VII. La última pregunta que queda por contestar (3ª parte).
5. El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. 2No se puede tener fe en el pecado sin un enemigo. 3¿Quién, que crea en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? 4¿Podría admitir que nadie lo hizo sentirse impotente? 5La razón seguramente le diría que dejase de buscar lo que no puede ser hallado. 6Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto a percibir un mundo donde no hay enemigos. 7No es necesario que entienda cómo sería posible que él pudiese ver un mundo así. 8Ni siquiera debería tratar de entenderlo. 9Pues si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su sensación de impotencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser él mismo. 10Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes preguntas con respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a cabo por él:
11¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierna a mí?
12¿Deseo un mundo en el que soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente?
13¿Deseo un mundo en el que no tengo enemigos y no puedo pecar?
14¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?
Si eligiera reconocer el verdadero significado del poder, el que ofrece la inocencia y la indefensión, tendría que renunciar a la creencia en la separación, pues tanto la pureza de la inocencia como la fortaleza de la indefensión son entendidas por el ego como debilidad y no está dispuesto a mostrar su impotencia como una debilidad, sino como una muestra de que Dios lo ha abandonado y se está vengando de él castigándolo con vivencias de dolor, sufrimiento y muerte.
Sí, el ego desea un mundo en el que pueda gobernar y sentirse poderoso. Igualmente, desea un mundo en el que no tenga que luchar y en el que no sea seducido por la tentación del pecado. Pero no está dispuesto a hacer concesiones a la hora de reconocer que la verdad que ha negado es la única verdad, pues ello significaría su inexistencia, su fin.
6. Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has contestado la última. 2Pues ésta aún parece temible y distinta de las demás. 3Mas la razón te aseguraría que todas ellas son la misma. 4Dijimos que en este año se haría hincapié en la igualdad de las cosas que son iguales. 5Esta última pregunta, que es en verdad la última acerca de la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. 6Y esta diferencia imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el enemigo con el que aún te puedes encontrar. 7En esto parece residir, pues, la última esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.
En verdad, el ego no cree en la última pregunta, no cree que la creencia en la separación sea falsa y por tal motivo tampoco puede reconocer que la verdad que ha negado sea la única verdad. Todo lo contrario, para el ego, la verdad se convierte en su enemigo, por la razón que ya hemos expuesto más arriba. Ese reconocimiento significaría su inexistencia. Por lo tanto, su deseo de ser especial, al cual debe su identidad, le inspirará que el pecado es necesario para justificar su existencia. Con lo cual, al elegir el pecado, está apostando por la impotencia, por el ataque, por el odio y por la sinrazón.
7. No olvides que la elección entre el pecado y la verdad, o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. 2Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. 3Es imposible que quieras curar a quien atacas. 4Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese a salvo del ataque. 5¿Y qué otra cosa podría ser esta decisión, sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo, o bien permitir que te sea revelado a través de la visión? 6La manera en que esta decisión da lugar a sus efectos no es tu problema. 7Pero tú decides lo que quieres ver. 8Éste es un curso acerca de causas, no de efectos.
Desde el sistema de pensamiento del ego, es lógico que le demos más importancia al hacer que al ser, o lo que es lo mismo, al cuerpo que a la mente. Tanto es así que le otorga al cuerpo la autoría de todas nuestras acciones, las correctas y las incorrectas, lo que lo convierte en el único regente de nuestro reino.
Sin embargo, pensar de esta manera es la diferencia entre el pecado y la verdad, o la impotencia y el poder. Como dice Jesús, es la elección entre atacar y curar.
Recupero una cita del Texto del Curso que nos habla del "hacer":
"Hacer algo siempre involucra al cuerpo. Y si reconoces que no tienes que hacer nada, habrás dejado de otorgarle valor al cuerpo en tu mente. He aquí la puerta abierta que te ahorra siglos de esfuerzos, pues a través de ella puedes escaparte de inmediato, liberándote así del tiempo. Ésta es la forma en que el pecado deja de ser atractivo en este mismo momento. Pues con ello se niega el tiempo, y, así, el pasado y el futuro desaparecen. El que no tiene que hacer nada no tiene necesidad de tiempo. No hacer nada es descansar, y crear un lugar dentro de ti donde la actividad del cuerpo cesa de exigir tu atención. A ese lugar llega el Espíritu Santo, y ahí mora. Él permanecerá ahí cuando tú te olvides y las actividades del cuerpo vuelvan a abarrotar tu mente consciente" (T.17.VII.7:1-9).
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