miércoles, 21 de mayo de 2025

Capítulo 20. VI. El templo del Espíritu Santo (1ª parte).

VI. El templo del Espíritu Santo (1ª parte).

1. El significado del Hijo de Dios reside exclusivamente en la rela­ción que tiene con su Creador. 2Si residiese en cualquier otra cosa estaría basado en lo contingente, pero no hay nada más. 3Y este hecho es totalmente amoroso y eterno. 4El Hijo de Dios, no obs­tante, ha inventado una relación no santa entre él y su Padre. 5Su verdadera relación es una de perfecta unión e ininterrumpida continuidad. 6La relación que él inventó es parcial, egoísta, fragmentada y llena de temor. 7La que su Padre creó se abarca y se extiende totalmente a sí misma. 8La que él inventó es totalmente auto-destructiva y se limita a sí misma.

Una visión basada en un sistema de pensamiento cuya creencia en la separación es su máximo postulado no puede crear una relación estable y verdadera (no cambiante). Si utiliza el ingrediente de la separación, del pecado, para elaborar sus platos favoritos, su relación con el mundo, todo cuanto toque, estará impregnado de esa visión y sus frutos nos llevarán a la experiencia de la división y la destrucción.

Nos enseña este punto que el significado del Hijo de Dios reside exclusivamente en la relación que tiene con su Creador, la cual está bendecida por la esencia del Amor. Por lo tanto, dicha relación es eternamente santa y no está sujeta a la contingencia de lo irreal e ilusorio, a lo temporal.

El Hijo de Dios ha olvidado su verdadera identidad, lo que le ha llevado a introducir un ajuste en su visión que ha interferido en la calidad de dicha relación santa, sustituyéndola por el especialismo. La unidad y el amor han sido sustituidos por la división y el miedo. Lo eterno ha sido sustituido por lo temporal y la vida ha sido sustituida por la muerte.

2. Nada puede mostrar mejor este contraste que la experiencia de ambas clases de relación, la santa y la no santa. 2La primera se basa en el amor, y descansa sobre él serena e imperturbada. 3El cuerpo no se inmiscuye en ella en absoluto. 4Ninguna relación de la que el cuerpo forma parte está basada en el amor, sino en la idolatría. 5El amor desea ser conocido, y completamente compren­dido y compartido. 6No guarda secretos ni hay nada que desee mantener aparte y oculto. 7Camina en la luz, sereno y con los ojos abiertos, y acoge todo con una sonrisa en sus labios y con una sinceridad tan pura y tan obvia que no podría interpretarse erró­neamente.

Dentro de la irrealidad de este mundo, encontramos una función en él, al igual que en el cuerpo, que nos permite utilizarlo como un laboratorio en el que podemos percibir los efectos de nuestras creencias e ideas. La experiencia se convierte en un valor añadido en el proceso de aprendizaje. Desde este punto de vista, cuando el dolor y el sufrimiento son los frutos cosechados de nuestras siembras, si nuestra mente es coherente y responsable de que somos los sembradores, podemos sacar conclusiones de que hemos descuidado nuestra siembra y que los frutos obtenidos son amargos. Tendremos que aprender de los errores cometidos y corregirlos para obtener frutos dulces y apetitosos.

En nuestra relación con el mundo, sabremos reconocer si hemos elegido la dirección adecuada, esto es, si hemos elegido la relación santa o la no santa, si han dado lugar a experiencias de amor o de miedo. Si hemos extendido nuestro amor incondicional a través de la relación, ese amor será contagioso y se dará lugar a una cadena en la que el amor se expandirá multiplicándose. Si en cambio hemos establecido nuestra relación desde el miedo, ese mismo miedo se convertirá en la limitación que aprisionará dicha experiencia de relación. Nos sentiremos presos y, al mismo tiempo, carceleros, privándonos de la libertad y limitando la libertad de los demás.

Quizás sea el momento de analizar nuestras relaciones con el mundo y preguntarnos qué experiencia estamos obteniendo de ella.

3. Mas los ídolos no comparten. 2Aceptan, pero lo que aceptan no es correspondido. 3Se les puede amar, pero ellos no pueden amar. 4No entienden lo que se les ofrece, y cualquier relación en la que entran a formar deja de tener significado. 5El amor que se les tiene ha hecho que el amor no tenga significado. 6Viven en secreto, detestando la luz del sol, felices, no obstante, en la penumbra del cuerpo, donde pueden ocultarse y mantener sus secretos ocultos junto con ellos mismos. 7Y no tienen relaciones, pues allí no se le da la bienvenida a nadie. 8No le sonríen a nadie, ni ven a los que les sonríen a ellos.

El ego busca el amor fuera de sí mismo, pues la visión que tiene de sí no es completa, está fragmentada y le lleva a la creencia de necesitar aquello que ha perdido, la unidad, la paz.

Esa visión de necesidad está basada en la errónea creencia en la separación con Dios, lo que le ha llevado a perder su inocencia primigenia y a sentirse un pecador. Esa pérdida, gozar del amor de Dios, le lleva a interpretar que no es digno de sí mismo y por ello elige el odio y el autocastigo en un intento de purgar su culpa y redimirse del pecado. La visión del desamor lo lleva, de una manera impulsiva, a buscar el amor fuera de él. Ignora que no puede dar lo que no tiene. Lo que tenía, el amor de Dios, le fue arrebatado y ahora lo único que cree tener es miedo. Por lo tanto, al ver lo que tiene, lo comparte con el mundo que le rodea y lo proyecta en los demás, pues su sola visión lo amenaza con autodestruirse. De este modo, busca amor, pero lo hace a su manera, odiando y atacando; limitando y aportando temor. El amor que busca está inspirado en el culto al cuerpo, que es la identidad que percibe como real. Ese amor le lleva a ver al otro como un ídolo, pues el cuerpo es su mayor ídolo de culto.

De este modo, el ego es incapaz de establecer una relación santa. Sus relaciones siempre son especiales y obtienen como resultado la exaltación del miedo y del dolor.

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