I. El deseo de ser especial: el sustituto del amor (2ª parte).
3. La única creencia que se mantiene celosamente oculta y que se defiende aunque no se reconoce, es la fe en ser especial. 2Esto se manifiesta de muchas formas, pero siempre choca con la realidad de la creación de Dios y con la grandeza con la que Él dotó a Su Hijo. 3¿Qué otra cosa podría justificar el ataque? 4¿Quién podría odiar a alguien cuyo Ser es el suyo propio y a Quien conoce? 5Sólo los que se creen especiales pueden tener enemigos, pues creen ser diferentes y no iguales. 6Y cualquier clase de diferencia impone diferentes órdenes de realidad y una ineludible necesidad de juzgar.
Mientras que el amor crea vida eterna, el deseo egoísta crea muerte y temporalidad.
No podemos subestimar el poder de la mente cuando sirve al deseo de ser especial. Como bien se recoge en el punto anterior, no debemos negar a los enemigos de la paz, a los deseos egoístas. Dichos deseos están presentes en nuestra mente y sus resultados son causantes de los estados de ausencia de paz. Lo único que debemos negar es su realidad, es decir, reconocer que son fruto del mundo de la ilusión y como tal no responden a las leyes de la eternidad.
4. Lo que Dios creó no puede ser atacado, pues no hay nada en el universo que sea diferente de ello. 2Lo que es diferente, sin embargo, exige juicios, y éstos tienen que proceder de alguien que es "mejor", alguien incapaz de ser como aquel a quien condena, alguien "superior" a él, y en comparación, inocente. 3Y así, el deseo de ser especial se convierte simultáneamente en un medio y en un fin. 4Pues ser especial no sólo separa, sino que también sirve como base desde la que el ataque contra los que parecen ser "inferiores", es "natural" y "justo". 5Los que se creen especiales se sienten débiles y frágiles debido a las diferencias, pues lo que los hace especiales es su enemigo. 6Sin embargo, ellos lo protegen y lo llaman "amigo". 7Luchan por él contra todo el universo, pues no hay nada en el mundo que sea más valioso para ellos.
De igual modo, interpreta el amor desde lo perceptivo, desde las acciones, desde su aspecto externo, respondiendo desde el entendimiento de que el amor debe ser expresado a través de las acciones, negando la posibilidad de que el amor sea real únicamente cuando se expresa como una condición de nuestra mente.
Mientras que lo que se crea desde la mente amorosa no puede ser atacado por la sencilla razón de que pertenece a la creación de Dios y goza del principio de igualdad y de unidad, el amor expresado y entendido desde el nivel perceptivo viene acompañado del deseo de ser especial. Cuando amamos en este mundo, lo hacemos de forma especial, individual y selectiva. Es más, podemos amar y seguidamente odiar a la misma persona, simplemente porque no se ajusta a nuestros deseos o porque nos da miedo amarla desde la libertad.
Se produce una interesante paradoja en el modo de amar desde el punto de vista del ego. El deseo de ser especial nos lleva a sentirnos diferentes a los demás, a los cuales vemos como a nuestros enemigos. Reforzamos nuestro especialismo a través de la percepción de ser especial y único. Por otro lado, lo que en apariencia es diferente a nosotros e interpretamos como enemigo, lo convertimos en nuestro amigo, elevándolo a la condición de especial y atribuyéndole un valor muy personal, dado que sin su presencia nuestro especialismo desaparecería.
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