viernes, 7 de junio de 2024

Capítulo 11. VI. El despertar a la redención (1ª parte)

VI. El despertar a la redención (1ª parte) 

1. Es imposible no creer en lo que ves, pero es igualmente imposi­ble ver lo que no crees. 2La percepción se construye sobre la base de la experiencia, y la experiencia conduce a las creencias. 3La percepción no se estabiliza hasta que las creencias se cimientan. 4De hecho, pues, lo que ves es lo que crees. 5Eso es lo que quise decir con: "Dichosos los que sin ver creyeron", pues aquellos que creen en la resurrección la verán. 6La resurrección es el triunfo definitivo de Cristo sobre el ego, no atacándolo sino transcendién­dolo. 7Pues Cristo ciertamente se eleva por encima del ego y de todas sus "obras", y asciende hasta el Padre y Su Reino. 

Voy a recuperar un pasaje recogido en el evangelio de San Juan, en el que se pone de manifiesto la enseñanza que recoge este punto del Curso: la incredulidad de Tomás. 

La incredulidad de Tomás es el episodio del Evangelio de Juan donde el apóstol Tomás niega la Resurrección de Cristo, mientras no vea y toque personalmente las heridas infligidas a Jesús en la Cruz. 

El episodio se narra solamente en el Evangelio de Juan, pero no en los tres Evangelios sinópticos. ​El texto de Juan 20:24–29 según la versión Reina-Valera es: 

24 Empero Tomás, uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.

25 Dijéronle pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.

26 Y ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Vino Jesús, las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: Paz a vosotros.

27 Luego dice a Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel.

28 Entonces Tomás respondió, y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío!

29 Dícele Jesús: Porque me has visto, Tomás, creíste: bienaventurados los que no vieron y creyeron. 

El ego no ve a Cristo, pues no cree en él, no cree en lo que no percibe, en lo que no experimenta, en lo que no ve. Para ver a Cristo hay que experimentar Su Amor y esta percepción es la verdadera, es decir, no necesita ver para creer. Esa percepción es verdadera porque procede de la Mente Una, la que nos permite recordar que somos Cristo, el Hijo de Dios. 

2. ¿Qué prefieres, unirte a la resurrección o a la crucifixión? 2¿Condenar a tus hermanos o liberarlos? 3¿Te gustaría trascen­der tu prisión y ascender hasta el Padre? 4Estas preguntas son todas la misma y se contestan al unísono. 5Ha habido mucha con­fusión con respecto a lo que significa la percepción, debido a que la palabra se usa con el significado de "conciencia" y también con el de "interpretación de la conciencia". 6No obstante, no puedes ser consciente sin interpretar, pues lo que percibes es tu propia interpretación. 

Elijo la resurrección, elijo el despertar, elijo trascender la prisión donde vemos limitada nuestra percepción verdadera y ascender hasta el Padre, donde la percepción ya no es necesaria, pues creeremos en Él, sin la necesidad de percibir, de ver lo que no es visible, salvo para los ojos del ego. 

3. Este curso es muy claro. 2Si no lo ves así, es porque estás haciendo interpretaciones contra él, y, por lo tanto, no crees lo que dice. 3Y puesto que lo que crees determina tu percepción, no per­cibes el significado del curso y, consecuentemente, no lo aceptas. 4Con todo, diferentes experiencias conducen a diferentes creen­cias, y a través de éstas, a diferentes percepciones. 5Pues las per­cepciones se aprenden mediante creencias, y la experiencia ciertamente enseña. 6Te estoy conduciendo a una nueva clase de experiencia que cada vez estarás menos dispuesto a negar: 7Aprender de Cristo es fácil, pues percibir con Él no entraña nin­gún esfuerzo. 8Sus percepciones son tu conciencia natural, y lo único que te fatiga son las distorsiones que introduces en ésta. 9Deja que sea el Cristo en ti Quien interprete por ti, y no trates de limitar lo que ves con creencias pueriles indignas del Hijo de Dios. 10Pues hasta que Cristo no sea aceptado completamente, el Hijo de Dios se considerará a sí mismo huérfano. 

Si nuestra percepción es guiada por el ego, nuestras creencias nos llevarán a negar la verdad: el amor, la felicidad, la alegría, la unicidad, la libertad. 

4. Yo soy tu resurrección y tu vida. 2Vives en mí porque vives en Dios. 3Y todos tus hermanos viven en ti, tal como tú vives en cada uno de ellos. 4¿Cómo ibas a poder, entonces, percibir indignidad en un hermano sin percibirla en ti mismo? 5¿Y cómo ibas a poder percibirla en ti mismo sin percibirla en Dios? 6Cree en la resurrec­ción porque ésta ya se ha consumado, y se ha consumado en ti. 7Esto es tan cierto ahora como lo será siempre, pues la resurrec­ción es la Voluntad de Dios, Quien no sabe de tiempo ni de excepciones. 8Pero no hagas excepciones o, de lo contrario, no percibirás lo que se ha consumado para ti. 9Pues ascendemos hasta el Padre juntos, como fue en un principio, como es ahora y como será siempre, pues ésa es la naturaleza del Hijo de Dios tal como su Padre lo creó. 

Sí, vivimos en Jesús, vivimos en Cristo y vivimos en Dios, pues la existencia que compartimos es la Mente Una. La afirmación “todos tus hermanos viven en ti, tal como tú vives en cada uno de ellos”, nos aporta ese profundo significado de que formamos una unidad al compartir la Mente Una. La resurrección es la Voluntad de Dios, pues nos revela que somos tal y como Nos ha creado: Seres espirituales dotados de Sus mismos poderes creadores. Tan solo la mente tiene el poder de crear. 

5. No subestimes el poder de la devoción del Hijo de Dios, ni el poder que el dios al que venera ejerce sobre él, 2pues el Hijo de Dios se postra ante el altar de su dios, tanto si es el dios que él inventó como si es el Dios qué lo creó a él. 3Por eso es por lo que su esclavitud es tan total como su libertad, pues obedecerá única­mente al dios que acepte. 4El dios de la crucifixión exige que él crucifique, y sus devotos le obedecen. 5Se crucifican a sí mismos en su nombre, creyendo que el poder del Hijo de Dios emana del sacrificio y del dolor. 6El Dios de la resurrección no exige nada, pues no es Su Voluntad quitarte nada: 7No exige obediencia, pues la obediencia implica sumisión. 8Lo único que quiere es que te des cuenta de cuál es tu voluntad y que la hagas, no con un espíritu de sacrificio y sumisión, sino con la alegría de la libertad. 

No podemos subestimar el poder de devoción del Hijo de Dios, pues su mente puede servir a la verdad o al error, es decir, obedecerá únicamente al dios que acepte.

La voluntad del ego lo lleva a identificarse con un mundo de sacrificios y sus fabricaciones le llevan a percibir el dolor, la pérdida y la muerte.

La Voluntad de Dios nos lleva a conocer lo que realmente somos y a crear un mundo inspirado por el Amor, donde percibiremos la alegría, la felicidad y la eternidad. 

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