jueves, 31 de julio de 2025

Capítulo 22. II. La impecabilidad de tu hermano (1ª parte).

II. La impecabilidad de tu hermano (1ª parte).

1. Lo opuesto a las ilusiones no es la desilusión, sino la verdad. 2Sólo para el ego, para el que la verdad no tiene significado, pare­cen ser las ilusiones y la desilusión las únicas alternativas, las cuales son diferentes entre sí. 3Pero en verdad son lo mismo. 4Ambas aportan el mismo cúmulo de sufrimiento, aunque cada una parece ser la única manera de escaparse de la aflicción que la otra ocasiona. 5Toda ilusión alberga dolor y sufrimiento entre los tenebrosos pliegues de las pesadas vestiduras tras las que oculta su inexistencia. 6Sin embargo, esas sombrías y pesadas vestiduras son las que cubren a aquellos que van en pos de ilusiones, y las que los mantienen ocultos del júbilo de la verdad.

Comienza Jesús este apartado dedicado a la impecabilidad de tu hermano definiendo con claridad que el sistema de pensamiento del ego tiene puesta su fe en que la ilusión es la fuente donde ha de buscar la felicidad y, sin embargo, su percepción, en este sentido, es errónea, ya que aquello que percibe, la ilusión, no es real, no es verdad. Para el ego, la ilusión es la verdad y la desilusión, lo contrario.

Para la mente recta, tanto la ilusión como la desilusión forman parte del mismo error, pues ambas proceden de la creencia falsa en la separación, la cual es la causa del sufrimiento y del dolor. Todo lo ilusorio es perecedero y la pérdida nos causa dolor y nos lleva a pensar que nuestra naturaleza pecaminosa es vulnerable y exige el castigo divino por nuestra transgresión.

2. La verdad es lo opuesto a las ilusiones porque ofrece dicha. 2¿Qué otra cosa sino la dicha podría ser lo opuesto al sufri­miento? 3Abandonar un tipo de sufrimiento e ir en busca de otro no es un escape. 4Cambiar una ilusión por otra no es realmente un cambio. 5Tratar de encontrar felicidad en el sufrimiento es una insensatez, pues ¿cómo se iba a poder encontrar felicidad en el sufrimiento? 6Lo único que se puede hacer en el tenebroso mundo del sufrimiento es seleccionar algunos aspectos de él, ver­los como si fuesen diferentes y luego definir la diferencia como felicidad. 7Percibir una diferencia donde no la hay, no obstante, realmente no cambia nada.

El ego surge como consecuencia de elegir un pensamiento de escasez, de necesidad. Este pensamiento se opone frontalmente a la verdad, pues en realidad, en virtud de nuestra condición divina, hemos heredado la plenitud y la abundancia de nuestro creador. Somos tal como Dios nos ha creado. Por ello, es imposible que no seamos tal y como es Él: Perfecto e impecable.

El deseo de ser especial embriagó la mente con el propósito de ver una dimensión distinta a la de nuestro creador. En el Mundo de Dios Todo es Uno. Pero la mente, aliada con el deseo de individualidad, propició la percepción de un nivel donde el amor y la unidad fueron sustituidos por el miedo y por la división. A partir de esa elección nos creímos separados de la Fuente de la que emanamos y surgió el pensamiento del pecado, el cual se personificó en la identidad del cuerpo físico.

El mundo de paz y felicidad de Dios, pasó al olvido y en su lugar nuestros ojos se abrieron para percibir un mundo donde las leyes de la temporalidad nos llevarían a experimentar el sufrimiento, el dolor y la muerte.

3. Lo único que hacen las ilusiones es ocasionar culpabilidad, sufrimiento, enfermedad y muerte a sus creyentes. 2La forma en que las ilusiones se aceptan es irrelevante. 3A los ojos de la razón, ninguna forma de sufrimiento se puede confundir con la dicha. 4La dicha es eterna. 5Puedes estar completamente seguro de que todo lo que aparenta ser felicidad y no es duradero es realmente miedo. 6La dicha no se convierte en pesar, pues lo eterno no puede cambiar, pero el pesar puede volverse dicha, pues el tiempo cede ante lo eterno. 7Únicamente lo eterno permanece inmutable, 8pero todo lo que se encuentra en el tiempo puede cambiar con el paso de éste. 9No obstante, para que el cambio sea real y no imaginado, las ilusiones tienen que ceder ante la verdad y no ante otros sue­ños igualmente irreales. 10Eso no sería diferente.

Jesús nos aporta en este punto una información muy interesante y esperanzadora. La ilusión, el mundo que percibimos con nuestros ojos físicos y que procede, como hemos visto, de la creencia en la separación, o lo que es lo mismo, de la elección de ser distinto a Dios, al estar bajo la regencia de las leyes de la temporalidad, no nos puede llevar a la felicidad permanente, pues tan sólo lo eterno es inmutable.

El ego se regocija de sus logros, de sus posesiones, de sus conquistas, pero ese regocijo nada tiene que ver con la dicha eterna, pues el solo hecho de pensar en su pérdida nos produce temor y miedo. El miedo nunca aporta felicidad y es la causa principal que nos lleva a no gozar en nuestras relaciones de la felicidad y el amor perseguido. Amamos a alguien y ese amor es tan abrasador que el miedo a perderlo limita su gozo libremente. Es cuando decidimos inventarnos mecanismos que nos garanticen la seguridad de ese amor, pero lo hacemos imponiendo condiciones a la relación. Nuestro miedo a perder el amor conquistado nos hace proyectarlo sobre el otro y lo ahogamos con nuestros temores, imponiéndole limitaciones.

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