martes, 5 de noviembre de 2024

Capítulo 15. VII. El sacrificio innecesario (3ª parte).

VII. El sacrificio innecesario (3ª parte).

7. En tales relaciones dementes, la atracción de lo que no deseas parece ser mucho mayor que la atracción de lo que sí deseas. 2Pues cada uno piensa que ha sacrificado algo por el otro y lo odia por ello. 3Eso, no obstante, es lo que cree que quiere. 4No está enamorado del otro en absoluto. 5Simplemente cree estar enamorado del sacrificio. 6Y por ese, sacrificio que se impone a sí mismo, exige que el otro acepte la culpabilidad y que se sacrifi­que a sí mismo también. 7El perdón se hace imposible, pues el ego cree que perdonar a otro es perderlo. 8De la única manera en que el ego puede asegurar la continuidad de la culpabilidad que mantiene a todas sus relaciones intactas es atacando y negando el perdón.

La compensación de la culpa, lleva al ego, a establecer relaciones especiales y a sacrificarse, en nombre de lo que entiende es el amor, por ella. El sacrificio se muestra como una ofrenda de amor que exigirá ser compensada, ser pagada por la misma moneda, esto es, con el propio sacrificio. Y de este modo, se escriben los guiones de las relaciones especiales, basadas en el sacrificio como demostraciones de amor, cuando en realidad, amar verdaderamente, no exige ningún sacrificio, sino entrega desinteresada e incondicional que nos brinda la posibilidad de expresarnos con total libertad.

No tardaremos en reprochar al otro los sacrificios que hemos realizado para su bienestar, cuando en realidad, lo que estamos haciendo es ocultar que nuestro sacrificio responde a un intento de liberarnos de nuestra culpa inconsciente, la cual, vemos proyectada en la demanda de atención que nos inspira la otra persona

8. Sin embargo, tales relaciones tan sólo dan la impresión de estar intactas, 2pues para el ego lo único que las relaciones significan es que los cuerpos están juntos. 3Esto es lo que el ego siempre exige, y no objeta adónde se dirige la mente o lo que piensa, pues eso no parece ser importante. 4Mientras el cuerpo esté ahí para recibir su sacrificio, él es feliz. 5Para él la mente es algo privado, y el cuerpo es lo único que se puede compartir. 6Las ideas son básicamente algo sin importancia, salvo si con ellas se puede atraer o alejar el cuerpo de otro. 7Y ése es el criterio del que se vale para juzgar si  las ideas son buenas o malas. 8Todo aquello que hace que el otro se sienta culpable y que le impida irse debido a la culpabilidad es "bueno". 9Lo que lo libera de la culpabilidad es "malo", pues en ese caso dejaría de creer que los cuerpos se pueden comunicar, y, por lo tanto, se "marcharía".

Que el amor "mal entendido" que practica el ego, es una afirmación, queda recogido y explicado en este punto. La identidad del ego, su ilusoria realidad, es el cuerpo físico y no la mente. Refuerza su creencia en la separación, precisamente, argumentando que los cuerpos son diferentes y ocupan espacios diferentes. Al no darle valor a la mente y a las ideas, no es capaz de establecer la igualdad que une a la humanidad por el hecho de compartir la misma Fuente Creadora, la Mente.

Es fiel a la creencia de que la percepción procede del cuerpo, bien sea a través de la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto. Sin embargo, olvida, que, en el estado de sueño, también se percibe, y, ello es posible debido a que la fuente de percepción, realmente, es la mente, que es la que permite la percepción del cuerpo.

La identidad del ego, su existencia irreal, no sería posible, si la mente dejase de creer en el pecado, en la separación, en la culpa y en el miedo. Es por esta razón, de que elabora todas sus argucias para evitar que dichos condicionantes desaparezcan. Mientras el cuerpo esté ahí para recibir sacrificio, él es feliz, pues está perpetuando su legado, su sistema de pensamiento.

9. El sufrimiento y el sacrificio son los regalos con los que el ego "bendice" toda unión. 2Y aquellos que se unen ante su altar acep­tan el sufrimiento y el sacrificio como precio de su unión. 3En sus iracundas alianzas, nacidas del miedo a la soledad, aunque dedi­cadas a la perpetuación de la misma, cada cual busca aliviar su culpabilidad haciendo que el otro se sienta más culpable. 4Pues cada uno cree que eso mitiga su propia culpabilidad. 5El otro­ siempre parece estar atacándole e hiriéndole, tal vez con minu­cias, tal vez "inconscientemente", mas nunca sin dejar de exigir sacrificio. 6La furia de los que se han unido en el altar del ego es mucho mayor de lo que te imaginas. 7Pues no te das cuenta de lo que el ego realmente quiere.

Este punto nos ofrece una clave importante que nos ayuda a conocer las artimañas del ego. "No nos damos cuenta de lo que el ego realmente quiere". Sí, sus métodos son muy sutiles para llevarnos como conejillos de india hasta el matadero, donde nos exigirá el mayor de los sacrificios para calmar nuestros sentimientos de culpa, los cuales, sin lugar a dudas, habrá sido propiciado por las falsas creencias con la que nos adoctrina, entre la que sobresale, la creencia en que podemos hacernos daño.

Sí, el sufrimiento y el sacrificio son los regalos, no desinteresadamente, que nos brinda el ego. Su interés es el de que permanezcamos rindiéndole culto, fortaleciendo la creencia de que somos hijos del pecado y por tal motivo, debemos condenarnos y liberarnos de nuestra culpa.

10. Cada vez que te enfadas, puedes estar seguro de que has enta­blado una relación especial que el ego ha "bendecido", pues la ira es su bendición. 2La ira se manifiesta de muchas formas, pero no puede seguir engañando por mucho tiempo a los que se han dado cuenta de que el amor no produce culpabilidad en absoluto, y de que lo que produce culpabilidad no puede ser amor, sino ira. 3La ira no es más que un intento de hacer que otro se sienta culpable, y este intento constituye la única base que el ego acepta para las relaciones especiales. 4La culpabilidad es la única necesidad del ego, y mientras te sigas identificando con él, la culpabilidad te seguirá atrayendo. 5Mas recuerda esto: estar con un cuerpo no es estar en comunicación. 6Y si crees que lo es, te sentirás culpable con respecto a la comunicación y tendrás miedo de oír al Espíritu Santo, al reconocer en Su Voz tu propia necesidad de comunicarte.

La ira nos lleva a juzgar, despiadadamente, al otro. En ese juicio, no hay amor. La ignorancia de lo que somos, el error que nos lleva a creernos separados unos de otros, nos lleva a utilizar a los demás como chivos expiatorios de nuestros pensamientos ocultos. Expresamos ira en nuestros juicios, porque nos condenamos a nosotros mismos, porque creemos que podemos pecar, porque nos sentimos culpables, porque no aceptamos nuestra oscuridad. Preferimos combatirla y atacarla cuando la percibimos en el otro. De este modo, creemos que nos vamos a libertar de ella.

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