"No podemos ser felices, si no estamos en paz"
Esta introducción, nos resultará muy interesante, si
queremos conocer la razón por la cual, no estamos percibiendo en nuestras vidas
el estado, tan deseado, de estar en paz y, como consecuencia de ello, de ser
felices.
Podríamos confirmar, que “ser” y “estar”, no son logros que
podamos alcanzar como consecuencia de aquello que nos ofrece la vida, en forma
de experiencias. Soy consciente, de que esta afirmación, es todo un reto para
nuestras creencias, dado que, nuestro sistema de pensamiento nos lleva a
pensar, que la felicidad y la paz, quedan bajo la dependencia del mundo
exterior, de lo que vivamos en nuestra interacción con los demás, en
definitiva, de las respuestas que nos ofrece la vida. Si dichas experiencias
son de nuestro agrado, nuestra percepción es de felicidad y nos hace sentir
paz. Si en cambio, las interpretamos como desagradables, nuestra percepción
será de infelicidad y desasosiego.
El plato está servido, sin embargo, debemos contemplar una
cuestión que no podemos obviar. ¿Por qué razón, ante una misma experiencia,
unos la interpretamos, como negativa y otros, como positiva? Lo planteo de otra
manera, ¿Por qué la misma vivencia puede aportar, a unos felicidad y paz, y a
otros, el efecto contrario?
Esto que decimos, lo podremos comprobar si analizamos los
comportamientos de las personas que son más cercanas a nosotros. Es una experiencia
muy común, comprobar, que, ante una misma vivencia, dos personas, tienen visiones distintas de lo percibido, lo que los lleva a tener respuestas, a
veces, difíciles de conciliar, al ser totalmente opuestas.
Un ejercicio práctico:
“M”, vive y experimenta en su propia naturaleza física,
muchos episodios de dolor y tensión. Su condición, la lleva a una sensibilidad
extrema por el sufrimiento de sus seres queridos, lo que, de manera habitual,
la lleva a experimentar la ausencia de paz y felicidad en su vida. Su familia,
es amplia, y no hay día, en el que alguno de sus componentes se enfrente a los retos
que la vida suele depararnos. Dichos retos, se convierten en la principal causa
de sufrimiento de “M”, pues, su atormentada imaginación se dispara y “vive
internamente” el supuesto sufrimiento que debe estar afrontando la persona a la
que quiere proteger. Ese sentimiento de protección, la lleva a perder horas de
descanso y sueño, pues es incapaz de sentir un momento de paz que le permita gozar de ese descanso. Su mente, no descansa en ningún momento y se entrega a ese juego
imaginativo y protector de vivir, de manera anticipada, los problemas a los que,
según nuestro protagonista, se está enfrentando su ser querido.
Toda esta situación, es somatizada por el cuerpo de “M”, el
cual, le aporta mensajes de permanente dolor. No hay un solo punto del cuerpo
que no le produzca dolor, lo que la priva de ser feliz y de la experiencia de la paz.
Si analizamos la vida de “M”, comprobamos que, aparte de su extrema
sensibilidad por el imaginario sufrimiento de sus seres queridos, en sus
relaciones con el entorno familiar, existen episodios que, podríamos definir como”
relaciones frustradas”, dado que, por motivos de falta de entendimiento, han
derivado en una relación de enemistad teñida de un profundo dolor.
Si tuviésemos que resumir el estado más significativo que se
repite en la vida de “M”, diríamos que es el dolor.
Las creencias se alimentan del tiempo pasado. Sin el
recuerdo de ese pasado, creemos que no tendríamos existencia, no tendríamos una
identidad, y sobre todo, seríamos totalmente ignorante de todo cuanto nos
rodea. Pero esa creencia es un error. Pues, si dejamos que el pasado, ocupe el
momento de cada presente, estamos desaprovechando, la oportunidad que nos está
ofreciendo el ahora, para tomar decisiones libres de nuestro pasado, que, en
definitiva, es la razón por la cual repetimos experiencias una y otra vez. Ese
presente, nos acerca a la idea de la eternidad, pues, siempre habrá un nuevo
presente. Dicha oportunidad no es otra, que permitirnos ver las cosas de otra
manera. Es el único instante en el podemos elegir de nuevo y poner fin a
estados, no deseados, que tan sólo están en nuestro pasado y ese pasado, ya
pasó.
Si cuando analicemos nuestra vida, nos vemos identificado,
en algunos aspectos, con los de nuestro ejemplo, esto es, experimentando la
infelicidad y el dolor, os propongo, que sopeséis la posibilidad de aprovechar
la oportunidad que nos ofrece el instante presente. ¿Cómo aprovecharlo? Pues, dejando
el pasado donde está, esto es, en el pasado que ya no existe, y elegir ver las
cosas desde otro punto de vista, donde prime la creencia en que para ser felices
y vivir en paz, debemos conocer lo que realmente somos y dar aquello que
queremos recibir.
Tan solo el amor, y su expresión en la dimensión física, el perdón, nos puede llevar a ser amor y a perdonar. Siempre que elegimos perdonar, estamos perdonando nuestro pasado. El amor, siempre acompaña al instante presente, pues está libre de rencores y de miedos de nuestro pasado. Si eres amor, en casa nuevo presente de tu vida, el amor florecerá en tu existencia y experimentarás lo que es tu verdadero ser y tu verdadero estado: Paz y felicidad.
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