jueves, 7 de noviembre de 2024

Capítulo 15. VIII. La única relación real (1ª parte).

VIII. La única relación real (1ª parte).

1. El instante santo no es un sustitutivo de tu necesidad de aprender, pues el Espíritu Santo no puede dejar de ser tu Maestro hasta que el instante santo se haya extendido mucho más allá del tiempo. 2A fin de llevar a cabo Su tarea docente, el Espíritu Santo tiene que valerse de todo lo que hay en este mundo para tu libera­ción. 3Tiene que aprovechar cualquier señal o indicación de que estás dispuesto a aprender de Él lo que es la verdad. 4No se demora en utilizar cualquier cosa que le ofrezcas en favor de eso. 5Su interés por ti y el cuidado que te profesa son ilimitados. 6En vista del miedo que tienes del perdón, que Él percibe con la misma claridad con la que sabe que el perdón libera, Él te ense­ñará a recordar que el perdón no conlleva ninguna clase de pér­dida, sino que, por el contrario, es tu salvación. 7Y te enseñará asimismo que perdonando completamente, es decir, reconociendo que no hay nada que necesite ser perdonado, quedas completa­mente absuelto.

Desde el sistema de pensamiento del ego, practicar el perdón supone una pérdida para el que lo aplica, pues, el ego piensa que el perdón nos hace débiles ante los demás.

No es difícil de entender el pensamiento del ego, cuando su lema es "ataca para no ser atacado". El orgullo, la vanidad, el egoísmo, son su carta de presentación a la hora de afrontar una relación. El miedo lo oculta con gestos de amor, pero dichos gestos están condicionados, es decir, adquiere el siguiente significado: "te amor siempre que hagas lo que yo te diga". La privación de libertad, queda al descubierto, cuando decide amar de manera especial, imponiendo sus condiciones, las cuales va utilizando poco a poco.

Sí, el ego tiene miedo al amor y tiene miedo al perdón, por lo que, debemos elegir entre el modo de amar condicionado, o, amar incondicional que nos enseña el Espíritu Santo. Si elegimos el amor incondicional, aprenderemos, igualmente, a perdonar completamente, lo que nos lleva al reconocimiento de que en verdad no hay nada que deba ser perdonado.

2. Escúchale gustosamente, y aprende de Él que no tienes necesi­dad de relaciones especiales en absoluto. 2Lo único que buscas en ellas es aquello que desechaste. 3Y a través de ellas nunca podrás aprender el valor de lo que descartaste, lo cual, sin embargo, sigues anhelando con todo tu corazón: 4Unámonos para hacer que el instante santo sea lo único que hay, al desear que sea lo único que hay. 5El Hijo de Dios tiene tanta necesidad de que estés dispuesto a tratar de lograr esto, que es imposible concebir una necesidad mayor. 6Contempla la única necesidad que Dios y Su Hijo comparten, y que quieren satisfacer juntos. 7No estás solo en esto. 8La voluntad de tus creaciones te llama para que compartas tu voluntad con ellas. 9Por lo tanto, dale la espalda a la culpabilidad en paz y dirígete hacia Dios y hacia tus creaciones.

El Curso nos enseña, que las relaciones especiales están inspiradas en la creencia en la culpa. Como bien recoge este punto, lo única que buscamos en dichas relaciones es aquello que desechamos, y lo hicimos, por miedo al amor. A través de la relación especial nos sentimos atraídos a compensar lo que no hemos sido capaz de completar, de elevar a la condición de unidad y de paz.

El instante santo, una vez Expiado nuestros errores mentales, nos permite visionar lo que realmente somos y esta visión nos lleva a reconocer en el otro al hermano con el formamos parte de la Filiación. Esa visión no será condicionada, no será particular y personal, será universal, lo que significa que amaremos a todos y cada uno de los Hijos de Dios, por igual.

El Espíritu Santo y el instante santo, nos enseñan que no tenemos necesidad de relaciones especiales, pues, este tipo de relación pertenece al sistema de pensamiento del ego.

3. Relaciónate únicamente con lo que nunca te abandonará y con lo que nunca podrías abandonar. 2La soledad del Hijo de Dios es la soledad de su Padre. 3No rechaces la conciencia de tu comple­ción, ni procures restituírtela tú mismo. 4No tengas miedo de poner la redención en manos del Amor de tu Redentor. 5Él no te fallará, pues viene de parte de Uno que no puede fallar. 6Acepta tu sensación de fracaso como una simple equivocación con res­pecto a quién eres. 7Pues el santo anfitrión de Dios se encuentra más allá de todo fracaso, y nada que su voluntad disponga puede ser negado. 8Estás eternamente en una relación tan santa, que invoca a todo el mundo a escaparse de la soledad y a unirse a ti en tu amor. 9Y todo el mundo tiene que buscar el lugar donde estás y encontrarte allí.

El miedo al abandono, persigue al ego en su experiencia de relación especial, lo que lo lleva a defender celosamente aquello que considera es suyo. La persona con la que se relaciona pasa a formar parte de su "tesoro" particular, de sus posesiones y conquistas, y, el simple hecho de pensar que puede perderlo, le lleva "armarse hasta los dientes", para defender lo que cree pertenecerle. El miedo, se expresa como un exceso de amor que quema al otro.

Pongamos nuestras relaciones en manos del Amor de nuestro Redentor. El nos enseñará a Amar de manera incondicional y a compartir nuestro amor con el resto de la humanidad en escala de igualdad.

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