viernes, 11 de abril de 2025

Capítulo 19. C-i. El cuerpo incorruptible (1ª parte).

i. El cuerpo incorruptible (1ª parte).

3. El pecado, la culpabilidad y la muerte se originaron en el ego, en clara oposición a la vida, a la inocencia y a la Voluntad de Dios Mismo. 2¿Dónde puede hallarse semejante oposición, sino en las mentes enfermizas de los desquiciados, que se han consagrado a la locura y se oponen firmemente a la paz del Cielo? 3Pero una cosa es segura: Dios, que no creó ni el pecado ni la muerte, no dispone que tú estés aprisionado por ellos. 4Pues Él no conoce ni el pecado ni sus resultados. 5Las figuras amortajadas que mar­chan en la procesión fúnebre no lo hacen en honor de su Creador, Cuya Voluntad es que vivan. 6No están acatando Su Voluntad, sino oponiéndose a ella.

En este punto, Jesús nos aporta dos aportaciones muy claras y concisas. Por un lado, nos señala que el origen del pecado, de la culpa y de la muerte se encuentra en el ego y en la creencia en la separación. Por otro lado, nos asegura que Dios no creó ni el pecado ni la muerte, liberándonos de la falsa creencia en que podemos cambiar Su Voluntad de que seamos inocentes, puros e impecables.

4. ¿Y qué es ese cuerpo vestido de negro que quieren enterrar? 2Es un cuerpo que ellos consagraron a la muerte, un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, ofrecido a éste para que se cebe en él y, de este modo, siga viviendo; algo condenado, malde­cido por su hacedor y lamentado por todos los miembros de la procesión fúnebre que se identifican con él. 3Tú que crees haber sentenciado al Hijo de Dios a esto eres arrogante. 4Pero tú que quieres liberarlo no haces sino honrar la Voluntad de su Creador. 5La arrogancia del pecado, el orgullo de la culpabilidad, el sepul­cro de la separación, son todos parte de tu consagración a la muerte, lo cual aún no has reconocido. 6El brillo de culpabilidad con el que revestiste al cuerpo no haría sino destruirlo. 7Pues lo que el ego ama, lo mata por haberle obedecido. 8Pero no puede matar a lo que no le obedece.

No deberíamos sacar una conclusión a la ligera del contenido de las palabras transcritas en este punto, pues el Maestro del Amor no está juzgando condenatoriamente al símbolo del ego, el cuerpo. De hacerlo, estaría reconociendo que el cuerpo es nuestra verdadera identidad. 

Cuando nos dice que el cuerpo es un símbolo de corrupción, un sacrificio al pecado, lo que está mostrándonos es la fe que tenemos depositada en él, así como el juicio erróneo con el que lo identificamos, pues pensar que es el cuerpo el que puede pecar es no conocer su verdadera causa, la cual no es otra que el pensamiento, la creencia errónea en que podemos cambiar la Voluntad de nuestro Creador, imponiéndole nuestras leyes perecederas y efímeras. 

5. Tú tienes otra consagración que puede mantener al cuerpo incorrupto y en perfectas condiciones mientras sea útil para tu santo propósito. 2El cuerpo es tan incapaz de morir como de sen­tir. 3No hace nada. 4De por sí, no es ni corruptible ni incorruptible. 5No es nada. 6Es el resultado de una insignificante y descabellada idea de corrupción que puede ser corregida. 7Pues Dios ha con­testado a esta idea demente con una Suya, una Respuesta que no se ha alejado de Él, y que, por lo tanto, lleva al Creador a la conciencia de toda mente que haya oído Su Respuesta y la haya acep­tado.

Si, como hemos visto, el cuerpo es la materialización de un pensamiento, y el pensamiento nunca muere, podemos afirmar que el cuerpo es incapaz de morir. La muerte se manifiesta igualmente como la materialización de un pensamiento que, al hacerlo real, pasa a formar parte de nuestro sistema de pensamiento, constituyéndose como uno de sus principales pilares. 

Jesús no enseña a través de este punto que el cuerpo no hace nada, pues no es nada. Tan solo lo que es verdadero es eterno, mientras que lo temporal responde a un ciclo donde todo se inicia y tiene un final. 

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