viernes, 16 de febrero de 2024

Capítulo 1. Principio 45: "Un milagro nunca se pierde"

PRINCIPIO 45

Un milagro nunca se pierde. Puede afectar a mucha gente que ni siquiera conoces, y producir cambios inimaginables en situaciones de las que ni siquiera eres consciente.


Encontramos en el estudio de este Principio, una similitud con lo expresado en el Principio 35, “Los milagros son expresiones de amor, pero puede que no siempre tengan efectos observables”, si bien, cuando lo analizamos, nos centramos especialmente en desarrollar, principalmente, la idea del amor.

Hoy, vamos a tocar el aspecto que nos quedó “pendiente” en aquella ocasión y que, este nuevo Principio, nos ofrece la oportunidad de analizar.

 A título de introducción, me gustaría compartir la siguiente frase:

“Cuando le ofreces un milagro a cualquiera de mis hermanos, te lo ofreces a ti mismo y me lo ofreces a mí” (T-1.III.1:2).

Ya hemos dicho, a lo largo de estos estudios, que los milagros se dan en la mente que está lista para ellos, es decir, dicha mente, al estar unida, se extiende a todos aun cuando el que obra milagros no se dé cuenta de ello.

Podemos leer en el Texto del Curso que, "la naturaleza impersonal del milagro se debe a que la Expiación en sí es una, lo cual une a todo lo creado con su Creador" (T-1.III.7:3).

He sido testigo, en más de una ocasión, de la preocupación mostrada por muchos estudiantes al desconocer el resultado que alcanza su actitud milagrosa.

En respuesta a ello, el Curso nos indica que, "el hecho de que el milagro pueda tener efectos en nuestros herma­nos de los que ni siquiera somos conscientes no debe preocuparnos" (T-1.III.8:1).  Ahondando en este mensaje, debemos recordar que, "el milagro siempre nos bendecirá" (T-1.III.8:2). "Los milagros que no se te ha pedido que hagas no dejan de tener valor. Siguen siendo expre­siones de tu estado de gracia, pero dado mi absoluto conoci­miento del plan en su totalidad, yo debo controlar su ejecución" (T-1.III.8:3-4).
Si bien es cierto que, "la naturaleza impersonal de la mentalidad milagrosa asegura tu gracia, pero sólo Él está en posición de saber dónde pueden concederse" (T-1.III.8:5).

El Curso nos advierte que, "los milagros son selectivos únicamente en el sentido de que se canalizan hacia aquellos que los pueden usar en beneficio propio" (T-1.III.9:1).

"Y a medida que te dejas curar, te das cuenta de que junto con­tigo se curan todos los que te rodean, los que te vienen a la mente, aquellos que están en contacto contigo y los que parecen no estarlo. Tal vez no los reconozcas a todos, ni comprendas cuán grande es la ofrenda que le haces al mundo cuando permi­tes que la curación venga a ti. Mas nunca te curas solo. Legiones y legiones de hermanos recibirán el regalo que tú recibes cuando te curas." (L.pI.137.10:1-4).

Lo que acabamos de indicar, viene a dar respuesta a muchas almas inquietas que se preguntan cómo pueden ayudar a los demás a sanar. En este sentido, se cuestionan si el uso de la plegaria es efectiva.  Sobre este particular, os dejo, la aportación de Kenneth Wapnick, en su obra “Los 50 Principios del Milagro”:

“(…) lo único que Un curso en milagros nos pide es que aceptemos la Expiación para nosotros mismos, lo que significa que pongamos de nuestra parte para que nuestra mente se cure de estos pensamientos. La extensión de ese milagro -Expiación o perdón- no es de nuestra incumbencia, porque nosotros no tenemos idea de lo que es verdaderamente útil. Nuestra única responsabilidad -aceptar la Expiación para nosotros mismos- es escoger el perdón o el milagro.

Pregunta: ¿Qué hay con la oración intercesora? ¿Cómo se ajusta a esto?

Respuesta: No se ajusta, por lo menos en la manera corriente de pensar en ella. Primero, a Dios no hay que decirle lo que tiene que hacer; es sencillamente una locura pensar así. Segundo, y aún más importante, como dije antes, una vez oramos por los demás, estamos diciendo que hay un problema allá afuera, y caemos de nuevo en la trampa del ego. No rezamos por los demás, lo hacemos por nosotros mismos, que nuestras mentes, que creían que había una forma de oscuridad afuera, se sanen. Las primeras secciones del Canto de la oración plantean esto muy claramente. En verdad oramos por ayuda para salirnos de en medio, de modo que el Espíritu Santo pueda extenderse a otras mentes a través de nosotros”.

No quiero poner fin a este análisis sin compartir algunas de las joyas con la que nos regala la obra “Psicoterapia y el Canto de Oración”. Son algunas pinceladas, pues el tema del terapeuta y de la oración, lo considero de una gran importancia como para ocupar un tema monográfico.
  
“La oración es el mayor regalo con el cual Dios bendijo a Su Hijo al crearlo.  Era ésta entonces lo que ha de llegar a ser: la única voz que el Creador y la creación comparten; el canto que el Hijo entona al Padre, Quien devuelve a Su Hijo las gracias que el canto Le ofrece. Perpetua la armonía, y perpetua también la feliz concordia del amor que eternamente se profesan uno a otro.  Y en esto la creación se extiende.  Dios da gracias a Su extensión en Su Hijo. Su Hijo da gracias por su creación, en el canto de su crear en Nombre de Su Padre.  El amor que comparten es lo que toda oración habrá de ser por toda la eternidad, cuando el tiempo termine.  Porque así era antes de que el tiempo pareciese existir” (O-In.1:1-8).

