Cuando nuestros ojos perciben el mundo externo, recibimos la evidencia de que todo se encuentra separado. La visión de los cuerpos nos lleva a la creencia de que somos diferentes unos de otros. Esa percepción es errónea, pues la separación pertenece al mundo de la ilusión, al mundo temporal, a la dimensión física.
Es en nuestro interior donde se encuentra el recuerdo de la unidad. Es en nuestra mente donde podremos fundirnos con la evidencia de la verdad, pues nuestra mente ha sido emanada de la Mente de Dios.
Cuando nuestra mente se presta a oír la voz procedente del Espíritu, la recibe desde el interior del Ser. En cambio, cuando la mente se presta a oír la voz procedente del cuerpo, se identifica con el mundo externo, fuente de la separación.
Acallar o aquietar la mente, que se identifica con lo externo, es necesario para favorecer el diálogo con nuestra esencia interior, con nuestro Ser Espiritual.
No es una práctica habitual el dirigir conscientemente nuestra mirada hacia nuestro interior. Si bien, en la cultura oriental, la meditación se manifiesta como un hábito saludable para favorecer el despertar de la consciencia, en la cultura occidental, mucho más identificada con el deseo de conquistar el mundo externo, la meditación es menos practicada.
La falsa creencia de que hemos sido capaces de llevar a cabo una acción creadora contraria a la Voluntad de nuestro Padre, nos ha llevado a creer que somos de naturaleza pecaminosa, sustituyendo nuestra "inocencia primigenia". Esa creencia nos ha llevado al olvido de lo que realmente somos. Nos ha llevado a desconectarnos de la comunicación directa con Dios. La culpa nos recuerda ese acto primigenio y su visión nos produce un profundo dolor. Esta es la razón por la que decidimos mantenerla oculta a nuestra conciencia. Cuando, a través de la percepción que nos aporta la experiencia, recibimos una información que haga despertar a la "bestia oculta de la culpa", nuestra respuesta inconsciente es negar nuestra implicación en el acto que la ha propiciado, prefiriendo proyectar, fuera de nosotros, ese sentimiento inaceptado de culpabilidad. Es el momento de condenar al "otro" -nuestra imagen reflejada- de aquello que no aceptamos internamente.
Haciendo uso de una expresión campechana, yo diría que "mirar en nuestro interior es de valiente". Con ello, lo que quiero expresar, es que tenemos que ser honrados con nosotros mismos y dejar de proyectar nuestros miedos sobre los demás, por el simple hecho de que reconocerlos nos produciría un profundo dolor.
"Conócete a ti mismo", el aforismo griego inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, nos invita a comprender la importancia de dirigir nuestra mirada hacia el interior y no hacia el exterior. La fuente de información recibida desde el exterior se convierte en el camino más abrupto para alcanzar la verdad, pues estamos haciendo real el sistema de pensamiento del ego, el cual se fundamenta en la creencia del espacio y del tiempo. En cambio, la visión interna nos llevará al recuerdo de lo que realmente somos, el Hijo de Dios, eterno, inocente e impecable. Uno con toda la creación.
Os dejo algunas aportaciones extraídas del Texto, que sin duda ampliarán el tema que estamos analizando:
"La culpabilidad te ciega, pues no podrás ver la luz mientras sigas viendo una sola mancha de culpabilidad dentro de ti. Y al proyectarla, el mundo te parecerá tenebroso y estar envuelto en ella. Arrojas un oscuro velo sobre él, y así no lo puedes ver porque no puedes mirar en tu interior. Tienes miedo de lo que verías, pero lo que temes ver no está ahí. Aquello de lo que tienes miedo ha desaparecido. Si mirases en tu interior, verías solamente la Expiación, resplandeciendo serenamente y en paz sobre el altar a tu Padre” (T-13.IX.7:1-6).
“No tengas miedo de mirar en tu interior. El ego te dice que lo único que hay dentro de ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires. En lugar de eso, te insta a que contemples a tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos. Mas no puedes hacer eso sin condenarte a seguir estando ciego, pues aquellos que ven a sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna. Dentro de ti no se encuentra lo que crees que está ahí, y en lo que has depositado tu fe. Dentro de ti está la santa señal de la perfecta fe que tu Padre tiene en ti. Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti mismo. Él se conoce a Sí Mismo, y conoce la verdad que mora en ti. Sabe que no hay diferencia alguna entre Él y dicha verdad, pues Él no sabe de diferencias.
¿Puedes acaso ver culpabilidad allí donde Dios sabe que hay perfecta inocencia? Puedes negar Su conocimiento, pero no lo puedes alterar. Contempla, pues, la luz que Él puso dentro de ti, y date cuenta de que lo que temías encontrar ahí, ha sido reemplazado por el amor” (T-13.IX.8:1-13).
¿Cómo podemos mirar en nuestro interior y dejar de sentir miedo por ver nuestra oscuridad?
"Libera a otros de la culpabilidad tal como tú quisieras ser liberado. Ésa es la única manera de mirar en tu interior y ver la luz del amor refulgiendo con la misma constancia y certeza con la que Dios Mismo ha amado siempre a Su Hijo. Y con la que Su Hijo lo ama a Él. En el amor no hay cabida para el miedo, pues el amor es inocente. No hay razón alguna para que tú, que siempre has amado a tu Padre, tengas miedo de mirar en tu interior y ver tu santidad" (T-13.X.10:1-6).
¿Y si la causa del miedo a mirar en nuestro interior no sea tan solo el ver nuestra naturaleza pecadora? ¿Y si la verdadera causa de ese miedo fuese otra?
