VII. La última pregunta que queda por contestar (1ª parte).
1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el precio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6Y sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas o lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.
El ego piensa que es la verdad y que tiene el poder de aportar significado a las cosas. Sin embargo, ese poder que cree tener no le evita sentirse impotente para dirigir su vida hacia la paz y la felicidad.
El ego es impotente, pues niega la fuente de donde emana el verdadero poder, el cual procede únicamente de la Fuente verdadera de donde fluye el Poder Creador.
El ego es impotente porque basa su identidad en la creencia en el pecado, en la creencia en la separación, y todo su sistema de pensamiento es débil ante la debilidad de dichas creencias, pues le lleva a creer que su vida está permanentemente amenazada por aquel a quien cree haber engañado y a quien atribuye el deseo de vengarse de su debilidad.
El verdadero poder reside en lo que realmente somos, Hijos de Dios, creados a Su imagen y semejanza. El poder forma parte de la Voluntad, del Amor y de la Inteligencia Divina. El poder se basa en la creencia en la unidad y se expresa a través de la inocencia y la impecabilidad.
2. Nadie cree que el Hijo de Dios
sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes
deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces,
sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y,
como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos
son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos
e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los
aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura
y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y
puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son
en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su
hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron
tener una causa común.
Cuando el poder se alía al amor, estamos creando eternidad. Cuando el poder se alía al deseo de ser especial, estamos fabricando ilusión y temporalidad. El uso del poder al servicio del amor nos hace conscientes como seres creadores. El uso del poder al servicio del deseo nos hace adoradores de dioses que nos muestran un mundo en el que nos sentiremos víctimas de leyes caprichosas y dementes que nos llevará a percibirnos como seres impotentes.
El poder al servicio del amor nos reafirma en la creencia de que somos Hijos de Dios, eternos, inocentes e impecables. El poder al servicio del deseo especial nos reafirma en la creencia de que somos hijos del hombre, temporales, pecadores y culpables.
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