lunes, 11 de noviembre de 2024

Capítulo 15. IX. El instante santo y la atracción de Dios (1ª parte).

IX. El instante santo y la atracción de Dios (1ª parte).

1. Tal como el ego quiere que la percepción que tienes de tus her­manos se limite a sus cuerpos, de igual modo el Espíritu Santo quiere liberar tu visión para que puedas ver los Grandes Rayos que refulgen desde ellos, los cuales son tan ilimitados que llegan hasta Dios. 2Este cambio de la percepción a la visión es lo que se logra en el instante santo. 3Mas es necesario que aprendas exacta­mente lo que dicho cambio entraña, para que por fin llegues a estar dispuesto a hacer que sea permanente. 4Una vez que estés dispuesto, esta visión no te abandonará nunca, pues es perma­nente. 5Cuando la hayas aceptado como la única percepción que deseas, se convertirá en conocimiento debido al papel que Dios Mismo desempeña en la Expiación, pues es el único paso en ella que Él entiende. 6Esto, por lo tanto, no se hará de esperar una vez que estés listo para ello. 7Dios ya está listo, tú no.

La teoría, la lectura de textos espirituales, es una fase importante que nos conduce al cambio de la percepción, a ver las cosas de otra manera. Pero, es, igualmente importante, el conocer que no es única fase que debemos abordar para conseguir el objetivo final, que nuestra visión verdadera sustituya a la percepción.

Con tan solo la teoría, no lograremos transformar nuestra conciencia. Debemos elegir al Maestro, al Guía, que habla por Dios, a la Mente Recta, al Espíritu Santo, y entregarle nuestra voluntad y nuestro deseo de elevar nuestra oscuridad, hacia la luz que nos permitirá alcanzar la Visión Crística, la visión de la unidad.

En el instante santo, nuestros ojos de abren a la verdad que envuelve a todo lo creado y, en esa nueva visión, percibiremos correctamente la luz, los Grandes Rayos, que nos une a la Fuente de la que hemos sido emanados.

Si al mirar a nuestros hermanos, lo hacemos identificados con el sistema de pensamiento del ego, tan solo visualizaremos su ropaje temporal e ilusorio, su cuerpo material.

2. Nuestra tarea consiste en continuar, lo más rápidamente posi­ble, el ineludible proceso de hacer frente a cualquier interferencia y de verlas a todas exactamente como lo que son. 2Pues es imposi­ble que reconozcas que lo que crees que quieres no te ofrece absolutamente ninguna gratificación. 3El cuerpo es el símbolo del ego, tal como el ego es el símbolo de la separación. 4Y ambos no son más que intentos de entorpecer la comunicación y, por lo tanto, de imposibilitarla. 5Pues la comunicación tiene que ser ilimitada para que tenga significado, ya que si no tuviese significado te dejaría insatisfecho. 6La comunicación sigue siendo, sin embargo, el único medio por el que puedes entablar auténticas relaciones, que al haber sido establecidas por Dios, son ilimitadas.

A través de la comunicación, expresamos, compartimos el contenido que alberga nuestra mente. Si al relacionarnos con nuestros hermanos, lo hacemos desde la creencia en la separación, la comunicación compartirá nuestros miedos y lo hará, atacando y dando muestras de ira. Lo que realmente se está consiguiendo con esta falsa y vacía comunicación es ampliar la distancia que nos separa de los demás.

En cambio, cuando utilizamos la comunicación para compartir nuestra visión en la unidad, estaremos expandiendo la esencia del amor y estaremos propiciando, creando, un mundo donde reinará la paz y la felicidad. Estaremos recreando el "nuevo paraíso".

3. En el instante santo, en el que los Grandes Rayos reemplazan al cuerpo en tu conciencia, se te concede poder reconocer lo que son las relaciones ilimitadas. 2Mas para ver esto, es necesario renunciar a todos los usos que el ego hace del cuerpo y aceptar el hecho de que el ego no tiene ningún propósito que tú quieras compartir con él. 3Pues el ego quiere reducir a todo el mundo a un cuerpo para sus propios fines, y mientras tú creas que el ego tiene algún fin, elegirás utilizar los medios por los que él trata de que su fin se haga realidad. 4Mas esto nunca tendrá lugar. 5Sin embargo, debes haberte dado cuenta de que el ego, cuyos objeti­vos son absolutamente inalcanzables, luchará por conseguirlos con todas sus fuerzas, y lo hará con la fortaleza que tú le has prestado.

Así, el poder que alimenta al ego, a su sistema de pensamiento, no procede de él, sino de nuestra mente, la cual ha elegido creer en la separación, en el pecado, en la culpa, en el cuerpo, en el miedo.

No debemos subestimar el poder que alimenta al ego, pues, ese poder procede de nosotros. Si ponemos nuestra voluntad al servicio del deseo de ser especial y diferente a los demás, estamos reconociendo la existencia del ego y lo estamos fortaleciendo. El ego, es fuerte, si le prestamos nuestra creencia, si creemos en su existencia y si adoptamos sus sistema de pensamiento como verdadero.

No se trata de atacar a todos sus símbolos, entre ellos, al cuerpo. Se trata de no fortalecerlo creyendo que es nuestra verdadera identidad. Podemos utilizar el cuerpo para percibir correctamente y para potenciar la comunicación basada en el amor unificador.

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