PRINCIPIO 45
Un milagro nunca se pierde. Puede afectar a mucha gente
que ni siquiera conoces, y producir cambios inimaginables en situaciones de las
que ni siquiera eres consciente.
Encontramos en el estudio
de este Principio, una similitud con lo expresado en el Principio 35, “Los milagros son expresiones de amor,
pero puede que no siempre tengan efectos observables”, si bien, cuando lo
analizamos, nos centramos especialmente en desarrollar, principalmente, la idea
del amor.
Hoy, vamos a tocar el aspecto que nos quedó
“pendiente” en aquella ocasión y que, este nuevo Principio, nos ofrece la
oportunidad de analizar.
A
título de introducción, me gustaría compartir la siguiente frase:
“Cuando le ofreces un milagro a cualquiera de
mis hermanos, te lo ofreces a ti mismo y me lo ofreces a mí” (T-1.III.1:2).
Ya hemos dicho, a lo largo de estos estudios,
que los milagros se dan en la mente que está lista para ellos, es decir, dicha
mente, al estar unida, se extiende a
todos aun cuando el que obra milagros no se dé cuenta de ello.
Podemos leer en el Texto del Curso que, "la
naturaleza impersonal del milagro se debe a que la Expiación en sí es una, lo
cual une a todo lo creado con su Creador" (T-1.III.7:3).
He sido testigo, en más de una ocasión, de la
preocupación mostrada por muchos estudiantes al desconocer el resultado que
alcanza su actitud milagrosa.
En respuesta a ello, el Curso nos indica que, "el
hecho de que el milagro pueda tener efectos en nuestros hermanos de los que ni
siquiera somos conscientes no debe preocuparnos" (T-1.III.8:1). Ahondando en este mensaje, debemos recordar
que, "el milagro siempre nos bendecirá" (T-1.III.8:2). "Los milagros que no se te ha pedido que hagas no dejan de tener valor. Siguen siendo expresiones de tu estado de gracia, pero dado mi absoluto conocimiento del plan en su totalidad, yo debo controlar su ejecución" (T-1.III.8:3-4).
Si bien es cierto que, "la naturaleza
impersonal de la mentalidad milagrosa asegura tu gracia, pero sólo Él está
en posición de saber dónde pueden concederse" (T-1.III.8:5).
El Curso nos advierte que, "los milagros son
selectivos únicamente en el sentido de que se canalizan hacia aquellos que los
pueden usar en beneficio propio" (T-1.III.9:1).
"Y a medida que te dejas curar, te das cuenta de que junto contigo se curan todos los que te rodean, los que te vienen a la mente, aquellos que están en contacto contigo y los que parecen no estarlo. Tal vez no los reconozcas a todos, ni comprendas cuán grande es la ofrenda que le haces al mundo cuando permites que la curación venga a ti. Mas nunca te curas solo. Legiones y legiones de hermanos recibirán el regalo que tú recibes cuando te curas." (L.pI.137.10:1-4).
Lo que acabamos de indicar, viene a dar respuesta a muchas almas
inquietas que se preguntan cómo pueden ayudar a los demás a sanar. En este
sentido, se cuestionan si el uso de la plegaria es efectiva. Sobre este particular, os dejo, la aportación
de Kenneth Wapnick, en su obra “Los 50 Principios del Milagro”:
“(…) lo único que Un curso en milagros nos pide es que
aceptemos la Expiación para nosotros mismos, lo que significa que pongamos de
nuestra parte para que nuestra mente se cure de estos pensamientos. La
extensión de ese milagro -Expiación o perdón- no es de nuestra incumbencia,
porque nosotros no tenemos idea de lo que es verdaderamente útil. Nuestra única
responsabilidad -aceptar la Expiación para nosotros mismos- es escoger el
perdón o el milagro.
Pregunta:
¿Qué hay con la oración intercesora? ¿Cómo se ajusta a esto?
Respuesta:
No se ajusta, por lo menos en la manera corriente de pensar en ella. Primero, a
Dios no hay que decirle lo que tiene que hacer; es sencillamente una locura
pensar así. Segundo, y aún más importante, como dije antes, una vez oramos por
los demás, estamos diciendo que hay un problema allá afuera, y caemos de nuevo
en la trampa del ego. No rezamos por los demás, lo hacemos por nosotros mismos,
que nuestras mentes, que creían que había una forma de oscuridad afuera, se
sanen. Las primeras secciones del Canto de la oración plantean esto muy
claramente. En verdad oramos por ayuda para salirnos de en medio, de modo que
el Espíritu Santo pueda extenderse a otras mentes a través de nosotros”.
No quiero poner fin a este análisis sin compartir
algunas de las joyas con la que nos regala la obra “Psicoterapia y el Canto de
Oración”. Son algunas pinceladas, pues el tema del terapeuta y de la oración,
lo considero de una gran importancia como para ocupar un tema monográfico.
“La oración es el mayor regalo con el cual Dios
bendijo a Su Hijo al crearlo. Era ésta entonces
lo que ha de llegar a ser: la única voz que el Creador y la creación comparten;
el canto que el Hijo entona al Padre, Quien devuelve a Su Hijo las gracias que el
canto Le ofrece. Perpetua la armonía, y perpetua también la feliz concordia del
amor que eternamente se profesan uno a otro. Y en esto la creación se extiende. Dios da gracias a Su extensión en Su Hijo. Su Hijo
da gracias por su creación, en el canto de su crear en Nombre de Su Padre. El amor que comparten es lo que toda oración habrá
de ser por toda la eternidad, cuando el tiempo termine. Porque así era antes de que el tiempo pareciese
existir” (O-In.1:1-8).