El miedo a mirar adentro
“El Espíritu Santo jamás te enseñará que eres un pecador. Corregirá tus errores, pero eso no es algo que le pueda causar temor a nadie. Tienes un gran temor a mirar en tu interior y ver el pecado que crees que se encuentra allí. No tienes miedo de admitir esto. El ego considera muy apropiado que se asocie el miedo con el pecado, y sonríe con aprobación. No teme dejar que te sientas avergonzado. No pone en duda la creencia y la fe que tienes en el pecado. Sus templos no se tambalean por razón de ello. Tu certeza de que dentro de ti anida el pecado no hace sino dar fe de tu deseo de que esté allí para que se pueda ver. Sin embargo, esto tan sólo aparenta ser la fuente del temor” (T-21.IV.1:1-10).
“Recuerda que el ego no está solo. Su dominio está circunscrito, y teme a su "enemigo" desconocido, a Quien ni siquiera puede ver. Te pide imperiosamente que no mires dentro de ti, pues si lo haces tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará. Esto es lo que crees, y, por lo tanto, no miras. Mas no es éste el temor secreto del ego, ni tampoco el tuyo que eres su siervo. El ego, vociferando destempladamente y demasiado a menudo, profiere a gritos que lo es. Pues bajo ese constante griterío y esas declaraciones disparatadas, el ego no tiene ninguna certeza de que lo sea. Tras tu temor de mirar en tu interior por razón del pecado se oculta todavía otro temor, y uno que hace temblar al ego” (T-21.IV.2:1-8).
“¿Qué pasaría si mirases en tu interior y no vieses ningún pecado? Esta "temible" pregunta es una que el ego nunca plantea. Y tú que la haces ahora estás amenazando demasiado seriamente todo su sistema defensivo como para que él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. Aquellos que se han unido a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego. Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma parte de ti. Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ahora no estás totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno” (T-21.IV.3:1-6).
“Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha despuntado en ti. Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a contemplar una gran parte de tu demencia y a reconocer su locura. Tu fe está comenzando a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. Y lo que tu razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. El propósito del Espíritu Santo fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce y que tú tampoco conocías. Sin embargo, esa parte, con la que ahora te identificas, no teme mirarse a sí misma. No conoce el pecado. ¿De qué otra forma, sino, habría estado dispuesta a considerar el propósito del Espíritu Santo como suyo propio?” (T-21.IV.4:1-9).
“Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfectamente desde los orígenes del tiempo. Y no ha deseado más que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. Ha estado esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te espera. Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del Espíritu Santo, y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. No creas que esto es una locura, pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente de lo que ya has aprendido” (T-21.IV.5:1-6).
“En las enseñanzas del Espíritu Santo no hay inconsistencias. Éste es el razonamiento de los cuerdos. Has percibido la locura del ego, y no te ha dado miedo porque elegiste no compartirla. Pero aún te engaña a veces. No obstante, en tus momentos más lúcidos, sus desvaríos no producen ningún terror en tu corazón. Pues te has dado cuenta de que no quieres los regalos que el ego te quitaría de rabia por tu "presuntuoso" deseo de querer mirar adentro. Todavía quedan unas cuantas baratijas que parecen titilar y llamarte la atención. No obstante, ya no "venderías" el Cielo por ellas” (T-21.IV.6:1-8).
“Y ahora el ego tiene miedo. Mas lo que él oye aterrorizado, la otra parte de tu mente lo oye como la más dulce melodía: el canto que añoraba oír desde que el ego se presentó en tu mente por primera vez. La debilidad del ego es su fortaleza. El himno de la libertad, el cual canta en alabanza de otro mundo, le brinda esperanzas de paz. Pues recuerda al Cielo, y ve ahora que el Cielo por fin ha descendido a la tierra, de donde el dominio del ego lo había mantenido alejado por tanto tiempo. El Cielo ha llegado porque encontró un hogar en tu relación en la tierra. Y la tierra no puede retener por más tiempo lo que se le ha dado al Cielo como suyo propio” (T-21.IV.7:1-7).
“Contempla amorosamente a tu hermano, y recuerda que la debilidad del ego se pone de manifiesto ante vuestra vista. Lo que el ego pretendía mantener separado se ha encontrado y se ha unido, y ahora contempla al ego sin temor. Criatura inocente de todo pecado, sigue el camino de la certeza jubilosamente. No dejes que la demente insistencia del miedo de que la certeza reside en la duda te detenga. Eso no tiene sentido. ¿Qué importa cuán imperiosamente se proclame? Lo que es insensato no cobra sentido porque se repita o se aclame. El camino de la paz está libre y despejado. Síguelo felizmente, y no pongas en duda lo que no puede sino ser cierto” (T.21.IV.8:1-9).
Gracias, muchas gracias. Amado hijo de Dios.
ResponderEliminarGratitud.
ResponderEliminarGracias ínfinitas
ResponderEliminarGracias. Muchas cosas que no comprendo
ResponderEliminarbuen día gracias ahora puedo mirar dentro de mi
ResponderEliminarGracias J.J
ResponderEliminarWuau… qué reflexión más profunda… infinitas gracias…
ResponderEliminarGracias 😌
ResponderEliminarSomos Plana Inocencia y comunión con Nuestro Padre.Amen🙏🙏🙏🙏🙏🙏
ResponderEliminarGracias por esta preciosa lección 🙏
ResponderEliminarInfinitas gracias, Juan Jose. Amor y bendiciones.
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