“Para ti que te encuentras brevemente en el tiempo, la oración toma la forma que mejor se ajusta a tu necesidad.  Sólo tienes una. Lo que Dios creó uno debe reconocer su unidad, y alegrarse de que lo que las ilusiones parecían separar es por siempre uno en la Mente de Dios.  La oración debe ser ahora el medio por el cual el Hijo de Dios abandona las metas e  intereses separados, y vuelve en sagrada alegría a la verdad de la unión en su Padre y en sí mismo” (O-In.2:1-4).

“La oración es un camino que el Espíritu Santo ofrece para alcanzar a Dios.  No es sólo una pregunta o una súplica. No puede tener éxito hasta que te des cuenta de que no pide nada. ¿De qué otra forma podría cumplir su propósito?  Es imposible orar pidiendo ídolos y tener esperanzas de alcanzar a Dios. La verdadera oración debe evitar la trampa de la súplica.  Pide, en su lugar, recibir lo que ya se ha dado; aceptar lo que ya está ahí” (O-I.1:1-7).

“El secreto de la verdadera oración es olvidar las cosas que crees necesitar.   Pedir lo específico es muy similar a reconocer el pecado y luego perdonarlo.  De la misma manera, también en la oración pasas por encima de tus necesidades específicas tal como tú las ves, y las abandonas en Manos de Dios. Allí se convierten en tus regalos para Él, pues Le dicen que no antepondrías otros dioses a ÉI; ningún  Amor  que  no sea  el Suyo. ¿Cuál otra podría ser Su Respuesta sino tu recuerdo de Él? ¿Puede  esto  cambiarse  por  un  trivial  consejo acerca  de  un problema  de  un  instante  de  duración? Dios responde únicamente por la eternidad. Pero aun así todas las pequeñas  respuestas  están contenidas en ésta” (O-I.4:1-8).

“Orar es hacerse a un lado; es abandonarse, es un sereno instante para escuchar y amar.   No debe confundirse  con  súplica  alguna,  porque es una manera de recordar tu santidad. ¿Por qué debería suplicar la santidad, si tiene pleno derecho a todo lo que el amor puede ofrecer? Y es al Amor adonde vas en la oración. La oración es una ofrenda; es renunciar a ti mismo para ser uno con el Amor. No hay nada que pedir porque no queda nada que desear. Esa nada se convierte en el altar de Dios. Desaparece en Él” (O-I.5:1-5).

“También es posible alcanzar una forma más elevada de pedir -desde la necesidad-, puesto que en este mundo la oración es reparativa, y por lo tanto debe establecer niveles de aprendizaje. Aquí, la petición puede ser dirigida a Dios con creencia sincera, aunque aún sin comprensión. Un vago y usualmente inestable sentido de identificación se ha alcanzado generalmente, pero tiende a opacarlo un sentimiento de pecado de profundo arraigo. Es posible en este nivel continuar pidiendo cosas de este mundo en varias formas, y también es posible pedir regalos como la honestidad o la bondad, y particularmente el perdón de las muchas fuentes de culpa que inevitablemente yacen bajo cualquier oración de necesidad. Sin culpa no existe escasez. Los que no han pecado no tienen necesidades” (O-II.3:1-6).

“En este nivel viene también la curiosa contradicción de términos conocida como -orar por nuestros enemigos-. La contradicción  no se encuentra en las palabras mismas, sino más bien en la manera como usualmente se interpretan.   Mientras creas que tienes enemigos, has limitado la oración a las leyes del mundo, y también has limitado tu habilidad de recibir y aceptar a los mismos estrechos márgenes. Y aun así, si tienes enemigos tienes necesidad de oración, y una muy grande por cierto. ¿Qué significa la frase realmente? Ora por ti mismo, para que no busques aprisionar a Cristo y de esa manera pierdas el reconocimiento de tu propia Identidad.  No le seas traidor a nadie, o te traicionarás a ti mismo” (O-II.4:1-7).

“Que nunca  se olvide  que la oración  en cualquier  nivel  es siempre  por ti mismo. Si te unes a cualquiera en oración, lo haces parte de ti. El enemigo eres tú, lo mismo que el Cristo. Antes de que pueda tornase santa, pues, la oración se vuelve una decisión.  Tú no decides por otro. Sólo puedes escoger por ti mismo. Ora verdaderamente por tus enemigos, puesto que aquí radica tu salvación. Perdónalos por tus pecados, y serás realmente perdonado” (O-II.6:1-8).

Con esta termino:

“Ahora la oración se eleva del mundo de las cosas, de los cuerpos, y de los dioses de toda clase, y puedes descansar en santidad al fin.  La humildad ha venido a enseñarte cómo entender tu gloria como Hijo de Dios, y reconocer la arrogancia del pecado. Un sueño te ha velado la faz de Cristo. Ahora puedes contemplar Su impecabilidad. Alto se ha elevado la escalera. Has llegado casi hasta el Cielo. Hay poco más que aprender antes de completar el viaje. Ahora puedes decir a todo aquel que venga a unirse en oración contigo:

No puedo ir sin ti, pues eres parte de mí.

Y así lo es en verdad. Ahora puedes orar sólo por lo que verdaderamente compartes con él. Pues has comprendido que jamás se fue, y que tú, que parecías solo, eres uno con él” (O-V.3:1-12).

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