jueves, 24 de abril de 2025

Capítulo 19. D-i. El descorrimiento del velo (4ª parte).

i. El descorrimiento del velo (4ª parte).

14. Contempla a tu Amigo, al Cristo que está a tu lado. 2¡Qué santo y hermoso es! 3Pensaste que había pecado porque arrojaste so­bre Él el velo del pecado para ocultar Su hermosura. 4A pesar de ello, Él te sigue extendiendo el perdón para que compartas con Él Su santidad. 5Este "enemigo", este "extraño" te sigue ofreciendo la salvación por ser Su Amigo. 6Los "enemigos" de Cristo, los adoradores del pecado, no saben a Quién atacan.

El "velo del pecado" es la expresión que utiliza Jesús para referirse a la creencia en la separación, la causa que ha dado lugar al demencial sistema de pensamiento del ego. Empleando un tono de humor, podemos decir que nuestra libre elección "cabreó" mucho a nuestro Hacedor, el cual, en respuesta a nuestra desobediencia, nos condenó a abandonar el Paraíso Terrenal y a ganarnos el sustento de cada día con el sudor de nuestro trabajo.

Por lo tanto, el velo del pecado se convierte en el pensamiento que debemos corregir y no purgar. Verlo como un error nos ofrece la oportunidad de rectificación, mientras que verlo como un pecado nos lleva directamente a la culpa y a la redención a través del castigo y el dolor.

No podemos separarnos de nuestra "Fuente". No podemos separarnos de nuestro Creador, pero sí podemos crearnos un velo que nos impida ver la verdad y en su lugar percibir las sombras que se reflejan en ese velo. Esa sombra nos llevará a percibir al otro como a nuestro enemigo y no como a nuestro salvador. Su percepción nos recordará nuestro pecado y lo condenaremos con la intención de limpiar nuestra propia culpa.

15. Éste es tu hermano, que ha sido crucificado por el pecado y que aguarda para ser liberado del dolor. 2¿No le concederías tu perdón, cuando él es el único que te lo puede conceder a ti? 3cambio de su redención, él te dará la tuya, tan indudablemente como que Dios creó cada cosa viviente y la ama. 4te la dará de verdad, pues será ofrecida así como recibida. 5No hay gracia del Cielo que no puedas ofrecerle a tu hermano, y recibir de tu santí­simo Amigo. 6No permitas que te la niegue, pues al recibirla se la ofreces a él. 7Y él recibirá de ti lo que tú recibiste de él. 8La reden­ción se te ha concedido para que se la des a tu hermano, y para que de esta manera la recibas. 9Liberas al que perdonas, y partici­pas de lo que das. 10Perdona los pecados que tu hermano cree haber cometido, así como toda la culpabilidad que crees ver en él.

Jesús nos ofrece la verdadera vía de la redención, el único modo de corregir el error que creemos haber cometido y que hemos interpretado como pecado. No se trata de corregir fuera de nosotros lo que vemos dentro, juzgándolo y condenándolo en un intento vano de redimir la culpa que sentimos por reconocernos como pecadores. No se trata de castigarnos y desgarrar nuestra piel a latigazos para limpiar nuestros pecados y saldar la deuda que creemos tener con Dios. Se trata de cambiar nuestra falsa creencia que nos lleva a vernos exiliados de nuestro hogar para vagar por las tierras áridas y yermas de la necesidad. 

Tan solo liberándonos del miedo, del odio, del rencor, podremos liberar al mundo del acto de crucifixión al que lo sometemos. ¿Qué nos impide perdonarnos y perdonar? Tan solo nuestra ignorancia y nuestros miedos. Demos aquello que forma parte de nuestra verdadera realidad; demos amor y ese amor nos conducirá hasta nuestro destino, que no es otro que la salvación y la paz. Demos perdón y contagiaremos al mundo con la función que Dios nos ha encomendado.

16. Éste es el santo lugar de resurrección, al que venimos de nuevo y al que retornaremos hasta que la redención se haya consumado y recibido. 2Antes de condenar a tu hermano, recuerda quién es él. 3Y da gracias a Dios de que sea santo y de que se le haya dado el regalo de la santidad para ti. 4Únete a él con alegría, y elimina todo vestigio de culpabilidad de su perturbada y torturada mente. 5Ayúdale a levantar la pesada carga de pecado que echaste sobre sus hombros y que él aceptó como propia, y arrójala lejos de él sonriendo felizmente. 6No la oprimas contra su frente como si fuese una corona de espinas, ni lo claves a ella, dejándolo irre­dento y sin esperanzas.

La unidad que nos hace uno con nuestros hermanos es la que nos hace iguales cuando pensamos y cuando hacemos uso de la mente. Podemos utilizar esa semejanza para ver en el otro la esencia verdadera con la que Dios nos ha creado, el amor, y cuando así lo hacemos, estaremos reforzando la compleción de la Filiación, o, en cambio, podemos utilizar esa igualdad para reforzar nuestros miedos, proyectándolos sobre los demás y combatiéndolos en un ataque al otro en un intento de ponerle fin al pecado que forma parte de nuestra propia creencia.

La proyección se convierte en una liberación de aquellos pensamientos que nos oprimen y que nos hacen sentir impuros y vulnerables, razón por la cual decidimos ver en los demás nuestra propia oscuridad, la cual es bien aceptada por el otro, pues comparte esa misma visión interiormente. De este modo, el combate está garantizado y se perpetuará, pues en verdad esa contienda no alcanza su final con la victoria, sino con el perdón, que es el único antídoto que pondrá fin a esos males.

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