miércoles, 5 de junio de 2024

Capítulo 11. V. La dinámica del ego (3ª parte)

 V. La dinámica del ego (3ª parte)


13. El ego analiza, el Espíritu Santo acepta. 2Sólo por medio de la aceptación se puede llegar a apreciar la plenitud, pues analizar significa fragmentar o separar. 3Tratar de entender la totalidad fragmentándola es, claramente el enfoque típicamente contradic­torio que el ego utiliza para todo. 4El ego cree que el poder, el entendimiento y la verdad radican en la separación, y que para establecer esta creencia tiene que atacar. 5Al no darse cuenta de que es imposible establecer esa creencia, y obsesionado por la convicción de que la separación es la salvación, el ego ataca todo lo que percibe, desmenuzándolo en partes pequeñas y desconectadas sin ninguna relación significativa entre sí, y desprovistas, por lo tanto, de todo significado. 6El ego siempre substituirá lo que tiene significado por el caos, pues si la separación es la salva­ción, la armonía es una amenaza. 

La creencia en la separación lleva a la mente a utilizar el juicio, el análisis, la fragmentación, en un intento de comprender lo que carece de significado, pues su visión es parcial y fragmentada, negando la evidencia de la totalidad, de lo que es integral.

Aplicado al mundo de las relaciones, el ego, a través del juicio, proyecta su creencia en la separación, y percibe de forma ajena a su persona, aspectos de si mismo que, de no verlos en su interior, no serían percibidos fuera.

14. Las interpretaciones que el ego hace de las leyes de la percep­ción son, y no pueden sino ser, exactamente las opuestas a las del Espíritu Santo. 2El ego se concentra en el error y pasa por alto la verdad. 3Hace que todos los errores que percibe sean reales, y concluye -utilizando su razonamiento típicamente circular- que la idea de una verdad consistente no tiene sentido por razón de los errores. 4El siguiente paso, entonces, es obvio. 5Si la idea de una verdad consistente no tiene sentido, la inconsistencia tiene que ser verdad. 6Teniendo muy presente el error, y, protegiendo lo que ha hecho real, el ego procede al siguiente paso en su sis­tema de pensamiento: el error es real y la verdad es un error. 

El ego tan solo ve aquello en lo que cree. El cree en el error porque es lo que ve en su identidad, en su falso ser. Solo cree en lo que ve y ese pensamiento le lleva a creer en el error y los proyecta en el exterior a través de su sistema de juicios.

 

15. El ego no trata de comprender esto, lo cual es obviamente incomprensible, pero trata por todos los medios de demostrarlo y eso es lo que hace constantemente. 2Valiéndose del análisis para atacar el significado, el ego logra pasarlo por alto, y lo que le queda es una serie de percepciones fragmentadas que él unifica en beneficio propio. 3Esto se convierte, entonces en el universo que percibe. 4Y es este universo lo que a su vez se convierte en la demostración de su propia realidad. 

El ego no ve la verdad de la unidad, simplemente, porque es la consecuencia de haber elegido ver desde la separación. Por lo tanto, todo cuanto cree ver está basado en la percepción falsa de su identidad.

 

16. No subestimes el poder de atracción que las demostraciones del ego ejercen sobre aquellos que están dispuestos a escucharle. 2La percepción selectiva escoge sus testigos cuidadosamente, y el testimonio de esos testigos es, congruente. 3Los argumentos en favor de la locura son convincentes para los locos, 4pues todo razonamiento concluye allí donde comienza, y no hay sistema de pensamiento que pueda trascender su propia fuente. 5Aun así, el razonamiento que carece de sentido no puede demostrar nada, y aquellos a quienes convence no pueden sino estar engañados. 6¿Cómo iba a poder enseñar verdaderamente el ego, cuando pasa por alto la verdad? 7¿Cómo iba a poder percibir lo que ha negado? 8Sus testigos dan testimonio de su negación, pero no de lo que ha negado. 9El ego mira de frente al Padre y no lo ve, pues ha negado a Su Hijo. 

El ego mira de frente al Padre y no lo ve, pues ha negado a Su Hijo, esto es, porque no cree en la Unidad y en el Amor.

 

17. ¿Te gustaría recordar al Padre? 2Acepta a Su Hijo y lo recorda­rás. 3No hay nada que pueda demostrar que Su Hijo es indigno, pues no hay nada que pueda probar que una mentira es verdad. 4Lo que ves en Su Hijo a través de los ojos del ego es una demos­tración de que Su Hijo no existe. aSin embargo, dondequiera que el Hijo esté allí tiene que estar el Padre. 5Acepta lo que Dios no niega, y ello te demostrará su verdad. 6Los testigos de Dios se alzan en Su Luz y, contemplan lo que Él creó. 7Su silencio es la señal de que han contemplado al Hijo de Dios, y en la Presencia de Cristo no tienen que demostrar nada, pues Cristo les habla de Sí Mismo y de Su Padre. 8Guardan silencio porque Cristo les habla, y son Sus palabras las que brotan de sus labios. 

¿Te gustaría recordar al Padre? Acepta a Su Hijo y lo recordarás, es decir, acepta el Amor en tu mente y percibirás correctamente lo que es ilusorio de lo que es verdad. Aceptar el Amor, es tener la certeza de que somos Uno con nuestros hermanos y con Dios. 


18. Cada hermano con quien te encuentras se convierte en un tes­tigo de Cristo o del ego, dependiendo de lo que percibas en él. 2Todo el mundo te convence de lo que quieres percibir y de la realidad del reino en favor del cual has decidido mantenerte alerta. 3Todo lo que percibes da testimonio del sistema de pensa­miento que quieres que sea verdadero. 4Cada uno de tus herma­nos tiene el poder de liberarte si tú decides ser libre. 5No puedes aceptar falsos testimonios acerca de un hermano a menos que hayas convocado falsos testigos contra él. 6Si no te habla de Cristo, es que tú no le hablaste de Cristo a él. 7No oyes más que tu propia voz, y si Cristo habla a través de ti, le oirás.  

Recibimos aquello que damos, pues lo que damos, es a nosotros mismos a quien se lo damos. Si damos amor, nuestro hermano nos responderá con el mismo amor que le hemos dado. Si damos odio, nuestro hermano nos responderá con el mismo odio que le hemos dado. Cada hermano con quien te encuentras se convierte en un testigo de Cristo o del ego, dependiendo de lo que percibas en él.

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