jueves, 8 de mayo de 2025

Capítulo 20. III. El pecado como ajuste (4ª parte).

III. El pecado como ajuste (4ª parte).

9. Los que llevan años aprisionados con pesadas cadenas, ham­brientos y demacrados, débiles y exhaustos, con los ojos aclima­tados a la oscuridad desde hace tanto tiempo que ni siquiera recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el instante en que se les pone en libertad. 2Tardan algún tiempo en comprender lo que es la libertad. 3Andabas a tientas en el polvo y encontraste la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien asirte a la vida por tanto tiempo olvidada. 4Agárrate aún con más fuerza y levanta la vista para que puedas contemplar a tu fuerte compa­ñero, en quien reside el significado de tu libertad. 5Él parecía estar crucificado a tu lado. 6Sin embargo, su santidad ha perma­necido intacta y perfecta, y, con él a tu lado, este día entrarás en el Paraíso y conocerás la paz de Dios.

Todos los caminos llevan a Roma. Todos los caminos nos llevan al Amor. Todos los caminos nos llevan a la salvación. Todos los caminos nos llevan a la unidad.

Si buscas la verdad, no te demores más en tu búsqueda. La verdad está en tu interior y tú, junto a tu hermano, has sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, la verdad es el camino que debes recorrer con tu hermano. De su mano, la salvación será nuestra meta. No la busques en otro lado.

Puedes elegir un camino más largo. Puedes hacer multitud de cursos; participar en innumerables charlas y retiros. Ejercitar tu mente con entrenamientos que te permitan alcanzar estados de paz pasajeros. Puede viajar a los confines del mundo para encontrarte con el sabio que ha de mostrarte el camino. Todos esos gestos forman parte del sueño que estamos viviendo. Al final de todo ello, tan solo una verdad se muestra ante nuestros ojos renovados: Amar a nuestro hermano como a nosotros mismos.

10. Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu hermano, y para cada uno de vosotros con respecto al otro y con respecto a sí mismo. 2Ahí sólo se puede encontrar santidad y unión sin lími­tes. 3Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y perfecta, y sin el velo del temor sobre ella? 4Ahí somos uno, y ahí nos contempla­mos a nosotros mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. 5Ahí no es posible ningún pensamiento de separación entre noso­tros. 6Tú que eras un prisionero en la separación eres ahora libre en el Paraíso. 7Y allí me uniré ti, que eres mi amigo, mi hermano y mi propio Ser.

El ego no puede mostrarnos un mundo unido porque su existencia procede de la falsa creencia en la separación. En su sistema de pensamiento no hay una lección que nos enseñe que todos formamos parte de un Todo; que compartimos la misma Fuente y que, por tal razón, el ataque, el miedo a perder, el dolor y el sufrimiento no son un estilo de vida saludable para alcanzar la paz y la felicidad.

La salvación del hombre de este mundo es el recuerdo de su verdadera y real procedencia, el Cielo, donde la unidad fluye en todas y cada una de las mentes que se mantienen una en el eterno lazo del amor.

11. El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado la certeza de que pronto nos uniremos. 2Comparte, pues, esta fe conmigo, y no dudes de que está justificada. 3En el amor perfecto no hay cabida para el miedo porque el amor perfecto no conoce el pecado y sólo puede ver a los demás como se ve a sí mismo. 4Si mira dentro de sí mismo con caridad, ¿qué podría inspirarle temor afuera? 5Los inocentes ven seguridad, y los puros de corazón ven a Dios en Su Hijo y apelan al Hijo para que él los guíe al Padre. 6¿Y a qué otro lugar querrían ir, sino allí donde anhelan estar? 7Tú y tu hermano os conduciréis el uno al otro hasta el Padre tan irremediablemente como que Dios creó santo a Su Hijo y así lo conservó. 8En tu hermano se encuentra la luz de la eterna pro­mesa de inmortalidad que Dios te hizo. 9No veas pecado en él, y el miedo no podrá apoderarse de ti.

La creencia en el pecado se convirtió en un ajuste que alteró la vía de comunicación directa que el Hijo de Dios tenía con Su Creador. Ese ajuste, propiciado por el uso incorrecto de la voluntad, sustituyó el Conocimiento por la percepción; lo eterno por lo temporal; la unidad por la separación; el amor por el miedo; la inocencia por la culpa; la dicha por la infelicidad; la vida por la muerte.

Ese ajuste, ese cambio, fruto de nuestra elección, debe ser corregido en el mismo nivel donde se produjo, esto es, en nuestra mente, donde se encuentra la única causa que nos llevó a percibir un mundo separado. La luz dio paso a la oscuridad y la realidad a la ilusión. La ignorancia de ese estado de conciencia nos sumió en un sueño del cual aún no hemos despertado. 

A pesar de ese ajuste en nuestra manera de ver las cosas, la verdad siempre nos ha acompañado porque somos Hijos de la Luz y del Amor. Podemos creer que somos un cuerpo, pero ese ajuste es temporal y nuestra verdadera identidad emergerá con fuerza para mostrarnos la realidad que somos.

Dios hizo a Su Hijo en la Luz, en el Conocimiento, y esa Luz forma parte de la Filiación en su plenitud. Es por ello que cada ser es portador de la llave que le permitirá liberarse de las cadenas que le han mantenido prisionero del error. De esta manera, el Padre se aseguraba de que su Hijo siempre encontraría el modo de retornar a su verdadero Hogar. Como bien recoge este punto, en nuestro hermano se encuentra la luz de la eterna promesa de inmortalidad que Dios nos hizo. 

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