jueves, 25 de septiembre de 2025

Capítulo 24. I. El deseo de ser especial: el sustituto del amor (3ª parte).

I. El deseo de ser especial: el sustituto del amor (3ª parte).

5. El deseo de ser especial es el gran dictador de las decisiones erróneas. 2He aquí la gran ilusión de lo que tú eres y de lo que tu hermano es. 3Y he aquí también lo que hace que se ame al cuerpo y se le considere algo que vale la pena conservar. 4Ser especial es una postura que requiere defensa. 5Las ilusiones la pueden atacar y es indudable que lo hacen. 6Pues aquello en lo que tu hermano se tiene que convertir para que tú puedas seguir siendo especial es una ilusión. 7Hay que atacar a aquel que es "peor" que tú, de forma que tu especialismo pueda perpetuarse a costa de su derrota. 8Pues ser especial supone un triunfo, y esa victoria consti­tuye la derrota y humillación de tu hermano. 9¿Cómo puede vivir tu hermano con el fardo de todos tus pecados sobre él? 10¿Y quién, sino tú, es su conquistador?

En este punto, la estrategia del sistema de pensamiento del ego queda al descubierto y se pone de manifiesto que aquel a quien llama amigo o aliado es su peor enemigo. El otro se convierte en la diana donde dirigimos todos nuestros dardos, sobre todos aquellos de los que deseamos desprendernos en un intento de aliviar el dolor que nos causa mentalmente al recordarnos nuestra naturaleza pecaminosa y grosera. 

Es más fácil condenar y juzgar las debilidades ajenas que reconocer las nuestras y corregirlas desde el nivel en que se manifiestan, desde la mente. Condenando el pecado de nuestros hermanos, afianzamos la creencia de que el cuerpo es nuestra realidad y el único causante de nuestros actos pecaminosos. De este modo estamos condenando doblemente a nuestros hermanos. Por un lado, juzgando su naturaleza pecadora y, por otro, reconociéndolo por su identidad ilusoria y temporal.

6. ¿Podrías odiar a tu hermano si fueses igual que él? 2¿Podrías atacarlo si te dieses cuenta de que caminas con él hacia una misma meta? 3¿No harías todo lo posible por ayudarlo a alcan­zarla si percibieses que su triunfo es el tuyo propio? 4Tu deseo de ser especial te convierte en su enemigo; pero en un propósito compartido, eres su amigo. 5Ser especial jamás se puede compar­tir, pues depende de metas que sólo tú puedes alcanzar. 6él jamás debe alcanzarlas, pues de otro modo tu meta se vería en peligro. 7¿Qué significado puede tener el amor allí donde el obje­tivo es triunfar? 8¿Y qué decisión puede tomarse en favor de ese objetivo que no acabe perjudicándote?

Si analizamos detenidamente el valor que le damos a las acciones por encima, incluso de lo que pensamos, no deberíamos tener ninguna dificultad para reconocer que tal valoración ha sido inspirada por la guía del ego y no del Espíritu Santo.

El ego exige que el amor deba ser demostrado. Esta visión procede del deseo de ser especial. Le pedimos al otro que nos ame como nosotros queremos que lo haga, no desde su libertad de expresión. Es más, si no lo hace tal y como espera que lo haga, lo juzgará y lo interpretará como un ataque. Amar de manera condicionada no es el amor que nos enseña el curso. 

El amor incondicional es el que surge de nuestra naturaleza divina con el propósito de prolongar la esencia del propio amor, de lo que somos. El amor no se crea a sí mismo, pero sí crea de sí mismo. El amor Es, al igual que Dios Es. Sin principio y sin final. Comprender desde la mente egoica esta dimensión del amor es imposible, pues desmantela todo su sistema de pensamiento temporal.

Amar en este mundo creyéndonos diferentes a los demás es imposible. Podremos asignar a ese sentimiento otro significado, pero no el que le hemos dado al amor, como el poder para extenderse de sí mismo.

Amar en este mundo desde la visión crística, desde la visión de la unidad, sí es posible.

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