Cómo escaparse del miedo (4ª parte).

VI. Cómo escaparse del miedo (4ª parte).

5. Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo. 2Ve en su libertad la tuya propia, pues así es. 3No dejes que su deseo de ser especial nuble la verdad que mora en él, pues no te podrás escapar de ninguna ley de muerte a la que lo condenes. 4Y un solo pecado que veas en él será suficiente para manteneros a ambos en el infierno. 5Mas su perfecta impe­cabilidad os liberará a ambos, pues la santidad es totalmente imparcial y sólo emite un juicio con respecto a todo lo que con­templa. 6Y ese juicio no lo emite sola, sino a través de la Voz que habla por Dios en todo aquello que vive y que comparte Su Ser.

Jesús nos invita a mirar a los demás más allá de sus errores, apariencias o deseos de ser especiales, y a reconocer en ellos una libertad y una santidad que también es nuestra. Nos recuerda que cuando juzgamos o condenamos a otra persona, en realidad nos estamos atando a nosotros mismos a esa misma condena, perpetuando el conflicto y la separación. Por el contrario, si elegimos ver la impecabilidad y el valor en los demás, nos liberamos juntos, porque la verdadera visión espiritual es imparcial y ve a todos como igualmente dignos y libres.

Además, el texto subraya que la visión correcta no proviene de nuestros propios juicios, sino de una Voz interior (la Voz de Dios o del Espíritu Santo) que reconoce la verdad y la unidad en todo lo que vive. Así, se nos anima a dejar de lado el deseo de ser especiales o diferentes, y a practicar una mirada compasiva y justa, que sana tanto a quien la ofrece como a quien la recibe.

En la vida diaria, esto significa que cada vez que elijamos perdonar, comprender o ver lo bueno en otra persona, no solo la liberas a ella de nuestros juicios, sino que también nos liberamos nosotros mismos del peso del resentimiento y el miedo. Es una invitación a practicar la igualdad, la compasión y la visión espiritual en todas nuestras relaciones.

Algunos ejemplos prácticos para aplicar el mensaje del texto “Mira a tu hermano y ve en él lo opuesto a las leyes que parecen regir este mundo...” en la vida diaria:

En la familia: Si un familiar comete un error o tiene una actitud que te molesta, en vez de juzgarlo o recordarle sus fallos, elige ver su valor y su capacidad de cambiar. Por ejemplo, si tu hijo suspende un examen, apóyalo y recuérdale sus logros anteriores, en vez de centrarte en el error.

En el trabajo: Si un compañero se equivoca o actúa de forma poco colaborativa, en vez de criticarlo o hablar mal de él, busca comprender su situación y ofrécele ayuda para mejorar. Así, contribuyes a un ambiente más positivo y colaborativo.

En la pareja: Si tienes una discusión, en vez de quedarte en el resentimiento o en lo que te separa, recuerda las cualidades y el amor que los une. Esto facilita el perdón y la reconciliación.

Con amigos: Si un amigo te decepciona, en vez de alejarte o guardar rencor, dale una oportunidad para explicarse y muestra comprensión. Así, fortaleces la amistad y te liberas del peso del juicio.

Contigo mismo: Si cometes un error, en vez de castigarte o pensar que no tienes remedio, reconoce tu valor y tu capacidad de aprender y mejorar. Trátate con la misma compasión que te gustaría recibir de los demás.

martes, 28 de octubre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 301

¿Qué es el Segundo Advenimiento?

1. El Segundo Advenimiento de Cristo, que es tan seguro como Dios, es simplemente la corrección de todos los errores y el resta­blecimiento de la cordura. 2Es parte de la condición que reins­taura lo que nunca se perdió y re-establece lo que es eternamente verdad. 3Es la invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones: la señal de que estás dis­puesto a dejar que el perdón descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas.

2. La naturaleza totalmente inclusiva del Segundo Advenimiento de Cristo es lo que le permite envolver al mundo y mantenerte a salvo en su dulce llegada, la cual abarca a toda cosa viviente junto contigo. 2La liberación la que el Segundo Advenimiento da lugar no tiene fin, pues la creación de Dios es ilimitada. 3La luz del perdón ilumina el camino del Segundo Advenimiento porque refulge sobre todas las cosas a la vez y cual una sola. 4Y así, por fin, se reconoce la unidad.

3. El Segundo Advenimiento marca el fin de las enseñanzas del Espíritu Santo, allanando así el camino para el juicio Final, en el que el aprendizaje termina con un último resumen que se exten­derá más allá de sí mismo hasta llegar a Dios. 2En el Segundo Advenimiento, todas las mentes se ponen en manos de Cristo, para serle restituidas al espíritu en el nombre de la verdadera creación y de la Voluntad de Dios.

