miércoles, 27 de agosto de 2025

Capítulo 23. I. Las creencias irreconciliables (2ª parte).

I. Las creencias irreconciliables (2ª parte).

3. Ten por seguro que no es posible que Dios y el ego, o tú y el ego jamás os podáis encontrar. 2En apariencia lo hacéis y formáis extrañas alianzas basándoos en premisas que no tienen sentido. 3Pues vuestras creencias convergen en el cuerpo, al que el ego ha elegido como su hogar y tú consideras que es el tuyo. 4Vuestro punto de encuentro es un error: un error en cómo te consideras a ti mismo. 5El ego se une a una ilusión de ti que tú compartes con él. 6Las ilusiones, no obstante, no pueden unirse. 7Son todas lo mismo, y no son nada. 8Su unión está basada en la nada, pues dos de ellas están tan desprovistas de sentido como una o mil. 9El ego no se une a nada, pues no es nada. 10Y la victoria que anhela está tan desprovista de sentido como él mismo.

Podemos utilizar el cuerpo conociendo su condición ilusoria y atribuyéndole la función que, desde la percepción verdadera, nos ayudará a recordar nuestra verdadera identidad. En este sentido, las relaciones santas se convierten en el escenario más apropiado donde podemos anticipar la experiencia de santidad que formará parte de nuestra realidad cuando abandonemos el nivel físico y retornemos a nuestro verdadero hogar.

Dios y el ego no pueden formar una unidad, al igual que la luz no puede coexistir con la oscuridad. O hay luz o hay oscuridad. Con respecto a la identidad de lo que somos, ocurre igual; no podemos ser cuerpos y espíritu al mismo tiempo. El verdadero ser no puede estar condicionado por las leyes del cambio y de la temporalidad. El espíritu no nace ni muere, simplemente es. El cuerpo, en cambio, sí responde a esas leyes.

4. Hermano, la guerra contra ti mismo está llegando a su fin. 2El final de la jornada se encuentra en el lugar de la paz. 3¿No te gustaría aceptar la paz que allí se te ofrece? 4Este "enemigo" con­tra el que has luchado como si fuese un intruso a tu paz se trans­forma ahí, ante tus propios ojos, en el portador de tu paz. 5Tu "enemigo" era Dios Mismo, Quien no sabe de conflictos, victo­rias o ataques de ninguna clase. 6Su amor por ti es perfecto, abso­luto y eterno. 7El Hijo de Dios en guerra contra su Creador es una condición tan ridícula como lo sería la naturaleza rugiéndole iracunda al viento, proclamando que él ya no forma parte de ella. 8¿Cómo iba a poder la naturaleza decretar esto y hacer que fuese verdad? 9Del mismo modo, no es a ti a quien le corresponde deci­dir qué es lo que forma parte de ti y qué es lo que debe mante­nerse aparte.

¿Y si nuestro error con respecto a la realidad de nuestra verdadera identidad se redujese a una equivocada interpretación de la realidad percibida? Si fuese así, tendríamos que reconocer que nos hemos olvidado de nuestro origen, de que somos seres espirituales emanados de la Fuente Creadora que nos contiene y que dicho olvido ha sido consecuencia del uso de nuestra inexperta voluntad que, al prestarle atención al infinito campo donde emanan los arquetipos en forma de ideas potenciales, ha adquirido la capacidad de colapsar ese campo de posibilidades, consiguiendo con ello que la energía-idea-pensamiento se mostrase en una nueva dimensión, la física. Este proceso de transformación de la energía en partículas está siendo estudiado por los físicos cuánticos y está aportando una información muy valiosa sobre aquello que llamamos realidad.

Si lo dicho fuese posible, si lo que sucede responde a esa dinámica, tendremos que desmontar todo el sistema de creencia del ego, en especial el que nos hace seres de naturaleza pecaminosa, y en que nos mantiene prisioneros de la falsa identificación con la dimensión tridimensional.

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