martes, 1 de octubre de 2024

Capítulo 14. XI. La prueba de la verdad (3ª parte).

XI. La prueba de la verdad (3ª parte).

7. Tú no puedes ser tu propio guía hacia los milagros, pues fuiste tú el que hizo que fuesen necesarios. 2debido a ello, se te prove­yeron los medios con los que puedes contar para que se produz­can los milagros. 3El Hijo de Dios no puede inventar necesidades que Su Padre no pueda satisfacer sólo con que se dirija a Él leve­mente. 4Mas Él no puede forzar a Su Hijo a que se dirija a Él y seguir siendo Él Mismo. 5Es imposible que Dios pueda perder Su Identidad, ya que si la perdiese, tú perderías la tuya. 6Y dado que Su Identidad es la tuya, Él no puede cambiar lo que Él es, pues tu Identidad es inmutable. 7El milagro reconoce la inmutabilidad de Dios al ver a Su Hijo, como siempre ha sido, y no como lo que él quiere hacer de sí mismo. 8El milagro produce efectos que sólo la inocencia puede producir, y así, establece el hecho de que la inocencia es real.

En este punto, se nos confirma una de las características esenciales del Amor, la inmutabilidad.

Si Dios pudiese forzar a Su Hijo a que se dirija a Él, estaría alterando la esencia característica del Amor, la cual se basa en el Principio de la Libertad. Esa "interferencia", aún siendo en beneficio del Hijo, modificaría su verdadero Ser, y como consecuencia de ello, dada la Unidad que comparte con Su Padre, dicha modificación ser vería reflejada, igualmente, en Él.

Dios Conoce a Su Hijo, pues se conoce a Sí Mismo. Tan sólo aguarda que Su Hijo despierte y reconozca que todo ha sido un sueño.

8. Tú que tan aferrado estás a la culpabilidad y tan comprometido a seguir así, ¿cómo ibas a poder establecer por tu cuenta tu ino­cencia? 2Eso es imposible. 3Asegúrate, no obstante, de que estás dispuesto a reconocer que es imposible. 4Lo único que limita la dirección del Espíritu Santo es que crees que puedes estar a cargo de una pequeña parte de tu vida o que puedes lidiar con ciertos aspectos de ella por tu cuenta. 5De esta manera, quieres convertir al Espíritu Santo en alguien que no es confiable, y valerte de esta imaginaria inconfiabilidad como una excusa para ocultar de Él ciertas lecciones tenebrosas que has aprendido. 6Y al así limitar la dirección que deseas aceptar, eres incapaz de depender de los milagros para que resuelvan todos tus problemas.

La culpabilidad oscurece nuestra inocencia. Consecuente con la falsa creencia del pecado, se nos antoja imposible, vernos tal y como somos, puros e impecables. Tan sólo el camino del perdón, nos abrirá las puertas que nos permitirá gozar de la paz.

En realidad, se trata de establecer un nuevo diálogo con nuestra mente y pedirle que sintonice el canal que nos permita comunicarnos con el Espíritu Santo, pues sintonizar su frecuencia hará que la Expiación nos ilumine el verdadero camino hasta la salvación.

9. ¿Crees que el Espíritu Santo se negaría a darte lo que quiere que tú des? 2No tienes ningún problema que Él no pueda resol­ver ofreciéndote un milagro. 3Los milagros son para ti. 4todo miedo, dificultad o dolor que tengas ya ha sido des-hecho. 5Él los ha llevado todos ante la luz, al haberlos aceptado por ti y haber reconocido que nunca existieron. 6No hay ninguna lección tene­brosa que Él no haya iluminado ya por ti. 7Las lecciones que quieres enseñarte a ti mismo, Él ya las ha corregido. 8No existen en Su Mente en absoluto. 9Pues el pasado no ejerce ningún con­trol sobre Él ni sobre ti. 10Él no ve el tiempo como lo ves tú. 11Y cada milagro que te ofrece corrige el uso que haces del tiempo, y lo pone a Su servicio.

Si nuestra mente alberga el recuerdo de un pasado tintado de dolor, sufrimiento y culpa, como consecuencia de haber cometido acciones faltas de amor, no podremos evitar que cada nuevo día de nuestra vida, ese dolor y sufrimiento sea revivido, aportándonos un profundo pesar e impidiéndonos que gocemos de un instante de paz.

¿Qué nos impide superar ese pasado? ¿Qué nos impide dejar de sufrir? 

La respuesta, no es otra que nuestra negativa a dejar el pasado donde está, es decir, a dejar de hacerlo real en nuestro presente, pues ese pasado, ya pasó, y cada presente, es una nueva oportunidad para sanarlo.

Tan sólo el perdón puede llevarnos a la liberación de las culpas que nos oprimen por acciones pasadas. El perdón bien aplicado empieza por uno mismo, pues no podemos dar lo que no tenemos. En verdad, cuando nos personamos a nosotros mismos, también perdonamos a los demás, pues la separación tan sólo existe en nuestra mente y no es real.

Miremos, en cada presente, con ojos nuevos, y allí donde antes veíamos culpa, veamos ahora, inocencia. El fruto que obtendremos será la paz.

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