4. El Segundo Advenimiento es el único acontecimiento en el tiempo que el tiempo mismo no puede afectar. 2Pues a todos los que vinieron a morir aquí o aún han de venir, o a aquellos que están aquí ahora, se les libera igualmente de lo que hicieron. 3En esta igualdad se reinstaura a Cristo como una sola Identidad, en la Cual los Hijos de Dios reconocen que todos ellos son uno solo. 4Y Dios el Padre le sonríe a Su Hijo, Su única creación y Su única dicha.

5. Ruega, pues, por que el Segundo Advenimiento tenga lugar pronto, pero no te limites a eso. 2Pues necesita tus ojos, tus oídos, tus manos y tus pies. 3Necesita tu voz. 4Pero sobre todo, necesita tu buena voluntad. 5Regocijémonos de que podamos hacer la Vo­luntad de Dios y unirnos en Su santa luz. 6¡Pues mirad!, el Hijo de Dios es uno solo en nosotros, y podemos alcanzar el Amor de nuestro Padre a través de él.


LECCIÓN 301

Y Dios Mismo enjugará todas las lágrimas.

1. Padre, a menos que juzgue no puedo sollozar. 2Tampoco puedo experi­mentar dolor o sentirme abandonado o creer que no se me necesita en este mundo. 3Éste es mi hogar porque no lo juzgo, y, por lo tanto, es únicamente lo que Tú quieres que sea. 4Hoy lo quiero contemplar sin condenarlo, a través de ojos felices que el perdón haya liberado de toda distorsión. 5Hoy quiero ver Tu mundo en lugar del mío. 6me olvidaré de todas las lágrimas que he derramado, pues su fuente ha desaparecido. 7Padre, hoy no juzgaré Tu mundo.                           `

2. El mundo de Dios es un mundo feliz. 2Los que lo contemplan pueden tan sólo sumar a él su propia dicha y bendecirlo por ser causa de una mayor dicha para ellos. 3Llorábamos porque no entendíamos. 4Pero hemos aprendido que el mundo que veíamos era falso, y hoy vamos contemplar el de Dios.


¿Qué me enseña esta lección?

Juzgar el mundo nos lleva a prestarle nuestra atención y a verlo con los ojos del cuerpo, los cuales tan sólo perciben la separación.

El juicio abre la puerta a la condena. Al condenar, atacamos y creamos una conexión de odio, dolor y sufrimiento con el mundo que nos rodea.

Cada vez que juzgamos, estamos olvidando nuestra verdadera esencia; negamos la Unidad que nos conecta con todo lo creado y proyectamos en los demás la percepción que tenemos de nosotros mismos, tanto consciente como inconscientemente.

Cuando logramos ver a Dios reflejado en el rostro de los demás, estamos viendo con claridad y reconociendo el auténtico lazo que nos conecta con toda la creación.

Ese reconocimiento nos hace tomar conciencia de que el juicio que hacemos de los demás es el juicio que hacemos de nosotros mismos. Todo lo que damos, nos lo damos a nosotros mismos, pues recibimos aquello que hemos dado.

Contemplar el mundo con los ojos del espíritu, con la visión de la Unidad, nos hace contemplar el verdadero rostro de Dios.

Ejemplo-Guía: "La dinámica del juicio"

La definición oficial que nos aporta la Real Academia Española del término juzgar es la siguiente:

  • Dicho de un juez o un tribunal: Determinar si el comportamiento de alguien es contrario a la ley, y sentenciar lo procedente.
  • Dicho de un juez o un tribunal: Determinar si un hecho es contrario a la ley, y sentenciar lo procedente.
  • Formar opinión sobre algo o alguien.
  • Considerar a alguien o algo de la manera que se indica.
  • Creer u opinar algo.
  • Afirmar, previa la comparación de dos o más ideas, las relaciones que existen entre ellas.

De estas aportaciones, destaco dos ideas que me parecen interesantes para abordar el tema que hemos elegido como reflexión: creer y comparar.

El juicio se basa en una creencia, lo que nos lleva a comparar lo que percibimos con esa creencia. Por eso, la esencia del juicio está en el nivel de las "causas", es decir, en la mente, de donde nacen nuestras creencias.

Debemos tener en cuenta que, cuando hablamos de "creencia", no nos referimos a "Conocimiento", que implica la comunicación directa con nuestro Creador. La creencia es parte de la visión elegida por el Hijo de Dios, lo que da lugar a la separación. En el mundo de la Unidad, en la Eternidad, en el Cielo, existe el Conocimiento, que es la verdadera vía de relación con nuestra Fuente Creadora.


