viernes, 24 de enero de 2025

Capítulo 17. VIII. Las condiciones de la paz (2ª parte).

 VIII. Las condiciones de la paz (2ª parte).

4. Para ti, que has respondido a la llamada de tu Redentor, la ten­sión que conlleva no responder a Su llamada parece ser mayor que antes. 2Pero no es así. 3La resistencia siempre estuvo ahí, pero se la atribuías a otra cosa, creyendo que era esa "otra cosa" la que la producía. 4Mas eso nunca fue verdad. 5Pues lo que esa "otra cosa" producía era pesar y depresión, enfermedad y dolor, tinie­blas y vagas imaginaciones de terror, escalofriantes fantasías de miedo y abrasadores sueños infernales. 6todo ello no era más que la intolerable tensión que se producía al negarte a depositar tu fe en la verdad y a ver su evidente realidad.

Cada momento de nuestra vida es una invitación a responder desde la fe en el Espíritu Santo, o en la falta de fe en Él. Dicho de otro modo, cada momento de nuestra vida es una invitación para responder desde el amor o desde el miedo. Es así de simple, no lo compliquemos más. El ego nos dirá que la vida no es tan simple, que hay matices que no podemos obviar, y para argumentar a favor de estos matices, nos narrará multitud de situaciones, a cual más dramática, que nos harán dudar si no estaremos siendo débiles al tomar la decisión de ver cada situación tal y como es, tan solo una situación en la que se nos invita a tomar una decisión: amar o sufrir, perdonar o castigar.

Entonces, ¿tenemos que aceptarlo todo, perdonarlo todo? Si nos estamos haciendo esta pregunta, es evidente que no tenemos fe en la verdad y que nos hemos dejado engañar por las argucias del ego. ¿Cómo lo sé? Sencillamente, porque cuando no decido perdonarlo todo, no me siento en paz. Estoy decidiendo castigarme por el odio y la ira que siento y estoy decidiendo castigar al culpable que ha suscitado en mí tales sentimientos, olvidando o desconociendo que ese "otro" está ayudándonos a descubrir el contenido de nuestros pensamientos, los que ocultamos en nuestro interior y que proyectamos en los demás.

5. Tal fue la crucifixión del Hijo de Dios. 2Su falta de fe le oca­sionó todo eso. 3Piénsalo muy bien antes de permitirte usar tu falta de fe contra él. 4Pues él ha resucitado, y tú has aceptado la Causa de su despertar como tu propia causa. 5Has asumido el papel que te corresponde en su redención, y ahora eres completamente responsable por él. 6No le falles ahora, pues te ha sido dado comprender lo que tu falta de fe en él te ocasiona. 7Su salva­ción es tu único propósito. 8Ve sólo esto en toda situación, y cada una de ellas se convertirá en un medio de brindarte sólo eso.

En efecto, cuando elegimos el miedo, el rencor, la ira como respuesta a los conflictos que afrontamos en la vida, lo que estamos haciendo es elegir el camino de la crucifixión, el de la muerte, el del castigo y la culpa, el del odio hacia sí mismo.

Como bien recoge en su enseñanza el Curso, el Hijo de Dios no debe ser perdonado sino despertado, esto es, resucitado. Cuando despertamos de un sueño y recordamos el contenido de lo soñado como una pesadilla, nuestros miedos se disipan y recuperamos la paz y el sociego. El hecho de haber reconocido la verdad nos lleva de la mano hasta esa situación de paz.

De igual modo, el Hijo de Dios retornará a la paz cuando decida conscientemente ver la verdad, ver que ha estado depositando su fe en el falso guía, que su mente se encontraba identificada con las ilusiones procedentes del estado de sueño elegido. Su fe elegirá al maestro correcto y su mente servirá al Espíritu Santo.

6. Cuando aceptaste la verdad como el objetivo de tu relación, te convertiste en un dador de paz tan irremediablemente como que tu Padre te dio paz. 2Pues el objetivo de la paz no se puede aceptar sin sus condiciones, y tú tuviste que haber tenido fe en dicho objetivo, pues nadie acepta lo que no cree que es real. 3Tu propósito no ha cambiado ni cambiará jamás, pues aceptaste lo que nunca puede cambiar. 4Y ahora no le puedes negar nada que necesite para ser eternamente inmutable. 5Tu liberación es segura. 6Da tal como has recibido. 7Y demuestra que te has elevado muy por encima de cualquier situación que pudiese detenerte y mantenerte separado de Aquel Cuya llamada contestaste.

Tan solo hay un modo de aceptar la verdad. Deposita tu fe en ella y la verdad formará parte de tu mente y de tus pensamientos. Si consideras que debes ver para creer, si consideras que para creer en la verdad debes percibirla, debes meter el dedo en la llaga del Señor, como lo hizo el apóstol Tomás, hazlo. Practica la atención en el presente. Míralo con el propósito de tener un encuentro verdadero con la verdad. No invites al ego a ese encuentro, pues si lo haces, no te permitirá mirar la verdad libre de los recuerdos del pasado. El presente es verdadero en sí mismo por lo que es. Y lo que es, es tan solo eso, es. Si crees que el presente es otra cosa a lo que es, no lo estarás viendo tal y como es.

Tú decides lo que es, eligiendo verlo contagiado por lo aprendido en el pasado o aceptando la oportunidad que te ofrece. Ese presente no lo has vivido nunca, es nuevo y, por su condición de nuevo, te brinda la posibilidad de elegir verlo como la única oportunidad que tienes, ahora, para elegir de nuevo lo que más te conviene.

Si quieres paz, elige paz. Si quieres sufrimiento, elige trasladarlo desde tu pasado al presente. La verdad no se encuentra en tu pasado; siempre la encontraremos en el presente. Aceptar la verdad es depositar nuestra fe en ella, es elegirla por encima de la ilusión. No condiciones a la verdad, a la paz, con la carga emocional que arrastra en la mochila de tus recuerdos. Obviar esos recuerdos de dolor tan solo es posible en el ahora, en el presente, y esta elección se llama perdón. El perdón es, por lo tanto, nuestra elección de obviar el dolor que nos han causado o que hemos causado. 

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