viernes, 2 de mayo de 2025

Capítulo 20. II. La ofrenda de azucenas (4ª parte).

II. La ofrenda de azucenas (4ª parte).

9. ¿No te gustaría que tu santo hermano te condujese hasta allí? 2Su inocencia alumbrará tú camino, ofreciéndote su luz guiadora y absoluta protección, y refulgiendo desde el santo altar en su interior donde tú depositaste las azucenas del perdón. 3Permite que sea él quien te salve de tus ilusiones, y contémplalo con la nueva visión que ve las azucenas y te brinda felicidad. 4Iremos más allá del velo del temor, alumbrándonos mutuamente el camino. 5La santidad que nos guía se encuentra dentro de noso­tros, al igual que nuestro hogar. 6De este modo hallaremos lo que Aquel que nos guía dispuso que hallásemos.

No podemos encontrar la salvación si no lo hacemos de la mano de nuestros hermanos. Esto es fácil de entender, porque no podemos creer que la salvación es un logro individual. La salvación significa que debemos corregir la creencia errónea en la separación y sustituirla por la creencia verdadera en que formamos parte de la Filiación, la cual es el fruto de la obra creadora de Dios.

Si Dios nos hubiese hecho diferentes, estaría reconociendo que tal diferencia existe en su realidad, con lo cual un mundo separado gozaría de la realidad y sería verdadero. Pero el amor no es posible en la desigualdad. El amor es unidad. Por lo tanto, si Dios es Amor y nos ha creado de Sí Mismo, su Hijo es igualmente amor, esto es, sin diferencias.

La salvación es el símbolo de la Filiación. Salvarse es amar.

10. Este es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde nos unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del pasado y ha despertado al presente. 2Ahora es libre, y su comunión con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. 3Ahora las azucenas de su inocencia no se ven manci­lladas por la culpabilidad, pues están perfectamente resguarda­das del frío estremecimiento del miedo, así como de la perniciosa influencia del pecado. 4Tu regalo lo ha salvado de las espinas y de los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para condu­cirte a salvo a través de ellos hasta el otro lado. 5Camina con él ahora lleno de regocijo, pues el que te salva de las ilusiones ha venido a tu encuentro para llevarte consigo a casa.

Es tiempo de Pascua, es tiempo de paz. Ahora comprendemos mucho mejor el significado espiritual de una celebración que va más allá del culto a cuestiones profanas, es decir, del culto a cuestiones de fe donde el cuerpo se erige como el centro de nuestro universo personal.

Yo me he encontrado formando parte de ese culto. Me he vestido con los ropajes del penitente y he acompañado a la figura del crucificado por el recorrido que hace desde su iglesia por las calles principales del pueblo. Ese cristo crucificado se encontraba en mi interior y sentía la llamada a su liberación. En verdad, lo que estaba haciendo con esos gestos ritualísticos, sin saberlo, era buscar mi liberación de aquel pasaje en el que mi ser se encontraba identificado con la muerte, con la crucifixión del cuerpo. Buscaba a voces alcanzar esa última jornada en la que el cuerpo maltrecho de Jesús resucitase de entre los muertos y se nos manifestase su esencia verdadera, la espiritual.

Hoy lo veo todo de otra manera. Hoy la paz de la Pascua forma parte de mi mente y esa visión me lleva a ofrecer a mis hermanos la ofrenda de azucenas que nos permitirá fundirnos en un eterno abrazo de amor.

11. He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la crucifixión, libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. 2Él no te abandonará, ni dejará a su salvador a merced del dolor. 3gustosamente caminaréis juntos por la senda de la ino­cencia, cantando según contempláis las puertas del Cielo abiertas de par en par y reconocéis el hogar que os llamó. 4Concédele a tu hermano libertad y fortaleza para que pueda llegar hasta allí. 5ven ante su santo altar, donde la fortaleza y la libertad te aguar­dan para que ofrezcas y recibas la radiante conciencia que te con­duce a tu hogar. 6La lámpara está encendida en ti para que le des luz a tu hermano. 7Y las mismas manos que se la dieron a tu hermano, te conducirán más allá del miedo al amor. 

Hemos hecho el camino que nos ha conducido a las puertas de la salvación. Ahora sabemos que no podemos alcanzar nuestro destino si decidimos recorrer ese trayecto en solitario. Es más, conocemos que debemos emprenderlo tan solo cuando estemos preparados para ofrecerle a nuestros hermanos nuestra ofrenda de azucena, esto es, nuestro perdón.

Hemos reconocido la luz que se encuentra en nuestro interior y ello nos ha permitido reconocer igualmente la luz que se encuentra en el interior de aquel al que hemos considerado nuestro enemigo. ¡Cuán equivocados estábamos! Sí, reconocemos nuestro error y ello nos causa alegría, pues ahora podemos corregir la ilusión por la verdad.

Desde mi inocencia, veo tu inocencia, hermano, y te bendigo en nombre de la Filiación a la cual pertenecemos.  

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