VI. El instante santo y las leyes de Dios (1ª parte).
1. Es imposible usar una relación a expensas de otra
sin sentir culpabilidad. 2Y es igualmente imposible condenar parte de una relación y encontrar paz
en ella. 3De acuerdo con las enseñanzas del Espíritu Santo, todas
las relaciones son compromisos totales, si bien no hay conflicto alguno entre
ellas. 4Tener absoluta fe en que cada una de ellas tiene la
capacidad de satisfacerte completamente, sólo puede proceder de una perfecta
fe en ti mismo. 5Mas no puedes tener fe en ti mismo mientras sigas
sintiendo culpabilidad. 6Y seguirás sintiendo culpabilidad mientras
aceptes la posibilidad -y la tengas en gran estima- de que puedes hacer que un
hermano sea lo que no es sólo
porque tú lo desees.
Nuestra relación, hasta ese momento, directa con Dios, nos llevó a percibir de manera distinta, el mundo que nuestros ojos hicieron realidad. Nuestra identidad inocente y divina, adquirió un nuevo ropaje, al que se le ha llamado cuerpo. Lo que era Uno, ahora se percibe como separado. La verdad, recibida de forma directa a través de nuestra comunicación con Dios, a través del vínculo de la Mente Una, pasó al olvido, y, tal y como nos narran las escrituras, el hombre cayó en un profundo sueño, del que aún no ha despertado.
La culpa ancestral se ha grabado en el genoma humano y forma parte de su inconsciente de una manera colectiva. Esa culpa tiñe toda experiencia de relación, en un intento de recuperar la pérdida de la esencia del amor con la que Dios creó a Su Hijo. La búsqueda del amor se vive como una profunda necesidad, pero ya no oímos la voz directa de nuestro Hacedor, guiando nuestros pasos. Ahora, hemos depositado nuestra confianza en otro maestro, el ego, el cual gobierna con sus leyes y normas toda nuestra existencia, la cual, está erigida sobre los falsos y débiles pilares de miedo.
2. La
razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar
el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto. 2Y así, buscas afuera lo que no se puede encontrar
afuera. 3Yo te ofrezco la perfecta fe que tengo en ti, en lugar de
todas tus dudas. 4Pero no te olvides de que la fe que tengo en todos
tus hermanos tiene que ser tan perfecta como la que tengo en ti, pues, de lo
contrario, el regalo que te hago sería limitado. 5En el instante
santo compartimos la fe que tenemos en el Hijo de Dios porque juntos
reconocemos que él es completamente digno de ella, y en nuestro aprecio de su
valía no podemos dudar de su santidad. 6Y, por lo tanto, le amamos.
El pecado, se ha convertido en la creencia más absurda en la que hemos depositado nuestra fe. Se trata de una creencia fanática que nos impide recordar lo que realmente somos. El pecado, siendo fruto de nuestra imaginación, se ha convertido en un pensamiento que nos condena eternamente a experimentar el sufrimiento y el dolor.
El pecado, genera culpa y la culpa, en un loco deseo de dejar de sentirla, nos lleva a infligirnos duros castigo, en un intento de recuperar nuestra pureza original. Pero ese modo de ver y tratar la culpa, forma parte del sistema de pensamiento del ego, el cual, no está dispuesto a que dejemos de creer en la culpa, pues de hacerlo, su existencia peligraría, por la sencilla razón, de que la culpa tan sólo se supera aplicando el amor, perdonando.
El sistema del pensamiento del ego recomienda como remedio más eficaz, el autocastigo y nos dice: ¡arrepiéntete!, y nos hace pronunciar, repetidas veces, nuestro reconocimiento de que hemos sido pecadores y que somos culpables por nuestros actos y de nuestros pensamientos pecaminosos. Para lo cual, debemos aplicarnos un duro castigo que nos haga recordar, en otras ocasiones, que debemos ser puros. Este método intenta corregir la ausencia de amor, con actos cuyo origen es el miedo.
Tomar consciencia de que hemos errado, es reconocer que el error no es pecado y que dicho error tiene corrección. En esa ecuación, no interviene para nada el pensamiento de la culpa. Si en nuestra experiencia de relación, nos hacemos conscientes de que estamos errando por falta de amor verdadero, no vamos a flagelarnos por sentirnos culpables de tal hecho. El plan de salvación que Dios ha dispuesto para Su Hijo, contempla que recorramos ese camino junto a nuestros hermanos. Si aplicamos esta verdad a nuestra experiencia de relación, veremos a la persona con la que nos relacionamos, como nuestro mejor acompañante para, juntos, andar el camino que nos llevará a la salvación. Ese acompañante, tiene un pacto de amor con nosotros y, aquello que aporte a nuestra vida, tendremos que verlo desde ese punto de vista, es decir, debemos reflexionar sobre su aportación, pues en ella veremos lo que tenemos que aprender y lo que tenemos que corregir, para alcanzar la meta perseguida, el amor verdadero.
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