jueves, 14 de agosto de 2025

Capítulo 22. V. La debilidad y la indefensión (2ª parte).

 V. La debilidad y la indefensión (2º parte). 


4. ¡Cuán débil es el miedo! 2¡Cuán ínfimo e insensato! 3¡Cuán insignificante ante la silenciosa fortaleza de aquellos a quienes el amor ha unido! 4Tal es tu "enemigo": un ratoncillo asustado que pretende enfrentarse al universo. 5¿Qué probabilidades tiene de ganar?. 6¿Sería acaso difícil ignorar sus débiles chillidos que pre­gonan su omnipotencia y quieren ahogar el himno de alabanza al Creador que perpetuamente y cual una sola voz entonan todos los corazones del universo? 7¿Qué es más fuerte, ese ratoncillo o todo lo que Dios creó? 8No es ese ratón lo que te une a tu her­mano, sino la Voluntad de Dios. 9¿Y podría un ratón traicionar a quienes Dios ha unido?

Jesús, en este punto, utiliza el símil del ratón para referirse a la naturaleza débil del ego en comparación con la fortaleza propia de la obra creada por Dios: Su Hijo.

No es el ratón quien posee el poder de la unión, el poder del amor. El ratón no ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. Es el Hijo de Dios quien goza de los atributos de Su Creador. Por lo tanto, ¿nos vamos a identificar con la debilidad del ratoncillo o con la invulnerabilidad del Espíritu?

5. ¡Si tan sólo reconocieseis lo poco que se interpone entre voso­tros y la conciencia de vuestra unión! 2No os dejéis engañar por la ilusión de tamaño, espesor, peso, solidez y firmeza de cimien­tos que ello presenta. 3Es verdad que para los ojos físicos parece ser un cuerpo enorme y sólido, y tan inamovible como una mon­taña. Sin embargo, dentro de ti hay una Fuerza que ninguna ilusión puede resistir. 5Este cuerpo tan solo parece ser inamovi­ble, pero esa Fuerza es realmente irresistible. 6¿Qué ocurre, entonces, cuando se encuentran? 7¿Se puede seguir defendiendo la ilusión de inamovilidad por mucho más tiempo contra lo que calladamente la atraviesa y la pasa de largo?

El cuerpo físico es el ropaje con el que nos hemos identificado y, a pesar de estar regido por las leyes de la ilusión, de lo irreal, de la temporalidad, no hemos conseguido trascender la falsedad de su percepción, es decir, no es suficiente razón para darnos cuenta de que la vida no puede ceñirse al corto viaje que comprende el momento de nuestro nacimiento y que encuentra su fin con la muerte. ¿Acaso esto tiene sentido? 

Si nos atrevemos a dudar de la existencia del ego y de la credibilidad del cuerpo, nos asaltarán pensamientos que nos dirán: "Muéstrame la existencia de la eternidad", "Muéstrame la presencia del espíritu". Nadie ha vuelto a la vida después de haber muerto.

Para el ego, la vida es lo que percibe, lo que ve, lo que toca, lo que siente, lo que huele, lo que oye.  La vida es el cuerpo. Pero si la vida fuesen esas consideraciones, ninguna de ellas sería verdad, ni real.  Ya lo hemos dicho en otras ocasiones. Tan solo lo real y verdadero es lo que no cambia, lo que no está sujeto a las leyes de la temporalidad. 

Nos dice Jesús en este punto que dentro de nosotros hay una Fuerza que ninguna ilusión puede resistir. Tengo la certeza de que esto es verdad. Tengo la certeza de que esa Fuerza es nuestra naturaleza divina, nuestra única verdad.

6. Nunca te olvides de que cuando sientes surgir la necesidad de defenderte de algo es que te has identificado a ti mismo con una ilusión. 2Consecuentemente, crees ser débil porque estás solo. 3Ése es el costo de todas las ilusiones. 4No hay ninguna que no esté basada en la creencia de que estás separado; 5ninguna que no pa­rezca interponerse, densa, sólida e inamovible, entre tu hermano y tú; 6ni ninguna que la verdad no pueda pasar por alto felizmente y con tal facilidad, que tienes que quedar convencido de que no es nada, a pesar de lo que pensabas que era. 7Si perdonas a tu her­mano, esto es lo que inevitablemente sucederá. 8Pues es tu renuen­cia a pasar por alto aquello que parece interponerse entre vosotros lo que hace que parezca impenetrable y lo que defiende la ilusión de su inamovilidad.

Si elegimos vivir bajo las leyes del ego, bajo su sistema de pensamiento, estaremos confirmando que hemos elegido la separación a la unidad, el miedo al amor, la lucha a la paz, el dolor al gozo.

Los efectos consecuentes con esa elección nos sitúan en un escenario de hostilidad característico del mundo de la percepción. Para proteger tu seguridad, decidirás atacar a los demás, pues qué mejor defensa que un buen ataque. El otro se convierte en la diana donde lanzas tus dardos, es decir, donde proyectas tus culpas, tus miedos, tus condenas, y lo haces juzgando tus propias debilidades en su comportamiento. El sufrimiento está servido y no tendrá fin hasta que decidas perdonarte y perdonar al mundo que te rodea.

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