martes, 29 de abril de 2025

Capítulo 20. II. La ofrenda de azucenas (1ª parte).

II. La ofrenda de azucenas (1ª parte).

1. Observa todas las baratijas que se confeccionan para colgarse del cuerpo, o para cubrirlo o para que él las use. 2Contempla todas las cosas inútiles que se han inventado para que sus ojos las vean. 3Piensa en las muchas  ofrendas que se le hacen para su deleite, y recuerda que todas ellas se concibieron para que aque­llo que aborreces pareciera hermoso. 4¿Utilizarías eso que aborre­ces para cautivar a tu hermano y atraer su atención? 5Date cuenta de que lo único que le ofreces es una corona de espinas, al no reconocer el cuerpo como lo que es y al tratar de justificar la interpretación que haces de su valor basándote en la aceptación que tu hermano hace de él. 6Aún así, el regalo proclama el poco valor que le concedes a tu hermano, del mismo modo en que el agrado con que él lo acepta refleja el poco valor que él se concede a sí mismo.

No te sientas mal, no te sientas traicionado por aquellos que te han educado y que te han enseñado lo que han aprendido, aunque su contenido sea un error. Mientras que el feto se encuentra en el interior de su madre, se puede interpretar que forma parte de ella. No tiene conciencia de lo que realmente es, pero se siente parte de ella. 

Cuando se produce el alumbramiento, este viene acompañado de la separación del nuevo cuerpo de aquel que le ha creado durante 9 meses. A partir de ese momento, comienza el aprendizaje de lo que creemos ser, pues es lo que percibimos que somos. 

Aquellos que han escrito sobre la evolución espiritual de la consciencia y del ser nos dicen que el niño al nacer conserva la visión verdadera; esta es la condición espiritual, lo que lo mantiene unido a su creador. Será con el paso del tiempo que esa visión se sustituya por la visión perceptiva y se olvide por completo.

La creencia en la separación de los cuerpos se instituye como una verdad irrefutable para el sistema de pensamiento del ego y sitúa al cuerpo como nuestra verdadera identidad y todo gira alrededor de esa falsa creencia.

Cada vez que nos expresamos, lo hacemos desde conciencia corporal, desde la percepción en la separación. Lo más demente de todo es que, en lo más profundo de nuestra inconsciencia, seguimos identificados con la creencia en que el cuerpo es el único causante de todas nuestras desgracias, pues es la causa de nuestra naturaleza pecadora.

2. Si los regalos se han de dar y recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. 2El cuerpo no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada. 3Sólo la mente puede evaluar, y sólo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que quiere dar. 4Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma desea. 5La mente engalanará con gran esmero lo que ha elegido como hogar, y lo preparará para que reciba los regalos que ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho hogar, o a aquellos que quiere atraer a él. 6Y allí intercam­biarán sus regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus  mentes hayan juzgado como digno de ellos.

Decía en el punto anterior que no debemos sentirnos mal al considerar al cuerpo como nuestra verdadera realidad. Culpar al cuerpo de nuestras desgracias, de nuestros sufrimientos, es reconocer su realidad para poder ofrecernos esos regalos. Es más coherente, es más lógico verlo tal y como es. Conociéndolo, podemos otorgarle su verdadera función y permitirle prestar sus servicios a la única causa que nos mueve, el reencontrarnos con la verdad, con la felicidad y con la paz.

Para reconocer su función, debemos sustituir su papel en nuestra conciencia y otorgárselo a la mente, la cual ha permanecido oculta y desconocida. Ser consciente de que la mente es la causa de todas nuestras creencias y que no pertenece al mundo perceptivo, sino al espiritual, no aporta una visión nueva y, fruto de ello, podremos conocer nuestra verdadera identidad y la de los demás. Ese es el regalo que debemos ofrecer a nuestros hermanos.

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