sábado, 31 de mayo de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 151

LECCIÓN 151

Todas las cosas son ecos de la Voz que habla por Dios.

1. Nadie puede juzgar basándose en pruebas parciales. 2Eso no es juzgar. 3Es simplemente una opinión basada en la ignorancia y en la duda. 4Su aparente certeza no es sino una capa con la que pre­tende ocultar la incertidumbre. 5Necesita una defensa irracional porque es irracional. 6la defensa que presenta parece ser muy sólida y convincente, y estar libre de toda duda debido a todas las dudas subyacentes.

2. No pareces poner en tela de juicio el mundo que ves. 2No cues­tionas realmente lo que te muestran los ojos del cuerpo. 3Tampoco te preguntas por qué crees en ello, a pesar de que hace mucho tiempo que te diste cuenta de que los sentidos engañan. 4El que creas lo que te muestran hasta el último detalle es todavía más extraño si te detienes a pensar con cuánta frecuencia su testimonio ha sido erróneo. 5¿Por qué confías en ellos tan ciegamente? 6¿No será por la duda subyacente que deseas ocultar tras un alarde de certeza?

3. ¿Cómo ibas a poder juzgar? 2Tus juicios se basan en el testimo­nio que te ofrecen los sentidos. 3No obstante, jamás hubo testi­monio más falso que ése. 4Mas ¿de qué otra manera excepto ésa, juzgas al mundo que ves? 5Tienes una fe ciega en lo que tus ojos y tus oídos te informan. 6Crees que lo que tus dedos tocan es real y que lo que encierran en su puño es la verdad. 7Esto es lo que entiendes, y lo que consideras más real que aquello de lo que da testimonio la eterna Voz que habla por Dios Mismo.

4. ¿A eso es a lo que llamas juzgar? 2Se te ha exhortado en muchas ocasiones a que te abstengas de juzgar, mas no porque sea un derecho que se te quiera negar. 3No puedes juzgar. 4Lo único que puedes hacer es creer en los juicios del ego, los cuales son todos falsos. 5El ego dirige tus sentidos celosamente, para probarte cuán débil eres, cuán indefenso y temeroso, cuán aprehensivo del justo castigo, cuán ennegrecido por el pecado y cuán miserable por razón de tu culpabilidad.

5. El ego te dice que esa cosa de la que él te habla, y que defende­ría a toda costa, es lo que tú eres. 2Y tú te lo crees sin ninguna sombra de duda. 3Mas debajo de todo ello yace oculta la duda de que él mismo no cree en lo que con tanta convicción te presenta como la realidad. 4Es únicamente a sí mismo a quien condena. 5Es en sí mismo donde ve culpabilidad. 6Es su propia desespera­ción lo que ve en ti.

6. No prestes oídos a su voz. 2Los testigos que te envía para pro­barte que su propia maldad es la tuya, y que hablan con certeza de lo que no saben, son falsos. 3Confías en ellos ciegamente por­que no quieres compartir las dudas que su amo y señor no puede eliminar por completo. 4Crees que dudar de sus vasallos es dudar de ti mismo.

7. Sin embargo, tienes que aprender a dudar de que las pruebas que ellos te presentan puedan despejar el camino que te lleva a reconocerte a ti mismo, y dejar que la Voz que habla por Dios sea el único juez de lo que es digno que tú creas. 2Él no te dirá que debes juzgar a tu hermano basándote en lo que tus ojos ven en él, ni en lo que la boca de su cuerpo le dice a tus oídos o en lo que el tacto de tus dedos te informa acerca de él. 3Él ignora todos esos testigos, los cuales no hacen sino dar falso testimonio del Hijo de Dios. 4Él reconoce sólo lo que Dios ama, y en la santa luz de lo que Él ve todos los sueños del ego con respecto a lo que tú eres se desvanecen ante el esplendor que Él contempla.

8. Deja que Él sea el Juez de lo que eres, pues en Su certeza la duda no tiene cabida, ya que descansa en una Certeza tan grande que ante Su faz dudar no tiene sentido. 2Cristo no puede dudar de Sí Mismo. 3La Voz que habla por Dios puede tan sólo honrarle y deleitarse en Su perfecta y eterna impecabilidad. 4Aquel a quien Él ha juzgado no puede sino reírse de la culpabilidad, al no estar dispuesto ya a seguir jugando con los juguetes del pecado, ni a hacerle caso a los testigos del cuerpo al encontrarse extático ante la santa faz de Cristo.

9. Así es como Él te juzga. 2Acepta Su Palabra con respecto a lo que eres, pues Él da testimonio de la belleza de tu creación y de la Mente Cuyo Pensamiento creó tu realidad. 3¿Qué importancia puede tener el cuerpo para Aquel que conoce la gloria del Padre y la del Hijo? 4¿Podrían acaso los murmullos del ego llegar hasta Él? 5¿Qué podría convencerle de que tus pecados son reales? 6Deja asimismo que Él sea el Juez de todo lo que parece acontecerte en este mundo. 7Sus lecciones te permitirán cerrar la brecha entre las ilusiones y la verdad.

10. Él eliminará todo vestigio de fe que hayas depositado en el dolor, los desastres, el sufrimiento y la pérdida. 2Él te concede una visión que puede ver más allá de estas sombrías apariencias y contemplar la dulce faz de Cristo en todas ellas. 3Ya no volverás a dudar de que lo único que te puede acontecer a ti a quien Dios ama, son cosas buenas, pues Él juzgará todos los acontecimientos y te enseñará la única lección que todos ellos encierran.

11. Él seleccionará los elementos en ellos que representan la ver­dad, e ignorará aquellos aspectos que sólo reflejan sueños fútiles. 2Y re-interpretará desde el único marco de referencia que tiene, el cual es absolutamente íntegro y seguro, todo lo que veas, todos los acontecimientos, circunstancias y sucesos que de una manera u otra parezcan afectarte. 3Y verás el amor que se encuentra más allá del odio, la inmutabilidad en medio del cambio, lo puro en el pecado y, sobre el mundo, únicamente la bendición del Cielo.

