miércoles, 23 de abril de 2025

Capítulo 19. D-i. El descorrimiento del velo (3ª parte).

 i. El descorrimiento del velo (3ª parte).

12. Este hermano que está a tu lado todavía te sigue pareciendo un extraño. 2No lo conoces, y la interpretación que haces de él es temible. 3lo sigues atacando, para mantener a salvo lo que tú crees ser. 4Sin embargo, en sus manos está tu salvación. 5Ves su locura, que detestas porque la compartes con él. 6toda la piedad y el perdón que la curaría dan paso al miedo. 7Hermano, necesi­tas perdonar a tu hermano, pues juntos compartiréis la locura o el Cielo. 8Y juntos alzaréis la mirada con fe o no la alzaréis en absoluto.

Nacer en este mundo gobernado por las leyes del ego nos hace prisioneros de sus creencias, lo que sin duda despertará en nosotros un profundo y aterrador miedo. Desde que nacemos somos carentes, tenemos necesidades que, si no son satisfechas, nos impedirán sobrevivir. Esas necesidades, en primer término, son físicas, pero realmente son la manifestación tangible de necesidades mucho más profundas de las que aún no somos conscientes, como las emocionales. Desde muy temprano, aprendemos a demandar atención que satisfaga nuestro apetito emocional. Demandamos amor, muestras de cariño y nos vamos convirtiendo en afanados expertos en el arte de manipular el mundo que nos rodea para asegurarnos de que nuestra propia seguridad está garantizada.

El mundo que percibimos no nos muestra la verdad, sino todo lo contrario. Nuestras percepciones no nos permiten ver un mundo unido, sino que se nos enseña que el mundo está regido por leyes donde la regla principal es la separación, la división. Aprendemos a escudriñar con nuestra mente todo cuanto percibimos y llegamos a la conclusión de que la diferencia rige en todas las criaturas de la tierra, por lo que damos fe de que la unidad no es el patrón verdadero.

El otro no es igual que nosotros, pero esa creencia nos traiciona, pues pronto nos descubriremos en el acto de proyectar nuestros miedos sobre ellos, en un intento de desprendernos de ellos, lo que nos llevará a atacarlos con la intención de protegernos de los miedos que hemos percibido en ellos, los mismos que hemos visto en nosotros. Esta mecánica debería hacernos conscientes de que nuestros pensamientos, nuestras mentes nos unen. Pero preferimos ser fieles a nuestra fe y negar dicha posibilidad, no sea que reconocerlo suponga el fin de nuestros días.

13. A tu lado se encuentra uno que te ofrece el cáliz de la Expia­ción, pues el Espíritu Santo está en él. 2¿Preferirías guardarle ren­cor por sus pecados o aceptar el regalo que te hace? 3¿Es este portador de salvación tu amigo o tu enemigo? 4Decide cuál de esas dos cosas es, sin olvidar que lo que has de recibir de él depen­derá de lo que elijas. 5Él tiene el poder de perdonar tus pecados, tal como tú tienes el de perdonar los suyos. 6Ninguno de vosotros puede conferirse ese poder a sí mismo. 7Vuestro salvador, no obs­tante, se encuentra al lado de cada uno de vosotros. 8Deja que él sea lo que es, y no trates de hacer del amor tu enemigo.

Cuando se caiga la venda que nos impide ver al otro como a nuestro hermano, con el cual nos mantenemos unidos a través de la mente, reconoceremos que nuestro ser es igual al de él, tanto para lo bueno como para lo malo, es decir, tanto para amar como para sentir miedo. Nuestras propias necesidades son iguales a las de él. Nuestros miedos son iguales a los suyos. Compartir la unidad de la mente nos hace iguales. Si creemos en la separación, esa creencia será igualmente compartida y nos veremos como enemigos. En cambio, si creemos en la igualdad que nos une, no podremos menos que aceptar que el amor que buscamos, que la felicidad que añoramos, también es el amor y la felicidad que el otro busca y añora.

Si compartimos los mismos pensamientos, ¿no sería más fácil para todos satisfacernosla mutuamente, en vez de atacarnos para privar al otro de lo que tiene?

El Espíritu Santo se encuentra en nuestros hermanos tal y como se encuentra en nuestra mente. Es por ello que la Expiación se encuentra en ellos, al igual que en nosotros. Sabiendo esto, ¿vamos a negarle la Expiación? ¿Vamos a negarle nuestro perdón? Si lo hacemos, estaremos negando que la Expiación, el amor y el perdón se encuentren en nosotros mismos, lo que nos condenará a seguir buscándolo allí donde no se encuentra.

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