VII. La invocación a la fe (3ª parte).
7. El poder que se ha depositado en ti, en quien se ha establecido el objetivo del Espíritu Santo, transciende tanto tu limitada concepción de lo infinito, que no tienes idea de la magnitud de la fuerza que te acompaña. 2Y puedes usar esta fuerza con perfecta seguridad. 3No obstante, a pesar de su extraordinario poder, tan grande que se extiende allende las estrellas hasta el universo que se encuentra más allá de ellas, tu insignificante falta de fe la puede neutralizar, si en su lugar prefieres valerte de tu falta de fe.
Cuando nuestra mirada se dirige a la inmensidad del universo, no podemos evitar sentirnos "insignificantes" ante tanta grandiosidad. A pesar de ello, esa grandeza se encuentra en nuestro interior, formando parte íntegra de nuestra verdadera identidad espiritual.
La pequeñez forma parte del pensamiento que sirve al sistema de creencia del ego. Percibir la verdad hará caer ese velo que no nos permite ver nuestra realidad divina. La Visión Espiritual nos abrirá la puerta que nos conduce a la grandeza y juntos a nuestros hermanos, retornaremos de nuevo a compartir el Conocimiento Directo con nuestro Creador.
La psicología de la mente humana surge de la base de un error ancestral que da lugar a proyectar fuera todo aquello que negamos dentro. Así, al no aceptarnos como pecadores, lanzamos nuestra culpa sobre los demás, lo que nos llevará a juzgarlos y a castigarlos por sus pecados.
La falta de amor hacia nosotros mismos nos lleva a buscar el amor especial en el otro, pero lo hacemos desde la culpa que esa falta de amor nos genera.
El creernos especiales nos lleva a visionarnos como seres separados del resto de la humanidad. Esa visión es proyectada, igualmente, sobre los demás, llevándonos a interpretar al otro como nuestro enemigo.
A menos que la creencia en la unidad que nos mantiene unidos a nuestros hermanos se convierta en la fortaleza de nuestra fe, seremos infieles a toda relación. Percibiremos al otro como a nuestro enemigo y lo atacaremos para evitar de este modo su ataque.
Nuestra fe debe contagiar a los demás, pues la verdad que ha abierto nuestros ojos a la realidad que compartimos con el Espíritu Santo también se encuentra en cada uno de nuestros hermanos.
Tan solo la ilusión provocada por la falta de fe puede poner en peligro esa relación de amor.
La soledad forma parte del mundo irreal que ha fabricado el ego. Al percibir al otro como separado de nosotros, lo que estamos haciendo es proyectar nuestra división interior, nuestra unidad. Ello nos lleva a percibir la necesidad en forma de soledad. Es como si nos faltase una parte de nuestra unidad. Esa parte son los demás, con los que en verdad formamos la creación de Dios.
Cuando la fe participa de la Mente Recta, nos lleva a percibir al otro formando parte de nuestro ser. Esa visión nos lleva a compartir el amor en nuestras relaciones y, por tanto, a gozar plenamente de los pensamientos compartidos con los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario