lunes, 7 de abril de 2025

Capítulo 19. B-i. La atracción del dolor (1ª parte).

i. La atracción del dolor (1ª parte).

9. Tu pequeño papel consiste únicamente en entregarle al Espíritu Santo la idea del sacrificio en su totalidad 2y aceptar la paz que Él te ofrece a cambio sin imponer ningún límite que impida su exten­sión, lo cual limitaría tu conciencia de ella. 3Pues lo que Él otorga tiene que extenderse si quieres disponer de su poder ilimitado y utilizarlo para liberar al Hijo de Dios. 4No es de este poder de lo que quieres deshacerte, y, puesto que ya dispones de él, no puedes limitarlo. 5Si la paz no tiene hogar, tampoco lo tenemos ni tú ni yo. 6Y Aquel que es nuestro hogar se queda sin hogar junto con noso­tros. 7¿Es eso lo que quieres? 8¿Deseas ser un eterno vagabundo en busca de paz? 9¿Pondrías tus esperanzas de paz y felicidad en lo que no puede sino fracasar?

El amor, la esencia divina con la que hemos sido creados, cuando se extiende, nos ofrece como regalo el estado de paz. Podemos entender que cuando elegimos sembrar amor, el fruto que cosecharemos será la paz. Sabemos por las enseñanzas del Curso que causa y efecto forman una unidad, lo que significa que la una depende de la otra, es decir, no obtendremos un efecto si no existe una causa. 

Si elegimos aceptar lo expresado anteriormente como verdad, podremos concluir que, al igual que el amor es la esencia con la que hemos sido creados, la paz, su efecto, también forma parte de nuestra esencia. Lo que significa que la paz es nuestra realidad. Dicho de otro modo: "somos paz".

El ego cuestionará dicha afirmación, pues nos dirá: "Si somos paz, ¿cómo es que no la percibimos?". La respuesta a esta pregunta es una invitación a reflexionar sobre la identidad que creemos ser. Mientras que pensemos que somos aquello que percibimos, esto es, un cuerpo material, el cual es el símbolo que representa nuestra creencia en la separación, justificaremos el cuestionamiento que nos plantea el sistema de pensamiento del ego, pues dicha creencia en la separación es la causa que ha sustituido en nuestra mente el amor por el miedo y la inocencia por el pecado. De este modo, al sembrar miedo no podemos cosechar paz, sino ataque y temor.

10. Tener fe en lo eterno está siempre justificado, pues lo eterno es siempre benévolo, infinitamente paciente y totalmente amoroso. 2Te aceptará totalmente y te colmará de paz. 3Pero sólo se puede unir a lo que ya está en paz dentro de ti, lo cual es tan inmortal como lo es lo eterno. 4El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego, ni alegría ni dolor. 5Es un medio, no un fin. 6De por sí no tiene ningún propósito, sino sólo el que se le atribuye. 7El cuerpo parecerá ser aquello que constituya el medio para alcanzar el objetivo que tú le asignes. 8Sólo la mente puede fijar propósitos, y sólo la mente puede discernir los medios necesarios para su logro, así como justificar su uso. 9Tanto la paz como la culpabilidad son estados mentales que se pueden alcanzar. 10Y esos estados son el hogar de la emoción que los suscita, que, por consiguiente, es compatible con ellos.

Habíamos dejado en el punto anterior al ego celebrando su victoria sobre el amor y la paz. Nunca admitirá que somos paz, pues ello significaría que creemos en el amor por encima del miedo, que creemos en la unidad por encima de la separación, que creemos en el espíritu por encima del cuerpo. Por lo tanto, prefiere negar la causa verdadera y elegir una causa falsa y errónea, con lo cual dará prioridad a sus percepciones, anteponiéndolas a la verdad.

Sin embargo, el sistema de pensamiento tiene una importante debilidad, la cual procede de la causa que lo ha originado. El error, lo falso, tan solo puede ofrecernos un mundo ilusorio y temporal, o lo que es lo mismo, un mundo irreal. Ese mundo se convierte en un escenario donde el dolor, el sufrimiento, la necesidad, la enfermedad se multiplican por doquier. Son frutos amargos que no sacian nuestros verdaderos apetitos. Es por ello que alcanzamos un punto de consciencia en el que nos lanzamos a la búsqueda de lo que más añoramos, la paz. Pero no sabemos dónde encontrarla, pues depositamos toda nuestra confianza en el maestro inadecuado, en el cuerpo, y no tardaremos en darnos cuenta de que la paz tan codiciada no forma parte del mundo perceptivo, sino que forma parte de nuestra esencia verdadera, la espiritual.

El renacer de la conciencia nos abre las puertas de un nuevo escenario donde, ahora sí, sabremos a quién tenemos que depositar toda nuestra fe, a qué maestro invitar a nuestra mente para que nos guíe hacia el encuentro con la paz, hacia el encuentro con nuestra verdadera identidad. El Espíritu Santo nos ofrecerá la Expiación que ha de permitirnos corregir nuestros errores mentales, lo que nos permitirá a su vez alcanzar la percepción correcta.

11. Examina, entonces, qué es lo que es compatible contigo. 2Ésta es la elección que tienes ante ti, y es una elección libre. 3Mas todo lo que radica en ella vendrá con ella, y lo que crees ser jamás puede estar separado de ella. 4El cuerpo aparenta ser el gran trai­dor de la fe. 5En él residen la desilusión y las semillas de la falta de fe, mas sólo si le pides lo que no puede dar. 6¿Puede ser tu error causa razonable para la depresión, la desilusión y el ataque de represalia contra lo que crees que te ha fallado? 7No uses tu error para justificar tu falta de fe. 8No has pecado, pero te has equivocado con respecto a lo que significa tener fe. 9Mas la corrección de tu error te dará motivos para tener fe.

Hemos dibujado los trazos de los dos escenarios en los que se puede manifestar nuestra consciencia. Ahora debemos saber que los efectos de nuestra siembra serán dulces o amargos dependiendo de nuestra elección, es decir, del uso que hagamos de nuestra voluntad. Si la empleamos para sembrar amor, cosecharemos paz y en nuestro escenario resplandecerá el sol, aportándonos luz y felicidad. Si la empleamos para sembrar miedo, cosecharemos temor y luchas, y en nuestro escenario percibiremos densas nubes que nos confundirán con su oscuridad, aportándonos dolor y sufrimiento.

Sí, desde este momento, nos hemos quedado solos para tomar el timón de nuestra nave y decidir el rumbo que vamos a tomar. Hemos habitado en la tierra próspera de miel y leche que Dios dispuso para Su Hijo, pero nuestro deseo de alimentarnos por nosotros mismos nos llevó a olvidar el hogar paradisiaco en el que nos encontrábamos. Ese proceso no se llevó a cabo a nivel físico, sino en el mental, en nuestras creencias, lo cual dio origen a que percibiésemos aquello que deseamos.

Ahora, este presente que estamos compartiendo en la eternidad se convierte en el instante santo en el que podemos recordar lo olvidado y elegir de nuevo. En esta ocasión, con la ayuda del Espíritu Santo, elegiremos lo correcto, pues seremos totalmente conscientes de lo que realmente somos.

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