V. La debilidad y la indefensión (1º parte).
1. ¿Cómo se superan las ilusiones? 2Ciertamente
no mediante el uso de la fuerza o de la ira, ni oponiéndose a ellas en modo
alguno. 3Se superan dejando simplemente que la razón te diga que las
ilusiones contradicen la realidad. 4Las ilusiones se oponen a lo
que no puede sino ser verdad. 5La oposición procede de ellas, no de
la realidad. 6La realidad no se opone a nada. 7Lo que
simplemente "es" no necesita defensa ni ofrece ninguna. 8Sólo
las ilusiones necesitan defensa debido a su debilidad. 9Mas ¿cómo
podría ser difícil recorrer el camino de la verdad cuando la debilidad es el
único obstáculo? 10Tú eres el fuerte en este aparente conflicto 11y
no necesitas ninguna defensa. 12Tampoco deseas nada que necesite
defensa, pues cualquier cosa que necesite defensa te debilitará.
Jesús nos invita a utilizar la razón, un recurso propio de la verdad, para superar la ilusión. ¿Cómo podemos tener la certeza de que estamos utilizando la razón para superar la ilusión? La respuesta es sencilla. La ilusión no puede superar una pregunta esencial: ¿lo que percibimos es eterno o perecedero? Si es perecedero, lo que percibimos es ilusorio. Si es eterno, lo que percibimos lo estamos haciendo desde la razón de la verdad.
2. Examina para qué desea las defensas el ego, 2y verás que siempre es para justificar lo que va en contra de la verdad,
lo que se esfuma en presencia de la razón y lo que no tiene sentido. 3¿Puede
esto acaso estar justificado?
4¿ Qué otra cosa podría ser, sino una invitación a la
demencia para que te salve de la verdad? 5¿Y de qué se te salvaría,
sino de lo que temes? 6La creencia en el pecado requiere constante
defensa, y a un costo exorbitante. 7Es preciso combatir y sacrificar
todo lo que el Espíritu Santo te ofrece. 8Pues el pecado está
tallado en un bloque que fue arrancado de tu paz y colocado entre el retorno
de ésta y tú.
¿Serías capaz de identificar alguna ilusión que te permita gozar de la paz que albergas en tu Ser? Si pudieses identificarlo, sin duda alguna dejaría de ser una ilusión.
Es evidente que no me estoy refiriendo a la sensación pasajera de sentirnos en paz por unos instantes y de forma inmediata dejar de sentirla. Este tipo de sensaciones son destellos de lo que gozaríamos si consiguiésemos mantener nuestra consciencia despierta a lo que somos, es decir, si lográsemos dejar de darle valor a las ilusiones y aceptásemos que este mundo es ilusorio e irreal.
Para gozar de la paz eterna, tendremos que recuperar nuestra identidad espiritual y aceptar la función que tiene el cuerpo dentro del mundo perceptivo y temporal. Conocer dicha función liberará al cuerpo del castigo al que está sometido al juzgarle como el único causante de nuestra naturaleza pecadora.
Vivir en paz es vivir en la impecabilidad.
No es nuestra naturaleza espiritual la que nos priva de la paz, de la felicidad y del amor. Es la percepción de lo ilusorio al que le hemos otorgado la condición de real la que se convierte en el principal obstáculo que nos impide gozar de la paz y de la felicidad.
La enemistad del ego con respecto a Dios, al que juzga de vengativo y despiadado, hace que el hombre sienta miedo y recelo hacia todo aquello que le recuerda su naturaleza pecadora, lo que le lleva a atacar fuera de sí mismo todo aquello que siente en su interior como una amenaza para alcanzar su único deseo de ser especial.
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