IV. La bifurcación del camino (2ª parte).
4. ¡Pensad en la hermosura que veréis, vosotros que camináis a Su lado! 2¡Y pensad cuán bello os parecerá el otro! 3¡Cuán felices os sentiréis de estar juntos después de una jornada tan larga y solitaria en la que caminabais por separado! 4Las puertas del Cielo, francas ya para vosotros, las abriréis ahora para los que aún sufren. 5Y nadie que mire al Cristo en vosotros dejará de regocijarse. 6¡Qué bello es el panorama que visteis más allá del velo y que ahora llevaréis para iluminar los cansados ojos de aquellos que todavía están tan extenuados como una vez lo estuvisteis vosotros! 7¡Cuán agradecidos estarán de veros llegar y ofrecer el perdón de Cristo para desvanecer así la fe que ellos aún tienen en el pecado!
El descubrimiento del cuerpo hizo que nos olvidáramos de nuestra verdadera realidad, la cual era compartida por el Hijo de Dios. El origen de nuestra identidad es espiritual y dicha identidad es compartida en unidad con el resto de la Filiación. Sin embargo, el deseo de ser especial colocó una venda sobre nuestros ojos y propició la percepción de una realidad ilusoria con la cual nos identificamos. Dejamos de ser eternos para convertirnos en cuerpos temporales. Nuestra mente quedó prisionera de la dimensión sensorial y el deseo individual hizo que la separación ocupase nuestro nivel de creencia.5 Cualquier error que cometas, el otro ya lo habrá corregido tiernamente por ti. 2Pues para él tu hermosura es su salvación, y la quiere proteger de cualquier daño. 3Y cada uno será para el otro su firme defensor contra todo lo que parezca surgir para separaros. 4Y así caminaréis por el mundo conmigo, pues tengo un mensaje que aún no se ha llevado a todos. 5Y vosotros estáis aquí para permitir que se reciba. 6La oferta de Dios todavía sigue en pie, pero aguarda aceptación. 7Se recibe de vosotros que la habéis aceptado. 8En vuestras manos unidas se deposita confiadamente, pues vosotros que la compartís os habéis convertido en sus devotos guardianes y protectores.
Todos somos participantes de la carrera de la vida. Todos conocemos las reglas por las que se rige la prueba y todos sabemos cuáles son las condiciones que debemos cumplir para cruzar la meta como vencedores.
Nos encontramos en el punto de salida y el clamor de júbilo inicial se está viendo alterado por un ronroneo que está demorando el inicio de la carrera. Algunos participantes están sintiendo un deseo especial que les está propiciando un nuevo estímulo. Desean cruzar la meta en solitario y de este modo hacerse con el trofeo de ganador. Ese rumor emocional lo están extendiendo entre la multitud de participantes, los cuales se han contagiado por ese deseo de ser especial.
Da comienzo la carrera y cuando los organizadores esperaban que todos corrieran al mismo paso, no tardaron en comprobar que cada uno seguía su propio ritmo; es más, nadie seguía el itinerario establecido.
La decepción, el cansancio agotador por el sobreesfuerzo realizado para llegar el primero al punto final, hará que cambiemos de estrategia y que elijamos reconocer a todos y cada uno de los participantes con los cuales debemos alcanzar el objetivo marcado, cruzar la meta juntos de la mano y recibir el merecido trofeo como ganadores.
7. ¡Qué fácil es ofrecer este milagro a todos! 2Nadie que lo haya recibido tendría dificultad alguna en darlo. 3Pues al recibirlo aprendió que no se le daba solamente a él. 4Tal es la función de una relación santa: que recibáis juntos y que deis tal como recibáis. 5Cuando se está ante el velo, esto todavía parece difícil. 6Pero si extendéis vuestras manos unidas y tocáis eso que parece un denso muro, notaréis con cuánta facilidad se deslizan vuestros dedos a través de su insubstancialidad. 7Ese muro no es sólido en absoluto. 8Y es sólo una ilusión lo que se interpone entre tú y tu hermano y el santo Ser que compartís.
Sí, es fácil. En la alegoría que he utilizado para facilitar la comprensión de la enseñanza que Jesús nos comparte, decidimos complicarnos las cosas cuando en verdad lo único que teníamos que hacer es caminar inspirados por nuestra esencia verdadera, el amor. Si así lo hubiésemos hecho o, mejor dicho, si así lo hacemos, jamás soltaríamos la mano de nuestro hermano y junto a él, reconoceríamos la meta, esto es, completaríamos a Dios y a Su Obra.
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