lunes, 5 de mayo de 2025

Capítulo 20. III. El pecado como ajuste (1ª parte).

III. El pecado como ajuste (1ª parte).

1. La creencia en el pecado es un ajuste. 2Y un ajuste es un cambio: una alteración en la percepción, o la creencia de que lo que antes era de una manera ahora es distinto. 3Cada ajuste es, por lo tanto, una distorsión, y tiene necesidad de defensas que lo sostengan en contra de la realidad. 4El conocimiento no requiere ajustes, y, de hecho, se pierde si se lleva a cabo: cualquier cambio o alteración, 5pues eso lo reduce de inmediato a ser simplemente una percep­ción: una forma de ver en la que se ha dejado de tener certeza y donde se ha infiltrado la duda. 6En esta condición deficiente es necesario hacer ajustes porque la condición en sí no es verdad. 7¿Quién necesita ajustarse a la verdad, si para ser entendida ésta sólo apela a lo que uno es?

En este punto, las enseñanzas de Jesús nos ayudan a ver la diferencia existente entre el Conocimiento -comunicación directa con Dios y con la verdad- y la percepción, la cual queda definida como un ajuste, un cambio que altera la verdad, la propia condición del Conocimiento.

Si la verdad estuviese regida por las leyes del cambio, es decir, si la verdad de hoy no fuera la verdad de mañana, el propio concepto de la verdad carecería de sentido lógico, nos llevaría a una situación de duda permanente en lo que es y no es verdad. No se podría definir como aquello que es eternamente verdadero. Por lo tanto, lo que es verdad es real. Mientras que lo que no es verdad da lugar a la ilusión.

2. Los ajustes, sean de la clase que sean, siempre forman parte del ámbito del ego. 2Pues la creencia fija del ego es que todas las relaciones dependen de que se hagan ajustes, para así hacer de ellas lo que él quiere que sean. 3Las relaciones directas, en las que no hay interferencia, él siempre las considera peligrosas. 4El ego se ha nombrado a sí mismo mediador de todas las relaciones, y hace todos los ajustes que cree necesarios y los interpone entre aquellos que se han de conocer, a fin de mantenerlos separados e impedir su unión. 5Esta planeada interferencia es lo que hace que te resulte tan difícil reconocer tu santa relación tal como es.

Cuando el principio de la voluntad nos lleva a elegir de forma diferente a la Voluntad de Dios, detrás de esa elección siempre encontramos la fuerza del deseo. El deseo nos hace sentir especiales, y nos moviliza en la consecución de aquello que deseamos por encima de cualquier otra cosa. El conflicto está servido cuando nuestros deseos nos llevan a percibir la verdad desde nuestra percepción individual. Lo que realmente está haciendo el ego es introducir un ajuste, un cambio, que alterará la verdad y nos llevará a inventarnos un sistema de pensamiento donde la división y la separación nos lleven al especialismo.

3. Los que son santos no interfieren en la verdad. 2No le tienen miedo, pues en la verdad es donde reconocen su santidad y donde se regocijan debido a lo que ven. 3La contemplan directa­mente, sin tratar de adaptarse a ella ni de que ella se adapte a ellos. 4Y así se dan cuenta de que se encontraba en ellos, al no haber decidido de antemano dónde debería estar. 5El hecho mismo de que ellos la busquen plantea una pregunta, y lo que ven es lo que les responde. 6Tú fabricas el mundo, y luego te adaptas a él y haces que él se adapte a ti. 7Y no hay ninguna diferencia entre él y tú en tu percepción, la cual os inventó a los dos.

El pensamiento santo es aquel que no moviliza la voluntad poniéndola al servicio del deseo de que las cosas sean tal y como nosotros deseamos que sean, es decir, no interfiere en la Voluntad del Padre, la cual es que Su Obra se manifieste en la verdad que representan el vínculo de la unidad que fluye a través del amor.

El ego no existiría si no estuviese alimentado por la fuerza del deseo. Su causa es la creencia en la separación y sus efectos son el egoísmo, el ataque y el miedo.

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