martes, 22 de julio de 2025

Capítulo 21. VIII. El cambio interno (1ª parte).

VIII. El cambio interno (1ª parte).

1. ¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? 2¡Para los cuerpos, sí! 3Los pensamientos que parecen destruir son aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. 4Y así, "muere" por razón de lo que aprendió. 5Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de que valoró lo efímero más que lo constante. 6Segu­ramente creyó que quería la felicidad. 7Mas no la deseó porque la felicidad es la verdad, y, por lo tanto, tiene que ser constante.

Para el sistema de pensamiento del ego, el cuerpo es el principal autor de todas sus experiencias, a las que considera reales en función de la percepción que le aportan los cinco sentidos físicos.  Desde este punto de vista, es el cuerpo el que piensa y razona, basándose siempre en la dualidad bien o mal.  El cerebro es la parte del cuerpo donde se perciben los pensamientos.  La mente, en este modelo de creencia, se encuentra en un segundo plano, sin apenas protagonismo sobre el cuerpo físico.  Esta línea de pensamiento ha formado parte de los fundamentos defendidos por la ciencia en los últimos tiempos, defendiendo la creencia de que lo percibido por el cuerpo es lo que condiciona nuestras ideas y que la mente tiene poco que decir al respecto.

Como bien recoge este punto, los pensamientos son peligrosos cuando le otorgamos al cuerpo la hegemonía sobre ellos. Un ejemplo de lo que decimos lo observamos cuando juzgamos al cuerpo como el causante de nuestra creencia en el pecado. Es el cuerpo quien peca y no la mente que le dicta el deseo banal.

En este sentido, el cuerpo no es el que nos aporta la felicidad, ya que su condición temporal no habla a favor de la verdad. Tan sólo lo que es eterno y no cambia puede ser considerado real y verdadero. Es en la mente recta donde encontraremos la llave que nos abre la puerta de la felicidad.

2. Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. 2No obstante, si pudieses imaginarte cómo sería eso, lo desearías aunque no lo entendieses. 3En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios de ninguna clase. 4Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su crea­ción. 5Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. 6No ve lo efímero, pues desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. 7Nada tiene el poder de alterar su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. 8Les llega a aquellos que comprenden que la última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo modo en que la paz tiene que llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.

Al igual que yo, seguro que lo que más deseas en este mundo es gozar de paz y felicidad completa y constante. Se convierte en un deseo porque, al no ser capaces de mantener ese estado del ser, lo vivimos como una necesidad, con lo cual estamos reconociendo que no contamos con la llave que ha de conducirnos a ese encuentro. Aún dudamos de nuestra fortaleza. Aún no hemos encontrado la respuesta correcta a la última pregunta.

Más allá del deseo se encuentra el principio más elevado con el que Dios nos creó. Me refiero a la voluntad. La firmeza de la voluntad dirigida por la fuerza del amor se convierte en el regalo que Dios nos hace al brindarnos el poder para crear. El amor es completud. Por tal razón, cuando amamos, debemos amar todo, sin juicios, sin dualidad. Si no lo amamos todo, no amamos nada. No podemos amar un poco. El amor es nuestro estado de ser y cuando nuestro Ser se manifiesta, no puede hacerlo a medias. Lo que es verdad, no puede ser un poco verdad. O es o no es.

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