“Para ti que te encuentras brevemente en el tiempo,
la oración toma la forma que mejor se ajusta a tu necesidad. Sólo tienes una. Lo que Dios creó uno debe reconocer
su unidad, y alegrarse de que lo que las ilusiones parecían separar es por siempre
uno en la Mente de Dios. La oración debe
ser ahora el medio por el cual el Hijo de Dios abandona las metas e intereses separados, y vuelve en sagrada alegría
a la verdad de la unión en su Padre y en sí mismo” (O-In.2:1-4).
“La oración es un camino que el Espíritu Santo
ofrece para alcanzar a Dios. No es sólo una
pregunta o una súplica. No puede tener éxito hasta que te des cuenta de que no pide
nada. ¿De qué otra forma podría cumplir su propósito? Es imposible orar pidiendo ídolos y tener esperanzas
de alcanzar a Dios. La verdadera oración debe evitar la trampa de
la súplica. Pide, en su lugar, recibir lo
que ya se ha dado; aceptar lo que ya está ahí” (O-I.1:1-7).
“El secreto de la verdadera oración es olvidar
las cosas que crees necesitar. Pedir lo específico es muy similar a reconocer
el pecado y luego perdonarlo. De la misma
manera, también en la oración pasas por encima de tus necesidades específicas tal
como tú las ves, y las abandonas en Manos de Dios. Allí se convierten en tus regalos
para Él, pues Le dicen que no antepondrías otros dioses a ÉI; ningún Amor que
no sea el Suyo. ¿Cuál otra podría ser Su Respuesta sino
tu recuerdo de Él? ¿Puede esto cambiarse
por un trivial
consejo acerca de un problema de un instante de duración? Dios responde únicamente por la eternidad. Pero
aun así todas las pequeñas respuestas están contenidas en ésta” (O-I.4:1-8).
“Orar es hacerse a un lado;
es abandonarse, es un sereno instante para escuchar y amar. No debe
confundirse con súplica alguna, porque es una manera de recordar tu santidad. ¿Por
qué debería suplicar la santidad, si tiene pleno derecho a todo lo que el amor puede
ofrecer? Y es al Amor adonde vas en la oración. La oración es una ofrenda; es renunciar
a ti mismo para ser uno con el Amor. No hay nada que pedir porque no queda nada
que desear. Esa nada se convierte en el altar de Dios. Desaparece en Él” (O-I.5:1-5).
“También es posible alcanzar
una forma más elevada de pedir -desde la necesidad-, puesto que en este mundo la
oración es reparativa, y por lo tanto debe establecer niveles de aprendizaje. Aquí,
la petición puede ser dirigida a Dios con creencia sincera, aunque aún sin comprensión.
Un vago y usualmente inestable sentido de identificación se ha alcanzado generalmente,
pero tiende a opacarlo un sentimiento de pecado de profundo arraigo. Es posible
en este nivel continuar pidiendo cosas de este mundo en varias formas, y también
es posible pedir regalos como la honestidad o la bondad, y particularmente el perdón
de las muchas fuentes de culpa que inevitablemente yacen bajo cualquier oración
de necesidad. Sin culpa no existe escasez. Los que no han pecado no tienen necesidades” (O-II.3:1-6).
“En este nivel viene también
la curiosa contradicción de términos conocida como -orar por nuestros enemigos-.
La contradicción no se encuentra en las palabras
mismas, sino más bien en la manera como usualmente se interpretan. Mientras
creas que tienes enemigos, has limitado la oración a las leyes del mundo, y también
has limitado tu habilidad de recibir y aceptar a los mismos estrechos márgenes.
Y aun así, si tienes enemigos tienes necesidad de oración, y una muy grande por
cierto. ¿Qué significa la frase realmente?
Ora por ti mismo, para que no busques aprisionar a Cristo y de esa manera pierdas
el reconocimiento de tu propia Identidad.
No le seas traidor a nadie, o te traicionarás a ti mismo” (O-II.4:1-7).
“Que nunca se olvide que la oración en cualquier nivel es
siempre por ti mismo. Si te unes a cualquiera
en oración, lo haces parte de ti. El enemigo eres tú, lo mismo que el Cristo. Antes
de que pueda tornase santa, pues, la oración se vuelve una decisión. Tú no decides por otro. Sólo puedes escoger por
ti mismo. Ora verdaderamente por tus enemigos, puesto que aquí radica tu salvación.
Perdónalos por tus pecados, y serás realmente perdonado” (O-II.6:1-8).
Con esta termino:
“Ahora la oración se eleva
del mundo de las cosas, de los cuerpos, y de los dioses de toda clase, y puedes
descansar en santidad al fin. La humildad
ha venido a enseñarte cómo entender tu gloria como Hijo de Dios, y reconocer la
arrogancia del pecado. Un sueño te ha velado la faz de Cristo. Ahora puedes contemplar
Su impecabilidad. Alto se ha elevado la escalera. Has llegado casi hasta el Cielo.
Hay poco más que aprender antes de completar el viaje. Ahora puedes decir a todo
aquel que venga a unirse en oración contigo:
No puedo ir sin ti, pues eres parte de mí.
Y así lo es en verdad. Ahora
puedes orar sólo por lo que verdaderamente compartes con él. Pues has comprendido
que jamás se fue, y que tú, que parecías solo, eres uno con él” (O-V.3:1-12).
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