lunes, 14 de abril de 2025

Capítulo 19. C-i. El cuerpo incorruptible (2ª parte).

 i. El cuerpo incorruptible (2ª parte).

6. A ti que estás dedicado a lo incorruptible se te ha concedido, mediante tu aceptación, el poder de liberar de la corrupción. 2¿Qué mejor manera puede haber de enseñarte el primer princi­pio fundamental de un curso de milagros, que mostrándote que el que parece ser más difícil se puede lograr primero? 3El cuerpo no puede hacer otra cosa que servir a tu propósito. 4Tal como lo consideres, eso es lo que te parecerá que es. 5La muerte, de ser real, supondría la ruptura final y absoluta de la comunicación, lo cual es el objetivo del ego.

Si el cuerpo no es nada, no puede asignársele la condición de corruptor. La corrupción a la que hace referencia este punto es la que forma parte de la creencia errónea en lo que somos, la cual procede del uso de la mente. Dicho de otro modo, es la mente la que puede llevarnos a emitir pensamientos contrarios al orden divino, al orden del amor. Todo pensamiento que sirva al miedo es corrupto y, al extenderse, se convierte en el mensajero de la muerte y del dolor.

Al conocer que la corrupción se encuentra en nuestra mente y no en el cuerpo, podemos liberlarlo de su falsa condición, utilizándolo para extender pensamientos de amor y contagiar a los receptores de los mismos con su luz.

7. Aquellos que tienen miedo de la muerte no ven con cuánta fre­cuencia y con cuánta fuerza claman por ella, implorándole que venga a salvarlos de la comunicación. 2Pues consideran que la muerte es un refugio: el gran salvador tenebroso que libera de la luz de la verdad, la respuesta a la Respuesta, lo que acalla la Voz que habla en favor de Dios. 3Sin embargo, abandonarte a la muerte no pone fin al conflicto. 4Sólo la Respuesta de Dios es su fin. 5El obstáculo que tu aparente amor por la muerte supone y que la paz debe superar parece ser muy grande. 6Pues en él yacen ocultos todos los secretos del ego, todas sus insólitas artimañas, todas sus ideas enfermizas y extrañas imaginaciones. 7En él radica la ruptura final de la unión, el triunfo de lo que el ego ha fabri­cado sobre la creación de Dios, la victoria de lo que no tiene vida sobre la Vida Misma.

El ego y su secreta estrategia han quedado desvelados por la diáfana visión de Jesús. El arma más mortífera del ego es el miedo que le tiene al amor. Si amase, el ego no sería el ego, no tendría argumento alguno para seguir creyendo en el pecado y en la culpabilidad. Él se hace fuerte en la vulnerabilidad del cuerpo y en su fiel creencia en la temporalidad. Si amase, el ego dejaría de ser arrogante y tendría que reconocer que su existencia ya no puede responder a lo ilusorio y a lo irreal, con lo cual, no sería el ego. Al no tener un cuerpo separado, no tendría miedo al amor y su cuerpo no sería corruptible, pues no estaría sujeto a las leyes de la temporalidad.

8. Bajo el polvoriento contorno de su mundo distorsionado, el ego quiere dar sepultura al Hijo de Dios, a quien ordenó asesinar, y en cuya putrefacción reside la prueba de que Dios Mismo es impotente ante el poderío del ego e incapaz de proteger la vida que Él creó contra el cruel deseo de matar del ego. 2Hermano mío, criatura de Dios, esto no es más que un sueño de muerte. 3No hay funeral, ni altares tenebrosos, ni mandamientos siniestros, ni distorsionados ritos de condena a los que el cuerpo te pueda con­ducir. 4No pidas que se te libere de eso. 5Más bien, libera al cuerpo de las despiadadas inexorables órdenes a las que lo sometiste y perdónalo por lo que tú le ordenaste hacer. 6Al exaltarlo lo conde­naste a morir, pues sólo la muerte podía derrotar a la vida. 7¿Y qué otra cosa, sino la demencia, podría percibir la derrota de Dios y creer que es real?

El egocentrismo no permitirá que el cuerpo pueda contribuir al amor. ¿Cómo puede dedicarse al amor el principal agente del pecado? El ego no puede tolerar tal situación, y para evitarlo nos recordará que somos pecadores, empleando otra de sus herramientas favoritas, el juicio. Se crearán normas y preceptos con el objetivo de guiar nuestra conducta para que no infringamos sus normas, pero en realidad, lo que está haciendo es establecer el objetivo hacia el que apuntar sus dardos. Y al exponer sus sombras internas a los demás, se responderá: "lo ves, tenía razón, eres un pecador por infringir tal o cual ley". La implementación de la ley se transforma en un ataque incesante para eliminar todo lo que nos genera temor: el miedo a perder, al dolor, al sufrimiento, a no ser nada, a no ser querido, a no ser valorado, al fracaso, entre otros.

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