12. Tal es tu resurrección, pues tu vida no forma parte de nada de lo que ves. 2Tu vida tiene lugar más allá del cuerpo y del mundo, más allá de todos los testigos de lo profano, dentro de lo Santo, y es tan santa como Ello Mismo. 3En todo el mundo y en todas las cosas Su Voz no te hablará más que de tu Creador y de tu Ser, el Cual es uno con Él. 4Así es como verás la santa faz de Cristo en todo, y como oirás en ello el eco de la Voz de Dios.

13. Hoy practicaremos sin palabras, excepto al principio del perí­odo que pasamos con Dios. 2Introduciremos estos momentos con una repetición lenta del pensamiento con el que comienza el día. 3Después observaremos nuestros pensamientos, apelando silen­ciosamente a Aquel que ve los elementos que son verdad en ellos. 4Deja que Él evalúe todos los pensamientos que te vengan a la mente, que elimine de ellos los elementos de sueño y que te los devuelva en forma de ideas puras que no contradicen la Volun­tad de Dios.

14. Ofrécele tus pensamientos, y Él te los devolverá en forma de milagros que proclaman jubilosamente la plenitud y la felicidad que como prueba de Su Amor eterno Dios dispone para Su Hijo. 2Y a medida que cada pensamiento sea así transformado, asu­mirá el poder curativo de la Mente que vio la verdad en él y no se dejó engañar por lo que había sido añadido falsamente. 3Todo vestigio de fantasía ha desaparecido. 4Y lo que queda se unifica en un Pensamiento perfecto que ofrece su perfección por doquier.

15. Pasa así quince minutos al despertar, y dedica gustosamente quince más antes de irte a dormir. 2Tu ministerio dará comienzo cuando todos tus pensamientos hayan sido purificados. 3Así es como se te enseña a enseñarle al Hijo de Dios la santa lección de su santidad. 4Nadie puede dejar de escuchar cuando tú oyes la Voz que habla por Dios rendirle honor al Hijo de Dios. 5Y todos compartirán contigo los pensamientos que Él ha re-interpretado en tu mente.

 16. Tal es tu Pascua. 2de esa manera depositas sobre el mundo la ofrenda de azucenas blancas como la nieve que reemplaza a los testigos del pecado y de la muerte. 3Mediante tu transfiguración el mundo se redime y se le libera jubilosamente de la culpabili­dad. 4Ahora elevamos nuestras mentes resurrectas llenos de gozo y agradecimiento hacia Aquel que nos restituyó la cordura.

17. Y recordaremos cada hora a Aquel que es la salvación y la liberación. 2Y según damos las gracias, el mundo se une a noso­tros y acepta felizmente nuestros santos pensamientos, que el Cielo ha corregido y purificado. 3Ahora por fin ha comenzado nuestro ministerio, para llevar alrededor del mundo las buenas nuevas de que en la verdad no hay ilusiones, y de que, por mediación nuestra, la paz de Dios les pertenece a todos.


¿Qué me enseña esta lección?

Ser Hijo de Dios nos da la potestad de expresar la voluntad y dirigir su fuerza en la
dirección que creamos conveniente. La cuestión de la dirección es una elección. No es un pecado el elegir; sin embargo, para el ego, esa elección le llevó a creer que no era digna de la mirada de su Padre.

¿Acaso castigarías a tu hijo por el mero hecho de utilizar los atributos con los que le has creado?

¿No sería más lógico que le permitieses tomar consciencia de los efectos que su acción le reporta?

Dios no ha expulsado a su Hijo del Paraíso Terrenal, del Jardín del Edén, dispuesto para que gozara de su condición divina. En ese Estado, el Hijo de Dios era guiado por su Padre para que en su crecimiento anímico fuese desarrollando su Potencial Creador.

Ese Hijo tomó la decisión de identificarse con el mundo material y, en esa toma de contacto con las vibraciones físicas, se quedó “estancado”, situación que se asemeja a un estado de “sueño”, pues ha olvidado su verdadera procedencia.

Una vez en el “sueño”, el Hijo de Dios ha cedido su hegemonía al ego, el cual adquiere una nueva identidad, la que le ofrece la percepción que recibe a través de los sentidos del cuerpo físico. Esas sensaciones se convierten en su verdad y ello le lleva a pensar que su única realidad es la que le aporta su cuerpo. Un cuerpo cuya realidad es temporal nace y muere.

El recuerdo de lo que fue, de su relación con Dios, se le antoja un recuerdo temeroso, pues interpreta que fue arrojado al mundo de la perdición por el simple hecho de haber utilizado su mente para identificarse con un mundo transitorio e ilusorio. El miedo sustituye al amor; la culpa se erige como el sentimiento de arrepentimiento que debe ser redimido. Ello da lugar al castigo, como el antídoto que nos hace sentir aliviados del remordimiento de nuestros pecados.

Deseamos limpiarnos de nuestra “suciedad” y, amparados en la falsa creencia de que nos encontramos separados de los demás, proyectamos nuestra oscuridad sobre el mundo, y nos entregamos a enjuiciar las imperfecciones ajenas en un intento por limpiar las nuestras.

Por lo general, el despertar de la consciencia espiritual suele venir acompañado de una experiencia de extremo dolor: una pérdida de un ser querido, una enfermedad grave, un trágico accidente… Tras esas duras experiencias para el ego, se produce el despertar al mundo espiritual. Es como si se alcanzara la evidencia de que nos encontrábamos identificados con una falsa creencia, con un error.

Ese despertar nos lleva a sublimar los sentidos físicos y, en su lugar, buscamos otras sensaciones más duraderas, como son la paz, el amor incondicional, la justicia, la unidad…

Cuando esto ocurre, nuestra identidad ya no es el ego, sino el Espíritu, y la Voz que oímos a partir de ese momento proviene de nuestro Padre. Participamos del feliz reencuentro de la Gran Familia Divina: La Filiación.


