i. La atracción del dolor (2ª parte).
12. Es imposible tratar de obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. 2Es esencial que esta relación se entienda, ya que el ego la considera la prueba del pecado. 3En realidad no es punitiva en absoluto. 4Pero sí es el resultado inevitable de equipararte con el cuerpo, lo cual es la invitación al dolor. 5Pues ello le abre las puertas al miedo, haciendo que se convierta en tu propósito. 6La atracción de la culpabilidad no puede sino entrar con él, y cualquier cosa que el miedo le ordene hacer al cuerpo es, por lo tanto, dolorosa. 7Este compartirá el dolor de todas las ilusiones, y la ilusión de placer se experimentará como dolor.
Considero importante conocer la aplicación de la ley de causa y efecto, dado que nos mostramos incrédulos y nos consideramos víctimas de la mala suerte, cuando la vida nos lleva a enfrentarnos a situaciones dolorosas que consideramos injustas. En esos momentos de incredulidad no sabemos reconocer la relación existente entre lo que experimentamos y nuestras creencias. Preferimos proyectar nuestra ignorancia y culpar al mundo de lo que nos ocurre. Siempre nos resultará más fácil y cómodo, para nuestra conciencia, encontrar al causante fuera de nosotros mismos. Será nuestra pareja, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros jefes, nuestros enemigos, y cuando ya se nos ha agotado la lista de culpables, elevamos nuestra mirada al cielo y exclamamos: ¡Padre, por qué me mandas estas pruebas! ¿Qué te he hecho para merecer tu castigo?
13. ¿No es acaso esto inevitable? 2El cuerpo, a las órdenes del miedo, irá en busca de culpabilidad y servirá a su amo, cuya atracción por la culpabilidad mantiene intacta toda la ilusión de su existencia. 3En esto consiste, pues, la atracción del dolor. 4Regido por esta percepción, el cuerpo se convierte en el siervo del dolor, lo persigue con un gran sentido del deber y acata la idea de que el dolor es placer. 5Ésta es la idea que subyace a la excesiva importancia que el ego le atribuye al cuerpo. 6Y mantiene oculta esta relación demente, si bien, se nutre de ella. 7A ti te enseña que el placer corporal es felicidad. 8Mas a sí mismo se susurra: "Es la muerte".
Si por todo lo dicho hemos alcanzado a comprender la profundidad que nos enseña la ley de causa y efecto, estaremos en condiciones de afirmar que el error siempre se encuentra en el nivel de la mente, en el nivel de las creencias, en el nivel de las causas, en el nivel de la voluntad, que se convierte en el motor que nos impulsa a crear.
La falta de esa claridad en nuestra visión nos ha llevado a identificar al agente causante en el lugar equivocado, pues lo hemos situado en el nivel físico, el cual está regido por leyes temporales y efímeras como la ilusión. En dicho nivel, el cuerpo adquiere el principal protagonismo y se le atribuye la calidad de ser el promotor de todos nuestros actos y, como consecuencia de ello, se le atribuye igualmente la capacidad para aportarnos placer o dolor.
Si llegamos a esta conclusión, estaremos obviando una cuestión esencial. El cuerpo es la elección de dirigir nuestra voluntad en una dirección que nos ha llevado a un estado de conciencia perceptiva que da lugar a la temporalidad, pues no es eterna, sino transitoria. No somos realmente lo que percibimos. Somos el observador, la mente a través de la cual tiene lugar lo percibido. No somos el sueño, somos el soñador del sueño. Por lo tanto, no podemos ver en el cuerpo al agente causante, sino que dicho agente es nuestra mente.
Bajo esta nueva perspectiva, debemos preguntarnos: ¿dónde se cuenta la fuente de la paz, del placer, de la dicha? ¿Dónde se encuentra la fuente del dolor, del sufrimiento, del miedo?
¿En el cuerpo o en la mente?
14. ¿Por qué razón es el cuerpo tan importante para ti? 2Aquello de lo que se compone ciertamente no es valioso. 3Y es igualmente cierto que no puede sentir nada. 4Te transmite las sensaciones que tú deseas. 5Pues el cuerpo, al igual que cualquier otro medio de comunicación, recibe y transmite los mensajes que se le dan. 6Pero éstos le son completamente indiferentes. 7Todos los sentimientos con los que se revisten dichos mensajes los proporcionan el emisor y el receptor. 8Tanto el ego como el Espíritu Santo reconocen esto, y ambos reconocen también que aquí el emisor y el receptor son uno y lo mismo. 9El Espíritu Santo te dice esto con alegría. 10El ego te lo oculta, pues no quiere que seas consciente de ello. 11¿Quién transmitiría mensajes de odio y de ataque si entendiese que se los está enviando a sí mismo? 12¿Quién se acusaría, se declararía culpable y se condenaría a sí mismo?
La ciencia, uno de los baluartes más importantes para el sistema de pensamiento egoico, ha descubierto el funcionamiento de la ley de causación. Pero su alcance lo circunscribe a los límites donde deposita su conciencia, esto es, en los límites que le marca el mundo en el que cree, en el perceptivo. La ciencia de hoy defiende su postulado de la verdad con base en su creencia en lo que es capaz de pesar y medir; dicho de otro modo, cree tan solo en lo que perciben sus sentidos físicos. Así pues, la ley de causa y efecto solo se aplica al mundo percibido, descartando la posibilidad de que la mente, en lugar del cuerpo, sea el agente causante.
Por ello, el cuerpo es tan importante para nuestro actual estado de conciencia, la cual cayó en un profundo sueño cuando eligió alimentarse por sí misma, del cual aún no ha despertado.