IV. La entrada al arca (1ª parte).
1. Nada puede herirte a no ser que
le confieras ese poder. 2Mas tú confieres
poder según las leyes de este mundo interpretan lo que es dar: al dar, pierdes.
3No obstante, no es a ti a quien corresponde conferir poder a nada.
4Todo poder es de Dios; Él lo otorga, y el Espíritu Santo, que sabe
que al dar no puedes sino ganar, lo revive. 5Él no le confiere poder
alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le confiere
poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte, la
aflicción y el dolor. 6Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el
Espíritu Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. 7Así
es como te mantiene a salvo de ellas. 8Al no tener ninguna ilusión
acerca de lo que eres, el Espíritu Santo sencillamente
pone todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. 9Lo
que no es verdad Él ni lo ha recibido
ni lo ha dado.
Este apartado comienza "fuerte". En él, Jesús nos comparte una serie de afirmaciones, a cuál más importante. Veámoslas.
Tendríamos que pararnos en este punto y reflexionar sobre su contenido ampliamente, pues ello nos permitirá conocer el inmenso poder que le hemos otorgado al ego y a su sistema de pensamiento, el cual lo entiende todo al revés, llevándonos a pensar que el cuerpo tiene el poder para condicionar todas nuestras decisiones. Nos decimos: "Si doy lo que tengo, lo pierdo; luego elijo no dar y apoderarme de lo que los demás tienen. De este modo dejaré de ser escaso y me convertiré en un ser poderoso. Cuanto más tenga, más poderoso seré y ello me permitirá sentirme especial y superior con respecto a los demás".
Sin embargo, no podemos olvidar que el poder es de Dios, y Su Voz nos enseña que es dando como ganamos y la única manera de mantener lo que damos.
Es nuestra mente la que elige a cuál maestro seguir. Si elige al ego y a su sistema de pensamiento, nuestra percepción estará distorsionada por la falsa creencia en la separación y nuestras obras llevarán el sello de la división. En cambio, si elegimos desde la Mente Recta del Espíritu Santo, nuestra percepción será verdadera y extenderemos la verdad en todas nuestras manifestaciones, dando lugar a la expansión del amor y de la unidad.
2. El pecado no
tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados serían algo ajeno a éste y donde
ni ellos ni su fuente podrían tener acceso. 2Y en esto reside tu necesidad de
no ver pecado en tu hermano. 3El Cielo se encuentra en él. 4Si
ves pecado en él, pierdes de vista el Cielo. 5Contémplalo tal como
es, no obstante, y lo que es tuyo irradiará desde él hasta ti. 6Tu
salvador te ofrece sólo amor, pero lo que recibes de él depende de ti. 7Él
tiene el poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia
salvación. 8Y lo mismo sucede con la tuya. 9La salvación
es una lección en dar, tal como la interpreta el Espíritu Santo. 10La
salvación es el re-despertar de las leyes de Dios en mentes que han promulgado
otras leyes a las que han otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no creó.
La creencia en el pecado nos hace daño, pues entendemos que para salvarnos de la culpa que nos oprime debemos castigarnos y ese castigo irá dirigido principalmente al cuerpo, al cual hemos identificado como la causa que nos ha llevado a pecar.
Cuando la mente elige creer en la separación, lo que está haciendo es negar la realidad del Cielo, el símbolo de la unidad y el hogar de la Filiación. Dios nos ha creado de Sí Mismo, a su imagen y semejanza. Formamos una unidad con Él y con Su Creación. Por lo tanto, Dios es nuestro Hogar y su reino es el Cielo.
Cada uno de los Hijos de Dios es portador de ese Cielo, y habita eternamente en el reino de Dios. Si percibimos en nuestro interior pensamientos pecaminosos, los veremos igualmente en los demás y con ello, estamos perdiendo la visión del Cielo y nos sentiremos exiliados del reino que compartimos con Dios.
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