viernes, 17 de octubre de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 290

LECCIÓN 290

Lo único que veo es mi actual felicidad.

1. A menos que contemple lo que no está ahí, lo único que veo es mi actual felicidad. 2Los ojos que comienzan a abrirse por fin pue­den ver. 3Y deseo que la visión de Cristo descienda sobre mí hoy mismo. 4Pues lo que percibo a través de mi propia vista sin la Corrección que Dios me dio para ella, es atemorizante y doloroso de contemplar. 5Mas no voy a permitir que mi mente se siga enga­ñando un solo instante más, creyendo que el sueño que inventé es real. 6Éste es el día en que voy en pos de mi actual felicidad y en el que no he de contemplar nada que no sea lo que busco.

2. Con esta resolución vengo a Ti, y te pido que me prestes tu fortaleza, mientras procuro únicamente hacer Tu Voluntad. 2No puedes dejar de oírme, Padre. 3Pues lo que pido ya me lo has dado. 4Y estoy seguro de que hoy veré mi felicidad.


¿Qué me enseña esta lección?

Hago realidad lo que decido observar. Si enfoco mi atención en el mundo material, la energía creadora tomará la forma de partículas, que son las que constituyen la dimensión material.

La atención proyectada en el mundo físico nos hace identificarnos con los ropajes del cuerpo material, creer en la percepción de la individualidad y aceptar la idea de la separación.

La visión del ego se basa en la creencia errónea del pecado y la culpa. Sus relaciones están fundamentadas en el miedo, el ataque y la escasez. Tiene miedo del mundo que lo rodea; para protegerse, recurre al ataque como defensa y percibe que al dar, pierde algo, lo que lo lleva a acumular y poseer.
Esa visión del mundo es absurda e ilusoria. Aunque el ego insiste persistentemente en buscar la felicidad, el resultado siempre es el fracaso, ya que la felicidad no puede pertenecer a algo irreal, y el mundo material no lo es.

La felicidad reside en la dimensión eterna, siendo el estado natural de Dios. Como Hijos de Dios, tenemos el potencial de portar ese estado del Ser. Sin embargo, para alcanzar esa frecuencia, debemos enfocar nuestra mente y tomar consciencia de nuestra verdadera esencia divina: el amor. Al hacerlo, comprenderemos que somos el soñador del sueño que creemos vivir, lo que nos permitirá elegir entre crear sueños felices o experimentar oscuras pesadillas.

Seremos felices cuando dejemos atrás la creencia en el pecado, la culpa, el castigo y la separación, y en su lugar, tomemos conciencia del perdón, la inocencia, la Expiación (corrección de errores) y la unicidad.

Ejemplo-Guía: "¿A qué llamamos felicidad?

Para mí, esta es la pregunta que debemos tener en mente: ¿Dónde ponemos nuestro corazón, en los tesoros de este mundo o en los tesoros que nos ofrece el Cielo?

Donde vivo, se dice a menudo: "Cada persona es un mundo". Cada uno tiene su propio orden de prioridades. Para algunos, la felicidad radica en satisfacer las necesidades más básicas, como alimentarse y disfrutar de un buen descanso. Sin embargo, lo que para muchos es algo cotidiano y habitual, para otros no está dentro de sus prioridades, y entonces buscan la felicidad en otro tipo de cosas. Como si fuera una escalera infinita, la felicidad parece ser siempre la satisfacción de aquello que no tenemos ni poseemos. En otras palabras, la felicidad es el antídoto que nos cura de la enfermedad de la carencia, de la cual todos los egos sufren.

Aunque la búsqueda de la felicidad puede presentarse de muchas formas, todas siguen un patrón común. Es un código regido por las reglas del ego, la visión de separación. Desde la perspectiva del ego, donde dar es perder, la felicidad se mezcla con el miedo. La dinámica es así: me siento carente y necesitado, entonces busco externamente algo que satisfaga mi apetito. Cuando consigo lo que necesito, intento acumularlo para mantener el gozo de forma permanente. Pero, en lugar de disfrutar plenamente de esa satisfacción, despertamos al miedo que llevamos dentro y arruinamos todo. La felicidad se vuelve agridulce: disfrutamos, pero tememos perder lo que tenemos.

El escenario del ego, el mundo de la percepción, no es donde hallaremos la verdadera felicidad, porque está sujeto a las leyes de la temporalidad, donde todo nace y muere. En lo alto de la escalera que conduce a la felicidad, encontramos un deseo oculto que alimenta al ego: el deseo de que el cuerpo sea eterno. Podría decirse que este deseo, evocado en tantas historias creadas por la imaginación de los novelistas, es simplemente la manifestación de un recuerdo ancestral de lo que realmente somos: seres eternos. 

El ego no puede negar su deseo de imitar a Dios, por lo que fabrica un mundo gobernado por sus propias leyes. Para el ego, probar que el cuerpo puede competir con la eternidad del Ser, al ser también eterno, sería la prueba definitiva de que Dios no existe. Mientras el cuerpo puede ser percibido, juzgado y transformado, la imagen de Dios carece de esa misma credibilidad.

Pero, para que el ego alcance su plena satisfacción, también tendría que convertir el logro de la eternidad y la perpetuidad en felicidad. Sin embargo, aunque lo busca incansablemente pasando de una conquista a otra, no lo conseguirá mientras no supere el miedo, y eso no sucederá, porque si lo hiciera, dejaría de existir.

Es momento de aclarar nuestras prioridades en torno a la felicidad. Hay que recordar que es un estado mental, independiente de lo que sucede en el exterior. Es una decisión que depende de nuestra mente y nuestras creencias. Por eso, si no vamos a encontrar la felicidad en este mundo mientras estemos en él, tendremos que desaprender las creencias que nos han hecho pensar que aquí es donde la encontraremos.

La felicidad, como el Plan de Salvación, no es un logro individual. No podemos ser plenamente felices si nuestro hermano no lo es. De hecho, alcanzaremos la verdadera felicidad cuando decidamos que nuestra dicha está en hacer felices a los demás. Al dar lo que tenemos, en lugar de perderlo, lo recibiremos multiplicado. Cuanta más felicidad compartamos, más felices seremos.


Reflexión: ¿Qué necesitamos para ver tan solo la felicidad?

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