Ejemplo-Guía: "El juicio condenatorio y la vía del castigo"

Llegado este punto del proceso de aprendizaje ofrecido por las lecciones del Curso de Milagros, tengo la certeza de que abordamos uno de los puntos más importantes de cara a lo que hemos llamado la salvación o despertar. Me estoy refiriendo al juicio condenatorio.

Juzgar es una función que se le atribuye a la mente. El juicio requiere percepción y la percepción nos lleva a la creencia en la dualidad. Cada experiencia nos lleva a un aprendizaje, en el que alcanzamos una conclusión que inscribimos en nuestra conciencia. Si tocamos el fuego con nuestras manos, nos quemaremos y ello nos reportará una información que interpretaremos como dolorosa, lo que nos llevará a extraer una conclusión: tocar el fuego es malo y doloroso.

Una vez que hemos integrado en nuestra conciencia el resultado de una experiencia, este proceso nos lleva a adoptar una creencia y, en el ejemplo del fuego, podemos llegar a la conclusión de que el fuego es malo y dañino. Pero alguien puede objetar que esa conclusión es muy rigurosa y que está condicionada por un elemento que no se ha valorado: el fuego es malo y dañino, dependiendo del uso que se le dé, es decir, dependiendo de otra creencia, su utilidad.

Si aplicamos esta dinámica a cualquier aspecto de la vida, podemos concluir que somos un conjunto de creencias, las cuales, todas ellas, se fundamentan en una creencia original que es falsa: pensar que el mundo material es real y que las mentes están separadas.

Desde la creencia en la realidad que nos ofrece el mundo material, no podemos evitar utilizar nuestra mente con un criterio divisorio y separador. Escudriñar el mundo que percibe es una invitación que no rechaza, sino que la busca. Juzgar es necesario para conocer lo que es bueno y lo que no lo es.

El juicio se convierte en su principal arma de aprendizaje y de defensa, pues en la medida en que juzgamos, estamos defendiéndonos o atacándolo; atrayéndolo o destruyéndolo.

El juicio es un hábito adquirido por la creencia en la percepción. Se ha convertido en el arma estratégica y favorita del ego, pues de este modo aleja de sí mismo aquello que juzga y condena, y de este modo se libera de la culpa que siente conscientemente si decide mirar de frente aquello que está juzgando. De alguna manera, el ego sabe que, juzgando, mantiene su argumento de ser un cuerpo separado del resto.

El juicio, por lo tanto, nos aleja de la verdad, en cuanto que interpone una condición entre ella y nuestra conciencia. No puedo aceptar ser uno con el otro, pues no puedo aceptar ser uno con lo que condeno.

Hoy, podemos reflexionar sobre un aspecto que nos ayudará a conocernos. Para ello, os invito a responder a la siguiente cuestión:

¿Qué juzgas y condenas en los demás?

Reflexión: ¿Realmente crees que eres lo que tus sentidos te dictan que eres?

viernes, 30 de mayo de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 150

CUARTO REPASO


LECCIÓN 150

Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.

(139) Aceptaré la Expiación para mí mismo.
(140) La salvación es lo único que cura.


¿Qué me enseña esta lección?

(139) Aceptaré la Expiación para mí mismo.

La mente inspirada por el deseo de ser especial, al proyectarse, dio lugar al descubrimiento del mundo físico y la identificación con él. Este "acto", ilusoriamente, ha dado lugar a la visión del ego. La percepción que recibe el ego, a través del cuerpo, da lugar a la conciencia y a creer que dicho vehículo es su única realidad.

Ese error sustenta todo el sistema del pensamiento del ego, el cual, al percibir los cuerpos como entes separados, lo lleva a la conclusión de que nos encontramos separados unos de otros, negando cualquier vinculación en las vivencias compartidas.

Ese error debe ser corregido, deshecho, y ello sólo es posible a través de la Expiación que nos dispensa el Espíritu Santo.

La Expiación nos permite eliminar todas aquellas capas que nos impedían conocer nuestra verdadera realidad. Corregir el error de la separación nos lleva a recuperar la esencia de nuestro Ser y es esa nueva visión la que nos lleva a la percepción verdadera, la antesala, en este mundo, del verdadero Conocimiento. Es la Visión de la Unidad.

Reflexión: ¿Cómo vivo la vida desde la creencia en la separación? ¿Cómo vivo la vida desde la visión del cuerpo?


(140) La salvación es lo único que cura.

La falsa creencia en la separación nos lleva a sentirnos culpables, pues interpretamos que la orientación que hemos dado a nuestra mente nos ha desvinculado de nuestro Creador.

Esta situación es semejante a lo que ocurre en el proceso evolutivo que afrontamos cuando somos una criatura recién nacida. En los primeros años, nuestra mente no es individual, sino que se alimenta de la mente de nuestros padres. Durante ese periodo de tiempo, los conflictos mentales de los padres repercuten directamente en la salud de los hijos. Esta apreciación es demostrada en la metodología de la bioneuroemoción.
Cuando ese niño alcanza la edad en que comienza a utilizar su cuerpo mental individual, suele ocurrir que no sigue las pautas de pensamiento orientadas por sus padres, y utiliza su mente para acuñar sus propias creencias, lo que da lugar a una personalidad distinta a la de sus progenitores.

Nuestro Padre es Uno y Es Perfecto. Nuestra personalidad egoica se cree escindida de ese estado de unidad y de perfección y, en cambio, ha fabricado una realidad en la que se descubre como un ser pecador y merecedor del castigo que le permita redimir su culpa.

Tan sólo la salvación nos eleva a la condición que ha de permitirnos deshacer ese error y curar nuestra mente.

Reflexión: ¿Cuál crees que es la causa de la enfermedad? ¿Cuál crees que es el camino de la curación?

Capítulo 20. VIII. La visión de la impecabilidad (1ª parte).

