jueves, 16 de enero de 2025

Capítulo 17. VI. Cómo fijar la meta (1ª parte).

VI. Cómo fijar la meta (1ª parte).

1. La aplicación práctica del propósito del Espíritu Santo es extremadamente simple, aunque inequívoca. 2De hecho, para poder ser simple tiene que ser inequívoca. 3Lo simple es sólo lo que se entiende fácilmente, y para ello, es evidente que debe ser claro. 4El objetivo del Espíritu Santo opera dentro de un marco general, pero Él te ayudará a hacerlo específico, porque la apli­cación práctica es específica. 6El Espíritu Santo provee ciertas directrices muy concretas que se pueden aplicar en cualquier situación, pero recuerda que tú aún no te has dado cuenta de que su aplicación es universal. 7A estas alturas, por lo tanto, es esen­cial utilizarlas en toda situación separadamente, hasta que pue­das ver más allá de cada situación con mayor seguridad, y con un entendimiento mucho más amplio del que ahora posees.

Reconozco que, al igual que le ocurre a muchos estudiantes de Un Curso de Milagros, buscamos en la enseñanza un conocimiento que sea claro, que sea inequívoco y que sea práctico para que nos ayude a tomar las decisiones correctas cuando nos encontremos en la tesitura de dar una respuesta acertada a los problemas con los que creemos enfrentarnos en la vida.

Esta visión es conocida por el Espíritu Santo, el cual, cuando nos ponemos a su servicio, nos ayuda a ver el "problema" con una visión diferente a cómo la veíamos antes, es decir, cuando nuestro guía es el ego.

Para el ego existen muchos tipos de problemas; lo suyo es fragmentar, dividir, juzgar, y tiene respuestas para cada situación, prevaleciendo en todas ellas un solo propósito: ganar todas las partidas. En cambio, para el Espíritu Santo, el problema es tan sólo uno y siempre el mismo. Todos tienen una misma causa, aunque parezcan tener distintos aspectos. El error original es la creencia en la separación. De él se deriva la visión del ego, de su sistema de pensamiento.

2. En cualquier situación en que no sepas qué hacer, lo primero que tienes que considerar es sencillamente esto: "¿Qué es lo que quiero que resulte de esta situación? 2¿Qué propósito tiene?" 3El objetivo debe definirse al principio, pues eso es lo que determi­nará el resultado. 4El ego procede a la inversa. 5La situación se convierte en lo que determina el resultado, que puede ser cual­quier cosa. 6La razón de este enfoque desorganizado es evidente. 7El ego no sabe qué es lo que quiere que resulte de la situación. 8Es consciente de lo que no quiere, pero sólo de eso. 9No tiene ningún objetivo constructivo en absoluto.

La guía que nos ofrece el Espíritu Santo nos lleva a fijarnos en lo esencial, en la causa y no en el efecto. Hay un dicho que reza: "Por sus frutos los conoceréis". Lo vamos a utilizar para intentar comprender este punto con facilidad. 

Vamos a partir del hecho de que somos agricultores y que queremos cosechar peras. Lo primero que tenemos que hacer conscientemente es elegir la semilla adecuada para garantizar que lo que sembramos nos aportará el fruto deseado. Esta elección consciente es lo que nos enseña este punto, es decir, lo primero que tenemos que considerar es: ¿qué es lo que quiero que resulte de esta situación? Esta recomendación parece una simpleza, pero no lo es. Si analizamos nuestras vidas, descubriremos muchas situaciones en las que nos quejamos de que cosechamos peras cuando no recordamos cuándo habíamos sembrado su semilla. Puede ocurrirnos que lo que la vida nos depara, si es considerado una vivencia dolorosa, es decir, si nos ofrece un fruto que no reconocemos, nos neguemos a considerar que podemos ser los autores de su siembra.

Si cosechamos peras, ten por seguro que en alguna ocasión has sembrado su semilla. El ego tiene dificultad para admitir tal consideración y tratará de convencernos de que el hecho de que hayamos cosechado peras es fruto del azar, y si las peras nos satisfacen, diremos que hemos tenido suerte y, si no nos satisfacen, diremos qué mala suerte hemos tenido. 

3. Sin un objetivo constructivo, establecido de antemano y clara­mente definido, la situación simplemente parece ocurrir al azar y no tiene ningún sentido hasta que ya ha ocurrido. 2Entonces miras en retrospectiva, y tratas de reconstruirla para ver qué sentido tuvo. 3Y no podrás sino equivocarte. 4No sólo porque tus juicios están vinculados al pasado, sino porque tampoco tienes idea de lo que debió haber ocurrido. 5No se estableció ningún objetivo con el que armonizar los medios. 6Y ahora el único dictamen que puede hacerse es si al ego le gusta lo que pasó o no, si es aceptable para él o si clama por venganza. 7La ausencia de un criterio establecido de antemano que determine el resultado final hace que sea du­doso el que se pueda entender y que sea imposible evaluarlo.

Al carecer de objetivos conscientes, tendremos dificultades para reconocer nuestra autoría en el proceso de los efectos, es decir, no veremos la relación causa y efecto que nos muestra la vida.

Al sistema de pensamiento del ego no le interesa establecer objetivos conscientemente, pues hacerlo significa que tendrá que reconocer que la causa de todo lo creado se encuentra en la mente y no en el cuerpo. Tendrá que reconocer que el símbolo que representa su ilusoria realidad, el cuerpo, tan solo es un efecto de un pensamiento erróneo. Es por ello que el ego prefiere obviar el primer paso que le llevaría a establecer un objetivo conscientemente y pasa directamente a los efectos, a lo percibido, y es entonces cuando determinará si admite ser el que ha sembrado las peras o, por el contrario, lo negará.

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