lunes, 14 de octubre de 2024

No podemos ser felices, si no estamos en paz.

"No podemos ser felices, si no estamos en paz"

Podríamos parafrasear el contenido que da título a esta reflexión y expresarlo de la siguiente manera: “No podemos estar felices, si no somos paz”. Con esta variante, se demuestra la relación de igualdad existente entre los verbos “ser” y “estar”, o, dicho de otro modo, estamos viendo la relación causa-efecto que une ambos estados, lo cual, nos confirma que para “estar” -efecto-, hay que “ser” -causa-.

Esta introducción, nos resultará muy interesante, si queremos conocer la razón por la cual, no estamos percibiendo en nuestras vidas el estado, tan deseado, de estar en paz y, como consecuencia de ello, de ser felices.

Podríamos confirmar, que “ser” y “estar”, no son logros que podamos alcanzar como consecuencia de aquello que nos ofrece la vida, en forma de experiencias. Soy consciente, de que esta afirmación, es todo un reto para nuestras creencias, dado que, nuestro sistema de pensamiento nos lleva a pensar, que la felicidad y la paz, quedan bajo la dependencia del mundo exterior, de lo que vivamos en nuestra interacción con los demás, en definitiva, de las respuestas que nos ofrece la vida. Si dichas experiencias son de nuestro agrado, nuestra percepción es de felicidad y nos hace sentir paz. Si en cambio, las interpretamos como desagradables, nuestra percepción será de infelicidad y desasosiego.

El plato está servido, sin embargo, debemos contemplar una cuestión que no podemos obviar. ¿Por qué razón, ante una misma experiencia, unos la interpretamos, como negativa y otros, como positiva? Lo planteo de otra manera, ¿Por qué la misma vivencia puede aportar, a unos felicidad y paz, y a otros, el efecto contrario?

Esto que decimos, lo podremos comprobar si analizamos los comportamientos de las personas que son más cercanas a nosotros. Es una experiencia muy común, comprobar, que, ante una misma vivencia, dos personas, tienen visiones distintas de lo percibido, lo que los lleva a tener respuestas, a veces, difíciles de conciliar, al ser totalmente opuestas.

Por mi bagaje experiencial, he llegado a la conclusión de que la respuesta a estas ambigüedades, radica en las creencias de cada uno. Yo puedo creer que para ser feliz debo estar en paz, y que, para conseguir este estado, es imprescindible que sea consciente de lo que soy, esto es, de mi estado de ser. Si en mis creencias tengo la certeza de que el estado de ser y de estar, es una elección, es decir, considero que lo más valioso de la vida es conocer lo que soy y ser coherente con lo que ello significa, podré elegir, que la paz forma parte de mi ser, como algo esencial. Dicho de otro modo, no creo que la paz y la felicidad dependa de lo que me ocurra externamente, de las respuestas que me ofrece la vida a través de los demás, sino de mi interpretación de ello. Yo soy quien decide interpretar lo que percibo, como algo bueno o malo, con lo cual, estoy decidiendo elegir, siempre, la condición de mi ser, que es la felicidad y la paz. Siento paz, porque soy paz. Siento felicidad, porque soy feliz.

Un ejercicio práctico:

“M”, vive y experimenta en su propia naturaleza física, muchos episodios de dolor y tensión. Su condición, la lleva a una sensibilidad extrema por el sufrimiento de sus seres queridos, lo que, de manera habitual, la lleva a experimentar la ausencia de paz y felicidad en su vida. Su familia, es amplia, y no hay día, en el que alguno de sus componentes se enfrente a los retos que la vida suele depararnos. Dichos retos, se convierten en la principal causa de sufrimiento de “M”, pues, su atormentada imaginación se dispara y “vive internamente” el supuesto sufrimiento que debe estar afrontando la persona a la que quiere proteger. Ese sentimiento de protección, la lleva a perder horas de descanso y sueño, pues es incapaz de sentir un momento de paz que le permita gozar de ese descanso. Su mente, no descansa en ningún momento y se entrega a ese juego imaginativo y protector de vivir, de manera anticipada, los problemas a los que, según nuestro protagonista, se está enfrentando su ser querido.

Toda esta situación, es somatizada por el cuerpo de “M”, el cual, le aporta mensajes de permanente dolor. No hay un solo punto del cuerpo que no le produzca dolor, lo que la priva de ser feliz y de la experiencia de la paz.

Si analizamos la vida de “M”, comprobamos que, aparte de su extrema sensibilidad por el imaginario sufrimiento de sus seres queridos, en sus relaciones con el entorno familiar, existen episodios que, podríamos definir como” relaciones frustradas”, dado que, por motivos de falta de entendimiento, han derivado en una relación de enemistad teñida de un profundo dolor.

Si tuviésemos que resumir el estado más significativo que se repite en la vida de “M”, diríamos que es el dolor.

Si aplicamos, lo dicho en la introducción de esta reflexión, a este caso, tendríamos que decir, que la falta de paz y felicidad, expresándose bajo el rostro del dolor, es consecuencia directa, de las creencias de “M”, la cual, está eligiendo el dolor en las interpretaciones que hace de las percepciones vividas. Digamos que su cuerpo, le está informando de la calidad de sus pensamientos. Le está haciendo consciente de su estado de ser, pues, somos lo que creemos ser. Si creemos que somos dolor, pues es, lo que interpretamos, el dolor será nuestra realidad.

Las creencias se alimentan del tiempo pasado. Sin el recuerdo de ese pasado, creemos que no tendríamos existencia, no tendríamos una identidad, y sobre todo, seríamos totalmente ignorante de todo cuanto nos rodea. Pero esa creencia es un error. Pues, si dejamos que el pasado, ocupe el momento de cada presente, estamos desaprovechando, la oportunidad que nos está ofreciendo el ahora, para tomar decisiones libres de nuestro pasado, que, en definitiva, es la razón por la cual repetimos experiencias una y otra vez. Ese presente, nos acerca a la idea de la eternidad, pues, siempre habrá un nuevo presente. Dicha oportunidad no es otra, que permitirnos ver las cosas de otra manera. Es el único instante en el podemos elegir de nuevo y poner fin a estados, no deseados, que tan sólo están en nuestro pasado y ese pasado, ya pasó.

Si cuando analicemos nuestra vida, nos vemos identificado, en algunos aspectos, con los de nuestro ejemplo, esto es, experimentando la infelicidad y el dolor, os propongo, que sopeséis la posibilidad de aprovechar la oportunidad que nos ofrece el instante presente. ¿Cómo aprovecharlo? Pues, dejando el pasado donde está, esto es, en el pasado que ya no existe, y elegir ver las cosas desde otro punto de vista, donde prime la creencia en que para ser felices y vivir en paz, debemos conocer lo que realmente somos y dar aquello que queremos recibir.

Tan solo el amor, y su expresión en la dimensión física, el perdón, nos puede llevar a ser amor y a perdonar. Siempre que elegimos perdonar, estamos perdonando nuestro pasado. El amor, siempre acompaña al instante presente, pues está libre de rencores y de miedos de nuestro pasado. Si eres amor, en casa nuevo presente de tu vida, el amor florecerá en tu existencia y experimentarás lo que es tu verdadero ser y tu verdadero estado: Paz y felicidad.

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