VIII. La visión de la impecabilidad (1ª parte).

1.  Al principio, la visión te llegará en forma de atisbos, pero eso bastará para mostrarte lo que se te concede a ti que ves a tu her­mano libre de pecado. 2La verdad se restituye en ti al tú desearla, tal como la perdiste al desear otra cosa. 3Abre las puertas del santo lugar que cerraste al haber valorado ésa "otra cosa", y lo que nunca estuvo perdido regresará calladamente. 4Ha sido sal­vaguardado para ti. 5La visión no sería necesaria si no se hubiese concebido la idea de juzgar. 6Desea ahora que ésta sea eliminada completamente y así se hará.

Recuerdo una película en la que el protagonista era invidente desde nacimiento y su mayor deseo era poder ver. Había aprendido a sobrevivir desarrollando el resto de sus sentidos físicos y a identificar las cosas y a las personas a través de ellos y de las descripciones que los demás le aportaban. Su intenso deseo le llevó a buscar un remedio para su estado y le propusieron someterse a una intervención quirúrgica. El resultado de la intervención fue todo un éxito y el invidente recuperó la visión, la cual al principio era un poco borrosa, pero iría mejorando su nitidez con el paso del tiempo. El hecho de haber recuperado la visión no significó que reconociese las cosas al verlas, pues aún no identificaba el objeto con la imagen que su mente había creado. No le resultó fácil aquel cambio de percepción y en ocasiones cerraba los ojos para identificar mejor la situación que se le mostraba.

La visión de la luz, de lo que realmente somos, nos llegará en forma de atisbos y ello significará que hemos cambiado el modo de ver las cosas. Allí donde antes todo era oscuridad, la luz comienza a disipar las tinieblas. Allí donde antes veíamos separación, comenzamos a ver unidad. Allí donde antes veíamos la opción de atacar para proteger nuestras posesiones, ahora vemos la oportunidad de dar y de compartir lo que somos de manera totalmente desinteresada.

La clave de este cambio se halla en el deseo y con esta afirmación se desvela cuál fue la fuerza que nos llevó a ver un mundo distinto al de Dios. Cuando la voluntad se une al deseo, se produce el misterio de la creación, al igual que ocurre cuando el esperma se une al óvulo o cuando la semilla se introduce en la tierra. Voluntad y deseo pueden servir a la unidad o a la separación. Cuando servimos al amor, cuando nuestro deseo es extender el amor, estamos creando eternidad. Cuando sirve a la individualidad, cuando nuestro deseo es la autosatisfacción, estamos fabricando la ilusión y la temporalidad.

2. ¿Deseas conocer tu Identidad? 2¿No intercambiarías gustosa­mente tus dudas por la certeza? 3¿No estarías dispuesto a estar libre de toda aflicción y aprender de nuevo lo que es la dicha? 4Tu relación santa te ofrece todo esto. 5Tal como se te dio, así también se te darán sus efectos. 6Y del mismo modo en que no fuiste tú quien concibió su santo propósito, tampoco fuiste tú quien concibió los medios para lograr su feliz desenlace. 7Regocíjate de poder disponer de lo que es tuyo sólo con pedirlo, y no pienses que tienes que ser tú quien debe concebir los medios o el fin. 8Todo ello se te da a ti que quieres ver a tu hermano libre de pecado. 9Todo ello se te da, y sólo espera a que desees recibirlo. 10La visión se le otorga libremente a todo aquel que pide ver.

La visión de la separación es el efecto de haberla deseado. La separación es sinónimo de división, al igual que la unión es sinónimo de unicidad. El pensamiento sigue a su fuente o, lo que es lo mismo, y si hemos decidido ver separación, es porque nuestra mente ha deseado la división.

La naturaleza del mundo de Dios es la paz, la dicha y la luz. En su reino gobierna la ley del amor. Ver de manera diferente ese mundo responde al deseo de ver de manera distinta a la de Dios. Responde al deseo de regirse por leyes donde no impere el amor. La naturaleza del mundo del ego es la discordia, la escasez y la oscuridad.

Al percibir la separación, dejamos de percibir la unidad de las mentes y nuestra percepción descubrió al otro fuera de nosotros. Sentimos miedo y el miedo sustituyó al amor, lo que ocasionó que nos identificáramos con el personaje percibido, con los ropajes físicos que aparentemente nos ofrecían una identidad. Caímos en un pesado sueño en el que nuestra conciencia olvidó lo que éramos realmente para adquirir una falsa identidad. Pero ese estado de conciencia no significa la muerte de nuestro verdadero ser, sino su olvido. Si el deseo individualista fue la causa que nos llevó a ese estado, será el deseo de unión el que nos permitirá recordar lo que somos y, en ese proceso de salvación, el otro, nuestro hermano, juega un papel estelar, sirviéndonos como espejos en el que podremos reconocernos.

jueves, 29 de mayo de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 149

CUARTO REPASO


LECCIÓN 149

Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.

(137) Cuando me curo, no soy el único que se cura.
(138) El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir.


¿Qué me enseña esta lección?

(137) Cuando me curo, no soy el único que se cura.

La capacidad de enfermar no se encuentra en el cuerpo, sino en la mente. Las mentes se encuentran unidas, a diferencia de los cuerpos que se encuentran separados.

Si mi mente corrige el error y se cura, la expansión creadora de esa corrección permitirá que otras mentes, también, se curen. Podemos llamar a esta secuencia curación cuántica.

La mente enferma es aquella que se ha identificado con el cuerpo y ha dado lugar a lo que conocemos con el nombre de ego. Su visión está limitada por la información recibida a través de la percepción de los sentidos. La enfermedad, desde este punto de vista, ofrece al ego la certeza de que es un cuerpo, negando cualquier otra identidad que no proceda de su percepción material.

¿Por qué crees que enfermas? ¿Por qué crees que te curas?


(138) El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir.

¿Qué otra alternativa querrías elegir si verdaderamente aspiras a ser feliz?

¿Acaso, si deseas la luz, elegirías la oscuridad?

¿Acaso, si eres consciente de que te pertenece la dicha, la plenitud y la abundancia, vas a decidir abandonar el Edén?

Si tu Padre te regala el Cielo, ¿vas a despreciar su ofrenda y desear el infierno?

Si la Verdad es tu Realidad, ¿decidirás recrear tu mirada con la visión de la ilusión?

Tal vez pienses que debes elegir; sin embargo, tu herencia ya ha sido dispuesta. Eres el legítimo heredero y príncipe de todos los confines del Cielo. Esa es tu potestad.

Capítulo 20. VII. La correspondencia entre medios y fin (3ª parte).

VII. La correspondencia entre medios y fin (3ª parte).

8. El cuerpo no se puede ver, excepto a través de juicios. 2Ver el cuerpo es señal de que te falta visión y de que has negado los medios que el Espíritu Santo te ofrece para que sirvas a Su pro­pósito. 3¿Cómo podría lograr su objetivo una relación santa si se vale de los medios del pecado? 4Tú te enseñaste a ti mismo a juzgar; mas tener visión es algo que se aprende de Aquel que quiere anular lo que has aprendido. 5Su visión no puede ver el cuerpo porque no puede ver el pecado. 6Y de esta manera, te conduce a la realidad. 7Tu santo hermano -a quien verlo de este modo supone tu liberación- no es una ilusión. 8No intentes verlo en la oscuridad, pues lo que te imagines acerca de él parecerá real en ella. 9Cerraste los ojos para excluirlo. 10Tal fue tu propó­sito, y mientras ese propósito parezca tener sentido, los medios para su consecución se considerarán dignos de ser vistos, y, por lo tanto, no verás.

El cuerpo es un símbolo de identidad. La identificación es una creencia y pone de manifiesto aquello que vemos. Si lo que vemos es lo que deseamos, podemos concluir que nuestra identidad es fruto de lo que deseamos. Considero importante esta introducción para ayudarnos a comprender el contenido de este punto, sobre todo en lo concerniente a la afirmación de que el cuerpo no se puede ver, excepto a través de juicios.

Desde mi punto de vista, hasta ahora, entiendo que el cuerpo no es real porque es temporal y está regido por las leyes del cambio. Sabemos que lo que es real es verdad y que la verdad es eterna y no cambia. Por lo tanto, cuando se dice que el cuerpo no es real, responde a las anteriores consideraciones.

Cuando se nos afirma que el cuerpo no se puede ver, excepto a través de juicios, lo que está poniendo de manifiesto es el significado esotérico del término ver. Cuando utilizamos dicho término desde el punto de vista del sistema de pensamiento del ego, su significado se asocia a una capacidad perceptiva de la visión y del resto de los sentidos físicos, no tan solo de los ojos. Un invidente puede ver el cuerpo a través del resto de los sentidos. Basado en este sistema de pensamiento, el que da lugar a la percepción, el juicio se nos muestra como el principal agente que nos lleva a ver el cuerpo, es decir, a ser conscientes de su percepción como símbolo de la creencia en la separación. Juzgar es el deseo de que las cosas sean diferentes a como realmente son. Cuando nuestra voluntad eligió ver un mundo diferente al de Dios, lo que estaba haciendo la mente es emitir un juicio de separación inspirado en el deseo de ver de forma independiente al de nuestro Creador, lo cual nos llevó a ver lo que deseamos, el mundo físico.

Pero esa no es la verdadera visión. Esa visión del ego procede de la oscuridad y en la oscuridad no se puede ver. La visión procede de la luz. Podemos decir que la luz y la visión van unidas. Desde la visión, desde la luz, se tiene acceso a la realidad, a la verdad, a la unidad. Desde esa visión, el cuerpo-separación-juicio no se puede ver, porque en ese plano tan solo se manifiesta lo esencial y verdadero.

9. Tu pregunta no debería ser: "¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?" 2sino, "¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?" 3Y al preguntar esto, no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu liberación del miedo. 4La salvación es la meta del Espíritu Santo. 5El medio es la visión. 6Pues lo que contemplan los que ven está libre de pecado. 7Nadie que ama puede juzgar, y, por lo tanto, lo que ve está libre de toda condena. 8Y lo que él ve no es obra suya, sino que le fue dado para que lo viese, tal como se le dio la visión que le permi­tió ver.

Me quedo con la afirmación de que "nadie que ama puede juzgar", pues si estamos libres de juicio no podremos condenar al no ver el pecado. No ver el pecado significa que no vemos la separación, que no hemos elegido ver un mundo diferente al de nuestro Creador. En nuestra inocencia, en nuestra visión de impecabilidad, reside nuestra voluntad por ver la salvación como el propósito, el fin que nos une a todos nuestros hermanos.

La visión Crística es el medio que Jesús y el Espíritu Santo nos dispensan para que logremos la salvación.

miércoles, 28 de mayo de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 148

CUARTO REPASO

LECCIÓN 148

Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.

(135) Si me defiendo he sido atacado.
(136) La enfermedad es una defensa contra la verdad.


¿Qué me enseña esta lección?

(135) Si me defiendo he sido atacado.

Tan sólo el cuerpo y sus fabricaciones toman la decisión de defenderse, pues tan sólo el ego percibe el mundo como una amenaza, como un ataque.

La seguridad del ego es imposible, pues aquello en lo que cree está permanentemente sujeto a la temporalidad y al cambio.

La verdad del ego justifica el ataque como una venganza que viene a recordarle su identificación con el pecado y el merecido castigo por su pecaminoso acto.

El miedo ha sustituido al amor; la falsa creencia en la separación justifica que los deseos del otro vienen a quitarle lo que posee, sus pertenencias, aquellas que le aportan una identidad. Es por ello que decide defenderse del mundo hostil que le rodea y, para ello, ataca y condena el comportamiento ajeno.

Cada vez que mantengo una actitud de defensa, estoy interpretando que me he sentido atacado e intento ganar la partida para no perder lo que más valoro: mi cuerpo, mi estima, mis pertenencias, mi poder, mi seguridad física.

¿De qué te defiendes?

(136) La enfermedad es una defensa contra la verdad.

Si crees ser tu cuerpo físico, sin duda alguna, creerás, igualmente, en la enfermedad, pues dándole valor a aquello que percibes desde tu vehículo físico, lo identificas como tu verdad.

Si ves con los ojos de tu cuerpo aquello que es ilusorio y le aportas credibilidad, estarás sustituyendo y atacando lo que realmente es verdad.
¿Te has preguntado si no le has dado valor a la enfermedad para justificar tu creencia en que eres un cuerpo?

No olvides que lo real, lo único que es verdad, es eterno y que lo ilusorio es temporal. ¿Acaso tu cuerpo físico es eterno? Entonces, estás identificándote con lo que no es real; estarás alimentando una verdad que no lo es y todas tus acciones para mantenerte firme en tu verdad atacarán, realmente, a la verdad.

Pregúntate, ¿para qué necesitas la enfermedad? ¿Qué beneficio te aporta perder la paz y la plenitud? ¿Qué estímulo crees encontrar en la percepción del dolor, del castigo, del sufrimiento?

No necesitas la enfermedad para nada, pues todo en ti es pleno. Todo en ti está a salvo. No hay necesidad de castigo, ni de sacrificio, ni de escasez, ni de penas y tristezas. Tener la verdadera visión de lo que somos; tener la certeza de que somos Hijos de Dios, de que somos una unidad con nuestro Padre, nos dará la confianza para que nuestra mente goce de plena salud.

Capítulo 20. VII. La correspondencia entre medios y fin (2ª parte).

VII. La correspondencia entre medios y fin (2ª parte).

3. Para alcanzar el objetivo, el Espíritu Santo pide en verdad muy poco. 2Y pide igualmente poco para proporcionar los medios. 3Los medios son secundarios con respecto al objetivo. 4Cuando dudas, es porque el propósito te atemoriza, no los medios. 5Recuerda esto, pues, de lo contrario, cometerás el error de creer que los medios son difíciles. 6Sin embargo, ¿cómo van a ser difíciles cuan­do son algo que simplemente se te proporciona? 7Los medios ga­rantizan el objetivo y concuerdan perfectamente con él. 8Antes de que los examinemos más detenidamente, recuerda que si piensas que son imposibles, tu deseo de lograr el objetivo se ve menosca­bado. 9Pues si es posible alcanzar un objetivo, los medios para lograrlo tienen que ser posibles también.

Tal vez hayamos visto la relación existente entre el fin y los medios. Tal vez hayamos tomado conciencia de que el fin y los medios forman parte de una unidad, como lo hacen la causa y el efecto. Si nuestro fin es la salvación, no utilizaremos el cuerpo físico como el medio para encontrarla, pues la visión del cuerpo nos vincula con la creencia en la separación, lo que significa que cuando vemos a nuestros hermanos no lograremos ver la unidad existente de nuestras mentes. Se requiere una visión basada en la realidad de lo que somos. Se requiere ver la luz que somos e identificarnos con la verdad de la que somos portadores al haber sido creados por Dios. Somos seres espirituales dotados del poder de la voluntad, del amor y de la inteligencia. Desde esa visión de unidad, el otro se convierte en el medio a través del cual lograremos andar el camino que nos conducirá hasta la salvación.

4. Es imposible ver a tu hermano libre de pecado y al mismo tiempo verlo como si fuese un cuerpo. 2¿No es esto perfectamente consistente con el objetivo de la santidad? 3Pues la santidad es simplemente el resultado de dejar que se nos libere de todos los efectos del pecado, de modo que podamos reconocer lo que siem­pre ha sido verdad. 4Es imposible ver un cuerpo libre de pecado, pues la santidad es algo positivo y el cuerpo es simplemente neu­tral. 5No es pecaminoso, pero tampoco es impecable . 6Y como realmente no es nada, no se le puede revestir significativamente con los atributos de Cristo o del ego. 7Tanto una cosa como la otra sería un error, pues en, ambos casos se le estarían adjudicando atributos a algo que no los puede poseer. 8Y ambos errores ten­drían que ser corregidos en aras de la verdad.

No podemos malinterpretar lo que hemos dicho en el punto anterior cuando hemos hecho referencia al cuerpo. Si nuestra mente juzga al cuerpo, lo que estará haciendo es reconocer que el cuerpo es real. El cuerpo es neutro. Es la mente la que tiene el poder sobre el cuerpo y lo utiliza para llevar al plano de la experiencia el contenido de nuestras creencias. Esa es la base de la percepción. Podemos percibir correctamente o de manera incorrecta. Podemos utilizar el cuerpo y las experiencias que él materializa como fuente de aprendizaje para comprender lo que realmente somos. Pero nunca podemos creer que nuestra identidad verdadera es corporal, negando nuestra esencia real.

5. El cuerpo es el medio a través del cual el ego trata de hacer que la relación no santa parezca real. 2El instante no santo es el tiempo de los cuerpos. 3Y su propósito aquí es el pecado. 4Mas éste no se puede alcanzar salvo en fantasías, y, por lo tanto, la ilusión de que un hermano es un cuerpo está en perfecta consonancia con el propósito de lo que no es santo. 5Debido a esta correspon­dencia, los medios no se ponen en duda mientras se siga atribuyendo valor a la finalidad. 6La visión se amolda a lo que se desea, pues la visión siempre sigue al deseo. 7Y si lo que ves es el cuerpo, es que has optado por los juicios en vez de por la visión. 8Pues la visión, al igual que las relaciones, no admite grados. 9O ves o no, ves.

La salvación como objetivo, como fin, en el mundo actual en que imperan las leyes del sistema de pensamiento del ego, no puede utilizar el cuerpo físico para lograrlo, salvo que lo espiritualice. ¿Qué quiero expresar con ello? Que debemos reconocer que la única función del cuerpo, al ser neutro, es servir a la mente. Si nuestra mente sirve al amor, al ser espiritual que somos, entonces el cuerpo puede ser utilizado para establecer relaciones santas donde no se busca satisfacer la naturaleza instintiva, sino poner de manifiesto que el amor es cosa de dos, es decir, el amor hay que compartirlo con el otro y en ese intercambio se alcanza la salvación, pues en ese amor no hay cabida para el miedo.

Si nuestra mente sirve al ego, a la creencia en la separación, el cuerpo se utilizará para reafirmar dicha creencia y el otro será percibido como nuestro enemigo, al que debo atacar para garantizar mi propia seguridad material.

6. Todo aquel que ve el cuerpo de un hermano ha juzgado a su hermano y no lo ve. 2No es que realmente lo vea como un peca­dor, es que sencillamente no lo ve. 3En la penumbra del pecado su hermano es invisible. 4Ahí sólo puede ser imaginado, y es ahí donde las fantasías que tienes acerca de él no se comparan con su realidad. 5Ahí es donde las ilusiones se mantienen separadas de la realidad. 6Ahí las ilusiones nunca se llevan ante la verdad y siempre se mantienen ocultas de ella. 7Y ahí, en la oscuridad, es donde te imaginas que la realidad de tu hermano es un cuerpo, el cual ha entablado relaciones no santas con otros cuerpos y sirve a la causa del pecado por un instante antes de morir.

Si viésemos la luz que somos. Si viésemos nuestra verdadera identidad espiritual, estaríamos en condiciones de compartir esa visión con los demás, lo que nos permitiría ver la luz y la realidad que se manifiesta a través del otro. Esa visión amorosa no mostraría la relación de hermandad que nos une a la Filiación.

En cambio, cuando miramos y vemos con los ojos del cuerpo, la densidad del plano físico no nos permite ver nuestra esencia real; tan solo percibe el envoltorio material que está regido bajo las leyes de la temporalidad. Desde esa visión pensamos que conocemos a nuestros hermanos cuando, en realidad, lo que conocemos de él es lo que pensamos que es, es decir, lo juzgamos y le aportamos el significado de lo que interpretamos. Es evidente que lo que piensa que es habla más de su propia visión que de su contenido real. Bajo estas leyes están basadas todas las relaciones humanas; por tal motivo, se les denomina relaciones no santas.

7. Existe ciertamente una clara diferencia entre este vano imagi­nar y la visión. 2La diferencia no estriba en ellos, sino en su pro­pósito. 3Ambos son únicamente medios, y cada uno de ellos es adecuado para el fin para el que se emplea. 4Ninguno de los dos puede servir para el propósito del otro, pues cada uno de ellos es en sí la elección de un propósito, empleado para propiciarlo. 5Cada uno de ellos carece de sentido, sin el fin para el que fue concebido, y, aparte de su propósito, no tiene valor propio. 6Los medios parecen reales debido al valor que se le adjudica al obje­tivo. 7los juicios carecen de valor a menos que el objetivo sea el pecado.

Una relación es santa cuando nuestro fin es la salvación y para ello utilizamos los medios que sirven a nuestra santidad. No es el cuerpo el que nos permite llevar a cabo esa relación santa, sino nuestra mente recta, la que nos ha llevado a percibir correctamente lo que somos y nos ha permitido ver la luz que somos y que emana desde nuestro interior, permitiéndonos reconocerla en cada ser.

En cambio, una relación no es santa cuando nuestro fin es satisfacer la naturaleza instintiva y los deseos que fluyen de la personalidad egoica. En dicha relación, el cuerpo se convierte en el protagonista principal para cumplir el mandato principal de la mente errada, la cual sirve a la creencia en la separación y en el culto al miedo.

Cuando vemos desde la luz, estaremos preparados para establecer una relación santa.

Cuando vemos desde la oscuridad, percibimos y juzgamos el cuerpo como el medio que nos reafirma en nuestra falsa identidad.

martes, 27 de mayo de 2025

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 147

CUARTO REPASO

LECCIÓN 147

Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.

(133) No le daré ningún valor a lo que no lo tiene.
(134) Permítaseme poder percibir el perdón tal como es.


¿Qué me enseña esta lección?

(133) No le daré ningún valor a lo que no lo tiene.

Donde tengas tus tesoros, allí pondrás tu corazón.

Si deseas ver con los ojos del cuerpo, quedarás embelesado con los placeres que te ofrece el mundo material y quedarás apegado al mundo de la ilusión.

Buscarás encontrar, incansablemente, el recuerdo de esa etapa paradisíaca en la que tu verdadero Ser formaba una Unidad con Todo lo Creado. Añorarás ese estado de Gracia y de Plenitud.

Pero por mucho que busques, no lograrás encontrar en el mundo material la paz, la alegría, la dicha, la felicidad. Ese mundo material es temporal y está sujeto a las leyes tenebrosas de la muerte. Te identificarás con lo que posees, con lo que tienes y tu identidad será tan transitoria como aquello que crees poseer.

Le das valor a lo efímero; proteges la escuela de tu pensamiento que ha forjado la creencia de que eres tan sólo un cuerpo. Todo cuanto acometes lleva el sello del miedo, de la pérdida de la inocencia, de la culpa y del castigo. Sustituiste el Amor por el temor; sustituiste la Gracia por la Culpa; sustituiste la Salvación por la pérdida y el castigo.

No le daré ningún valor a lo que no lo tiene.

¿A qué le das valor?


 (134) Permítaseme poder percibir el perdón tal como es.

Tienes necesidad del perdón porque crees que has pecado. Te sientes culpable de haber violado las Leyes de Dios y reclamas la fuerza del perdón para que te libere de tus cargas.

Sin embargo, tu Padre, tu Creador, no ve las cosas como tú las ves. Él no te contempla como un ser pecador, pues Él te hizo perfecto como Él es Perfecto.

Para tu Padre, no es necesario el perdón, pues Él no ve tu pecado. Si no ve el pecado, no es necesario el perdón.

Si en tu interpretación del mundo, en tus juicios, contemplas el pecado en el mundo, es necesario que sepas que ese rostro es tu propio rostro. Si has percibido el pecado, busca en tu interior la creencia que te ha llevado a verlo. Necesitarás perdonarlo en tu interior.