La creencia da paso al juicio porque se fundamenta en la visión de la separación y la dualidad, lo que lleva a comparar nuestra perspectiva con la de los demás. El juicio, entonces, nos impulsa a otorgar valor a lo que percibimos. Si interpretamos nuestra percepción como buena, la experiencia se considera positiva, mientras que, si la juzgamos como mala, la clasificamos como negativa. Así, la creencia-juicio forma nuestro sistema de pensamiento habitual, haciendo que nuestra mente reaccione automáticamente a estas creencias. Esto provoca que, ante situaciones que nuestra mente interprete como similares a experiencias previas, respondamos de la misma manera, incluso antes de que ocurran. De hecho, muchas veces estas situaciones ni siquiera se producen, pero la predisposición de nuestra mente, moldeada por creencias adquiridas, nos lleva a reaccionar inconscientemente ante esa posibilidad.

Por ejemplo, a lo largo de la vida nos hemos enfrentado a ciertos retos y, al no lograr nuestros objetivos, nuestra mente evalúa esas experiencias. Concluimos que no somos capaces de hacer lo que intentamos. Ese juicio, con un tono condenatorio, queda grabado en nuestra mente como una creencia: ¡no soy bueno para esto!

La vida no deja de ponernos en situaciones similares, y aquello que buscamos lograr nos resulta atractivo. Nos llaman para una nueva entrevista, una oportunidad más para cumplir nuestras expectativas. Sin embargo, no podemos evitar que surjan pensamientos de temor basados en experiencias pasadas. La inseguridad crece tanto que nos paraliza. El miedo nos domina, a veces hasta el punto de generar inconscientemente obstáculos que nos impiden enfrentar la situación. ¿Quién no se ha sentido enfermo solo de pensar en enfrentarse a algo que le da miedo? De niño, cuando no quería ir a la escuela, me inventaba una enfermedad que terminaba creyendo real.

Adentrémonos en las enseñanzas compartidas en el Curso y busquemos información que nos ayude a profundizar sobre el tema del juicio:

El Capítulo 3, apartado VI, está dedicado a "Los juicios y el problema de la autoridad". Recordemos su contenido: 

Los juicios y el problema de la autoridad.

“Hemos hablado ya del juicio Final, aunque no con gran detalle. Después del juicio Final no habrá ningún otro. Dicho juicio es simbólico porque más allá de la percepción no hay juicios. Cuando la Biblia dice "No juzguéis y no seréis juzgados" lo que quiere decir es que si juzgas la realidad de otros no podrás evitar juzgar la tuya propia” (T-3.VI.1:1-4). 

“La decisión de juzgar en vez de conocer es lo que nos hace perder la paz. Juzgar es el proceso en el que se basa la percep­ción, pero no el conocimiento. He hecho referencia a esto ante­riormente al hablar de la naturaleza selectiva de la percepción, y he señalado que la evaluación es obviamente su requisito previo. Los juicios siempre entrañan rechazo. Nunca ponen de relieve solamente los aspectos positivos de lo que juzgan, ya sea en ti o en otros. Lo que se ha percibido y se ha rechazado, o lo que se ha juzgado y se ha determinado que es imperfecto permanece en tu mente porque ha sido percibido. Una de las ilusiones de las que adoleces es la creencia de que los juicios que emites no tienen ningún efecto. Esto no puede ser verdad a menos que también creas que aquello contra lo que has juzgado no existe. Obvia­mente no crees esto, pues, de lo contrario, no lo habrías juzgado. En última instancia, no importa si tus juicios son acertados o no, pues, en cualquier caso, estás depositando tu fe en lo irreal. Esto es inevitable, independientemente del tipo de juicio de que se trate, ya que juzgar implica que abrigas la creencia de que la realidad está a tu disposición para que puedas seleccionar de ella lo que mejor te parezca” (T-3.VI.2:1-12). 

“No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tus hermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase. Cuando reconozcas lo que eres y lo que tus hermanos son, te darás cuenta de que juzgarlos de cualquier forma que sea no tiene sentido. De hecho, pierdes el significado de lo que ellos son precisamente porque los juzgas. Toda incerti­dumbre procede de la creencia de que es imprescindible juzgar. No tienes que juzgar para organizar tu vida, y definitivamente no tienes que hacerlo para organizarte a ti mismo. En presencia del conocimiento todo juicio queda, automáticamente suspendido, y éste es el proceso que le permite al conocimiento reemplazar a la percepción” (T-3.VI.3:1-6). 

