miércoles, 30 de abril de 2025

Capítulo 20. II. La ofrenda de azucenas (2ª parte).

II. La ofrenda de azucenas (2ª parte).

3. Cada regalo es una evaluación tanto del que recibe como del que da. 2No hay nadie que no considere como un altar a sí mismo aquello que ha elegido como su hogar. 3Y no hay nadie que no desee atraer a los devotos de lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de la devoción de éstos.  4Y todo el mundo ha puesto una luz sobre su altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan suyo. 5Este es el valor que le conce­diste a tu hermano y que te concediste a ti mismo. 6Éste es el regalo que le haces a él y que te haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. 7No te olvides de que es a tu salvador a quien le ofreces el regalo. 8Ofrécele espinas y te crucificas a ti mismo. 9Ofrécele azucenas y es a ti mismo a quien liberas.

Elegir conscientemente a la mente como el lugar sagrado de donde emanan nuestras creencias nos sitúa en el plano de la verdad. La única verdad procede del amor, la esencia con la que Dios nos ha creado a Su imagen y semejanza. Ser Hijo de Dios es ser Hijo del Amor. La mente crea vida cuando sirve al amor. Cuando la mente expande amor, está reconociendo que forma parte de la Unidad de la Filiación. De la causa del amor crecen frutos de paz y felicidad. Todo altar erigido al culto del amor está adornado por azucenas y la luz que se desprende de él se convierte en un faro para todo aquel que busca alcanzar el puerto de la salvación.

4. Tengo gran necesidad de azucenas, pues el Hijo de Dios no me ha perdonado. 2¿Y puedo ofrecerle perdón cuando él me ofrece espinas? 3Pues aquel que le ofrece espinas a alguien está todavía contra mí, mas ¿quién podría ser íntegro sin él? 4Sé su amigo en mi nombre, para que yo pueda ser perdonado y tú puedas ver que el Hijo de Dios goza de plenitud. 5Pero examina primero el altar del hogar que has elegido, y observa lo que allí has depositado para ofrecérmelo a mí. 6Si son espinas cuyas puntas reful­gen en una luz de color sangre, has elegido al cuerpo como hogar y lo que me ofreces es separación.  7
Las espinas, no obstante, han desaparecido. 8Examínalas más de cerca ahora y podrás ver que 
tu altar ya no es lo que era antes.

Nuestra voluntad es libre para elegir. Ya hemos hablado en el punto anterior de los regalos que nos ofrece la mente cuando elige servir al amor. Cada pensamiento de amor es un regalo de azucena que compartimos con la Filiación. Pero la mente puede elegir un camino ausente de amor, puede elegir ver fuera de la consciencia crística, y cuando así lo hace, sustituye su poder de crear por el de imaginar, inventando una realidad ilusoria y temporal con la cual se identifica. Podemos decir que la mente se nubla, se oscurece, entra en un estado de sopor semejante al sueño y, a partir de ese nuevo estado, cree que las sombras son la realidad y deja de distinguir la luz. 

El cuerpo no es nuestra verdadera esencia, pues de serlo, Dios sería un cuerpo y eso no es verdad. Las consecuencias de habernos identificado con el cuerpo nos llevan a rendirle culto y a ocultar el temor que nos origina dicha identificación. 

5. Todavía miras con los ojos del cuerpo, y éstos sólo pueden ver espinas. 2Sin embargo, has pedido ver otra cosa y se te ha conce­dido. 3Aquellos que aceptan el propósito del Espíritu Santo como su propósito comparten asimismo Su visión. 4lo que le permite a Él ver irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan tuyo como Suyo. 5Él no ve extraños, sino tan sólo amigos entrañables y amorosos. 6Él no ve espinas, sino únicamente azucenas que reful­gen en el dulce resplandor de la paz, la cual irradia su luz sobre todo lo que Él contempla y ama.­

Las espinas a las que se refiere este punto son los efectos que causa la creencia en la separación y la identificación con el cuerpo. Al mirar desde esa creencia a nuestros hermanos, vemos en el otro la representación de aquello que tememos y que inconscientemente reconocemos como la causa de nuestra perdición, nuestra naturaleza pecadora. Es por tal motivo que elegimos atacar esa falsa percepción y cada ataque se convierte en una espina que clavamos en la conciencia crística.

El Espíritu Santo, la Voz que habla por Dios en nuestra mente, iluminará el camino que ha de conducirnos a la salvación. Ese camino no es otro que el que nos llevará de vuelta a nuestro verdadero hogar. El Cielo, el símbolo de la unidad, es nuestro destino, es nuestra verdadera realidad. Para alcanzarlo, tan solo debemos cumplir un requisito: ir de la mano de nuestros hermanos y ofrecerles nuestras azucenas, esto es, nuestro perdón.

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