i. El cuerpo incorruptible (1ª parte).
En este punto, Jesús nos aporta dos aportaciones muy claras y concisas. Por un lado, nos señala que el origen del pecado, de la culpa y de la muerte se encuentra en el ego y en la creencia en la separación. Por otro lado, nos asegura que Dios no creó ni el pecado ni la muerte, liberándonos de la falsa creencia en que podemos cambiar Su Voluntad de que seamos inocentes, puros e impecables.
4. ¿Y qué es ese cuerpo vestido de
negro que quieren enterrar? 2Es un cuerpo que ellos consagraron a la
muerte, un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, ofrecido a éste para
que se cebe en él y, de este modo, siga viviendo; algo condenado, maldecido
por su hacedor y lamentado por todos los miembros de la procesión fúnebre que
se identifican con él. 3Tú que crees haber sentenciado al Hijo de
Dios a esto eres arrogante. 4Pero tú que quieres liberarlo no haces sino
honrar
No deberíamos sacar una conclusión a la ligera del contenido de las palabras transcritas en este punto, pues el Maestro del Amor no está juzgando condenatoriamente al símbolo del ego, el cuerpo. De hacerlo, estaría reconociendo que el cuerpo es nuestra verdadera identidad.
Cuando nos dice que el cuerpo es un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, lo que está mostrándonos es la fe que tenemos depositada en él, así como el juicio erróneo con el que lo identificamos, pues pensar que es el cuerpo el que puede pecar es no conocer su verdadera causa, la cual no es otra que el pensamiento, la creencia errónea en que podemos cambiar la Voluntad de nuestro Creador, imponiéndole nuestras leyes perecederas y efímeras.
5. Tú tienes otra consagración que
puede mantener al cuerpo incorrupto y en perfectas condiciones mientras sea
útil para tu santo propósito. 2El cuerpo es tan incapaz de morir
como de sentir. 3No hace nada. 4De por sí, no es ni
corruptible ni incorruptible. 5No es nada. 6Es el
resultado de una insignificante y descabellada idea de corrupción que puede ser
corregida. 7Pues Dios ha contestado a esta idea demente con una
Suya, una Respuesta que no se ha alejado de Él, y que, por lo tanto, lleva al
Creador a la conciencia de toda mente que haya oído Su Respuesta y la haya aceptado.
Si, como hemos visto, el cuerpo es la materialización de un pensamiento, y el pensamiento nunca muere, podemos afirmar que el cuerpo es incapaz de morir. La muerte se manifiesta igualmente como la materialización de un pensamiento que, al hacerlo real, pasa a formar parte de nuestro sistema de pensamiento, constituyéndose como uno de sus principales pilares.
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