¿Dónde ves el pecado?

Capítulo 20. VII. La correspondencia entre medios y fin (1ª parte).

VII. La correspondencia entre medios y fin (1ª parte).

1. Hemos hablado mucho acerca de las discrepancias que puede haber entre los medios y el fin, y de la necesidad de que éstos concuerden antes de que tu relación santa pueda brindarte únicamente dicha. 2Pero hemos dicho también que los medios para alcanzar el objetivo del  Espíritu Santo emanarán de la misma Fuente de donde procede Su propósito. 3En vista de lo simple y directo que es este curso, no hay nada en él que no sea consis­tente. 4Las aparentes inconsistencias, o las partes que te resultan más difíciles de entender, apuntan meramente a aquellas áreas donde todavía hay discrepancias entre los medios y el fin. 5Y esto produce un gran desasosiego. 6Mas esto no tiene porqué ser así. 7Este curso apenas requiere nada de ti. 8Es imposible imaginarse algo que pida tan poco o que pueda ofrecer más.

Es posible que el contenido de este apartado nos suponga una exigencia a nuestro actual sistema de pensamiento, el cual está muy arraigado en las leyes inventadas por el ego y que nos lleva a identificarnos con el mundo de la percepción y con la creencia en que somos lo que nuestros sentidos nos muestran, es decir, un cuerpo físico.

Con esta premisa, es lógico que demos prioridad a objetivos cuyo fin sea satisfacer los deseos del ego, o lo que es lo mismo, es lógico que persigamos metas que nos aporten la felicidad y el éxito que tanto añora nuestra identidad física. Desde pequeños nos educan para ser "personas de provecho", y con ello quieren decir que adquiramos una educación que nos permita desarrollar una profesión que nos realice como persona y que nos aporte un generoso salario para permitirnos gozar de un holgado bienestar. Es importante ser alguien en la vida y formar parte de un genuino grupo social que nos permita sentirnos importantes y poderosos. De este modo dedicamos nuestra vida a labrarnos ese porvenir, donde lo más importante es poseer abundantemente para garantizar nuestra seguridad y bienestar. En esa contienda siempre nos acompañan los mensajeros del ego; estos son el miedo y la creencia en la separación. Con lo cual, nuestra andadura por la vida nos resultará especialmente delicada y difícil, pues el temor a perder lo que hemos obtenido nos acompañará toda la vida y no nos permitirá alcanzar la felicidad que perseguimos.

En ese debate vital, no reparamos en utilizar los medios que sean necesarios para lograr el fin fijado. Pero nadie puede dar lo que no tiene. Si lo que tenemos es miedo, daremos miedo y lo haremos atacando el mundo que nos rodea, en un intento de asegurarnos de que en nuestra fortaleza está el éxito para evitar que el otro nos despoje de lo que tenemos.

A título de presentación, considero que es muy importante reflexionar sobre el tema que este punto nos presenta. ¿Cuál es nuestro fin y qué medios utilizamos para alcanzarlo?

2. El período de desasosiego que sigue al cambio súbito que se produce en una relación cuando su propósito pasa a ser la santidad en lugar del pecado, tal vez esté llegando a su fin. 2En la medida en que todavía experimentes desasosiego, en esa misma medida estarás negándote a poner los medios en manos de Aquel que cambió el propósito de la relación. 3Reconoces que deseas alcanzar el objetivo. 4¿Cómo no ibas a estar entonces igualmente dispuesto a aceptar los medios? 5Si no lo estás, admitamos que eres tú el que no es consistente. 6Todo objetivo se logra a través de ciertos medios, y si deseas lograr un objetivo tienes que estar igualmente dispuesto a desear los medios. 7¿Cómo podría uno ser sincero y decir: "Deseo esto por encima de todo lo demás, pero no quiero aprender cuáles son los medios necesarios para lograrlo?"

Seguir las enseñanzas del ego nos llevará a no tener escrúpulos a la hora de utilizar los medios para conseguir su objetivo. Si nos dejamos seducir por las voces del miedo, utilizaremos los medios que sean necesarios para conseguir que aquello que nos produce miedo desaparezca. Como el miedo se encuentra en nuestro interior, lo primero que haremos es atacarnos a nosotros mismos y el modo más empleado para hacerlo es no amarnos, lo que ocasiona que el odio sustituya a ese amor tan necesario para hacer de la vida un hermoso viaje. Siguiendo la dinámica de que damos lo que tenemos, lo que daremos a los demás será nuestro propio odio y miedo, y repetiremos ese intercambio convirtiendo nuestras vidas en un demencial pulso en el que siempre debe haber un vencedor y un vencido.

Y así hasta agotar las fuerzas que nos han llevado a creer que la felicidad nos la otorga el poseer cuanto más mejor. Si la felicidad no se encuentra en el deseo de tener, debe encontrarse en otro lugar, lo que nos llevará a buscar otro fin, otro objetivo, a ver las cosas de otra manera, a orientar el rumbo de nuestra nave hasta otras tierras con el propósito de comenzar a vivir realmente y no a sobrevivir. Esa nueva mirada nos llevará a cambiar nuestra visión interior, a cambiar nuestra mente y a ver la luz que somos en vez de ser servidores de la oscuridad. En esa nueva andadura, ya no invitaremos a los mensajeros del ego, ya no nos dejaremos seducir por los cánticos de sirena procedentes del mundo sensorial, sino que movilizaremos nuestra voluntad para ponerla al servicio de una nueva fe basada en la visión de la unidad y del amor. A partir de ese momento tomamos conciencia de que los medios son secundarios; lo importante es el fin. Ya no deseamos poseer, sino ser, y nuestro objetivo no será la perdición, sino la salvación.

UCDM. Libro de Ejercicios. Lección 154

LECCIÓN 154 Me cuento entre los ministros de Dios. 1.  No seamos hoy ni arrogantes ni falsamente humildes.  2 Ya hemos superado tales neceda...