martes, 15 de julio de 2025

Capítulo 21. VII. La última pregunta que queda por contestar (1ª parte).

VII. La última pregunta que queda por contestar (1ª parte).


1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el pre­cio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6Y sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas o lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.

La impotencia es una de las mayores frustraciones con las que se identifica el ego, pues el desconocimiento de la verdad refleja la negación del verdadero Ser. 

El ego piensa que es la verdad y que tiene el poder de aportar significado a las cosas. Sin embargo, ese poder que cree tener no le evita sentirse impotente para dirigir su vida hacia la paz y la felicidad.

El ego es impotente, pues niega la fuente de donde emana el verdadero poder, el cual procede únicamente de la Fuente verdadera de donde fluye el Poder Creador.

El ego es impotente porque basa su identidad en la creencia en el pecado, en la creencia en la separación, y todo su sistema de pensamiento es débil ante la debilidad de dichas creencias, pues le lleva a creer que su vida está permanentemente amenazada por aquel a quien cree haber engañado y a quien atribuye el deseo de vengarse de su debilidad.

El verdadero poder reside en lo que realmente somos, Hijos de Dios, creados a Su imagen y semejanza. El poder forma parte de la Voluntad, del Amor y de la Inteligencia Divina. El poder se basa en la creencia en la unidad y se expresa a través de la inocencia y la impecabilidad.

2. Nadie cree que el Hijo de Dios sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.

Hemos dicho en el punto anterior que el poder forma parte de la voluntad. Es el principio creador por excelencia. Sin ese poder no existiría la creación. Es el impulso motor que crea realidad o ilusión.

Cuando el poder se alía al amor, estamos creando eternidad. Cuando el poder se alía al deseo de ser especial, estamos fabricando ilusión y temporalidad. El uso del poder al servicio del amor nos hace conscientes como seres creadores. El uso del poder al servicio del deseo nos hace adoradores de dioses que nos muestran un mundo en el que nos sentiremos víctimas de leyes caprichosas y dementes que nos llevará a percibirnos como seres impotentes.

El poder al servicio del amor nos reafirma en la creencia de que somos Hijos de Dios, eternos, inocentes e impecables. El poder al servicio del deseo especial nos reafirma en la creencia de que somos hijos del hombre, temporales, pecadores y culpables.

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