“Tienes miedo de todo aquello que has percibido y te has negado a aceptar. Crees que por haberte negado a aceptarlo has perdido control sobre ello. Por eso es por lo que lo ves en pesadillas, o disfrazado bajo apariencias agradables en lo que parecen ser tus sueños más felices. Nada que te hayas negado a aceptar puede ser llevado a la conciencia. De por sí, no es peligroso, pero tú has hecho que a ti te parezca que lo es” (T-3.VI.4:1-5). 

“Cuando te sientes cansado es porque te has juzgado a ti mismo como capaz de estar cansado. Cuando te ríes de alguien es por­que has juzgado a esa persona como alguien que no vale nada. Cuando te ríes de ti mismo no puedes por menos que reírte de los demás, aunque sólo sea porque no puedes tolerar la idea de ser menos que ellos. Todo esto hace que te sientas cansado, ya que es algo básicamente descorazonador. No eres realmente capaz de estar cansado, pero eres muy capaz de agotarte a ti mismo. La fatiga que produce el juzgar continuamente es algo realmente intolerable. Es curioso que una habilidad tan debili­tante goce de tanta popularidad. No obstante, si deseas ser el autor de la realidad, te empeñarás en aferrarte a los juicios. También les tendrás miedo, y creerás que algún día serán usados con­tra ti. Sin embargo, esta creencia sólo puede existir en la medida en que creas en la eficacia de los juicios como un arma para defender tu propia autoridad” (T-3.VI.5:1-10).

¿Qué nos dice el Curso con respecto al origen del juicio? 

"En la mente que Dios creó perfecta como Él Mismo se adentró un sueño de juicios. Y en ese sueño el Cielo se trocó en infierno, y Dios se convirtió en el enemigo de Su Hijo. ¿Cómo puede desper­tar el Hijo de Dios de este sueño? Es un sueño de juicios. Para despertar, por lo tanto, tiene que dejar de juzgar. Pues el sueño parecerá prolongarse mientras él forme parte de él. No juzgues, pues el que juzga tiene necesidad de ídolos para evitar que sus juicios recaigan sobre él mismo. No puede tampoco conocer al Ser al que ha condenado. No juzgues, pues si lo haces, pasas a formar parte de sueños malvados en los que los ídolos se convier­ten en tu "verdadera" identidad, así como en la salvación del jui­cio que, lleno de terror y culpabilidad, emitiste acerca de ti mismo" (T-29.IX.2:1-9).

Las enseñanzas nos dicen que:

"Todo lo que vemos afuera es el juicio de lo que vemos dentro. Si es nuestro propio juicio, será erróneo, pues nuestra función no es juzgar" (T-12.VII.12:4-5). 

En cambio, si es el juicio del Espíritu Santo, será correcto, pues Su función es juzgar. En este sentido, el Curso añade: 

"Tú compartes Su función sólo cuando juzgas tal como Él lo hace, sin juzgar nada por tu cuenta. Juzgarás contra ti mismo, pero Él juzgará a tu favor" (T-12.VII.12:7-8).

¿Cómo juzga el Espíritu Santo? 

"El Espíritu Santo separa lo verdadero de lo falso en tu mente, y te enseña a juzgar cada pensamiento que dejas que se adentre en ella a la luz de lo que Dios puso allí. El Espíritu Santo, con vistas a reforzar el Reino en ti, conserva lo que está de acuerdo con esa luz, y acepta y purifica lo que está parcialmente de acuerdo con el Reino. Mas lo que está en completo desacuerdo lo rechaza juzgando contra ello" (T-6.V.C.1:2-5).

Y sigue: 

"El Espíritu Santo no te enseña a juzgar a otros porque no quiere que enseñes nada que sea erróneo, y que, de este modo, tú mismo lo aprendas. No sería consistente si te permitiera reforzar lo que debes aprender a evitar. En la mente del pensador, por lo tanto, el Espíritu Santo es enjuiciador, pero sólo a fin de unificar la mente de modo que pueda percibir sin emitir juicios. Esto le permite a la mente enseñar sin emitir juicios y, por consiguiente, aprender a estar libre de ellos. Esta rectificación es necesaria sólo en tu mente, a fin de que dejes de proyectar en lugar de extender" (T-6.V.C.2:1-5).


Reflexión: Cuando juzgas, te juzgas a ti mismo. 

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 307

LECCIÓN 307 Abrigar deseos conflictivos no puede ser mi voluntad. 1. Padre, Tu Voluntad es la mía, y nada más lo es. 2 No hay otra volun­ta...