viernes, 27 de junio de 2025

Capítulo 21. IV. El miedo a mirar adentro (2ª parte).

IV. El miedo a mirar adentro (2ª parte).

3. ¿Qué pasaría si mirases en tu interior y no vieses ningún pecado? 2Esta "temible" pregunta es una que el ego nunca plan­tea. 3tú que la haces ahora estás amenazando demasiado seria­mente todo su sistema defensivo como para que él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. 4Aquellos que se han unido a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego. 5Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma parte de ti. 6Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ahora no estás totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno.

El ego tan solo puede dar lo que tiene. Y por tal razón no puede renunciar al miedo como su mejor aliado para conseguir lo que desea. Lo que más desea el ego es sobrevivir y, para asegurarse su supervivencia, necesita que nuestra mente siga creyendo en la separación y en el miedo; es decir, lo que no puede permitir es que decidamos no tener miedo y decidir entrar en la habitación prohibida, en nuestro interior, en nuestra mente, para descubrir que la luz que nos acompaña en ese acto de valentía disipa de forma inmediata la oscuridad de esa habitación, mostrándonos la inexistencia del miedo, la inexistencia de cualquier pensamiento que abrigara la idea de ser diferente, de ser especial.

El miedo a no ser alguien, a ser nada, a carecer de significado, es el mayor secreto custodiado por el ego. Es su habitación prohibida. Para evitarlo, ocupa nuestra mente con pensamientos de escasez, de necesidad, y estimula nuestros deseos de posesión para aliviar la pesada carga de no tener. Su voz se hace oír en nuestra mente diciéndonos: "Si eres valiente y decides entrar en la habitación prohibida, te ocurrirán tan solo desgracias; serás pobre si compartes lo que tienes; te engañarán si decides amar desde la libertad; te desposeerán de lo que tienes si no blindas tus tesoros en cámara de seguridad".

4. Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha despuntado en ti. 2Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a contemplar una gran parte de tu demen­cia y a reconocer su locura. 3Tu fe está comenzado a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. 4lo que tu razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. 5El propósito del Espíritu Santo fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce 6que tú tampoco conocías. 7Sin embargo, esa parte, con la que ahora te identificas, no teme mirarse a sí misma. 8No conoce el pecado. 9¿De qué otra forma, sino, habría estado dispuesta a con­siderar el propósito del Espíritu Santo como suyo propio?

En la estrategia del ego para evitar que descubramos su preciado tesoro, podemos encontrar inscrito el sello de la propia naturaleza del ego, el error. Sí, el ego no puede tramar un plan donde el error no esté presente. Ya hemos visto cómo el ego da lo que tiene y, si el ego es fruto del error, su semilla también lo será. ¿Cuál es el error que el ego no supo ocultar en su propuesta de mostrarnos el lugar donde se encontraba la habitación en la que nunca podemos entrar?

Al mostrarnos ese lugar, al mostrarnos dónde se encuentra el causante de nuestros miedos, de nuestro pecado, nos está revelando dónde se encuentra el origen de su identidad. Nos está aportando la llave para que podamos acceder a nuestra mente y descubrir que lo que llamábamos miedo tan solo era un pensamiento erróneo, fruto de una elección equivocada. En verdad, nos está enseñando que somos libres para elegir y somos libres, igualmente, para corregir, esto es, elegir nuevamente. Por lo tanto, tenemos el inmenso poder para ser creadores cuando elegimos ver desde el amor, tal y como Dios nos ha creado.

5. Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfecta­mente desde los orígenes del tiempo. 2Y no ha deseado más que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. 3Ha estado esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te espera. 4Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del Espíritu Santo, y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. 5No creas que esto es una locura, 6pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente de lo que ya has aprendido.

El ego no es muy dado a invitarnos a sondear nuestro interior, sencillamente porque su identidad se refuerza cuando nos lleva a creer tan solo en lo que percibe en el mundo exterior, donde el cuerpo físico se erige en su símbolo representativo. A pesar de ello, trama una estrategia para mostrarnos la presencia del pecado y de la culpa formando parte de nuestros pensamientos, de nuestras creencias, al ser identificados como procedentes de su fiel representante, el cuerpo. De este modo, nos lleva al convencimiento de que somos un cuerpo y que este es el único causante de la creencia en el pecado. A partir de ese momento establece que la única vía para alcanzar la salvación y el perdón se encuentra en el sacrificio y el sufrimiento del cuerpo.

El plan de salvación dispuesto por Dios es el verdadero, el único que nos aportará la corrección del error. ¿Por qué? Pues, porque Dios da lo que tiene y lo que tiene es lo que Es, esto es, Amor. Tan solo el amor puede salvarnos y su poder radica en la creencia en la Unidad de la Filiación. La mente es el canal que utilizamos, bien para crear o para fabricar. Cuando elegimos desde el amor, el resultado son actos creadores que gozan de la eternidad. Cuando elegimos desde el miedo, el resultado son fabricaciones temporales, que tienen un principio y un fin.

La parte de la mente que vibra a la frecuencia del amor nos permitirá percibir correctamente el mundo externo, lo cual nos llevará a experimentar la unidad con todo lo creado. En dicha experiencia, la presencia de nuestro hermano se convierte en la vía que nos conduce hasta la salvación.

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