miércoles, 19 de febrero de 2025

Capítulo 18. VII. No tengo que hacer nada (1ª parte).

VII. No tengo que hacer nada (1ª parte).

1. Tienes todavía demasiada fe en el cuerpo como fuente de for­taleza. 2¿Qué planes haces que de algún modo no sean para su comodidad, protección o disfrute? 3De acuerdo con tu interpreta­ción, esto hace del cuerpo un fin y no un medio, lo cual siempre quiere decir que todavía te atrae el pecado. 4Nadie que aún acepte el pecado como su objetivo, puede aceptar la Expiación. 5Por lo tanto, todavía no has aceptado tu única responsabilidad. 6Aquellos que prefieren el dolor y la destrucción no le dan la bienvenida a la Expiación.

Estamos tan identificados con el cuerpo que le damos plena autonomía para convertirlo en la causa de todas nuestras iniciativas y convertirlo en el máximo responsable a la hora de lograr satisfacer nuestros sentidos. Lo que hemos hecho, al pensar de este modo, es otorgarle una función que no tiene, la de crear. 

El cuerpo no es una causa, sino un efecto. Y en su condición de efecto no es real, pues la causa que lo ha originado es un pensamiento erróneo e ilusorio. El pensamiento errado no existe realmente salvo que nuestra mente lo considere real, dando lugar a efectos que, ilusoriamente, son reales, como esos efectos que producen los ilusionistas llevándonos a ver lo que no existe.

Convencer al cuerpo de que no es real requiere un profundo cambio en nuestra manera de pensar. Exige que desaprendamos lo aprendido y que, en su lugar, permitamos que la Expiación corrija nuestros errores mentales. 

Creer que el cuerpo es el símbolo del pecado es creer en la separación. Mientras que nuestros pensamientos nos lleven a vernos separados de los demás, estaremos dando prioridad al cuerpo y a las relaciones especiales, las cuales se "alimentan" de la culpa y el miedo.

2. Hay algo que nunca has hecho: jamás te has olvidado comple­tamente del cuerpo. 2Quizá alguna que otra vez lo hayas perdido de vista, pero nunca ha desaparecido del todo. 3No se te pide que dejes que eso ocurra por más de un instante; sin embargo, en ese instante es cuando se produce el milagro de la Expiación. 4Des­pués verás el cuerpo de nuevo, pero nunca como lo veías antes. 5Y cada instante que pases sin ser consciente de tu cuerpo te pro­porcionará una perspectiva diferente de él cuando regreses.

Dejar de ver el cuerpo como un fin, como un objetivo, nos ayudará a verlo de otra manera. Utilizarlo como un medio para alcanzar la relación santa nos abrirá la mente para servir a la Expiación. Nuestra voluntad dejará de perseguir la satisfacción de los sentidos físicos y en su lugar se pondrá al servicio del Amor, el cual propiciará la presencia del instante santo que nos elevará hasta la visión del Cielo, símbolo de la Unicidad.

3. No hay ni un solo instante en el que el cuerpo exista en abso­luto. 2Es siempre algo que se recuerda o se prevé, pero nunca se puede tener una experiencia de él ahora mismo. 3Sólo su pasado y su futuro hacen que parezca real. 4El tiempo lo controla entera­mente, pues el pecado nunca se encuentra totalmente en el pre­sente. 5En cualquier momento que desees podrías experimentar la atracción de la culpabilidad como dolor, y, por lo tanto, evita­rías sucumbir a ella. 6La culpabilidad no ejerce ninguna atracción en el ahora. 7Toda su atracción es imaginaria, y así, es algo en lo que se piensa en conexión con el pasado o con el futuro.

Como veíamos en el punto anterior, el cuerpo es el efecto de un pensamiento errado y, por lo tanto, es irreal. Esa visión nos ha llevado a identificarnos con lo que no es verdad y nos ha llevado a interpretar que el cuerpo es fruto del pecado, pues es la consecuencia de la acción transgresora que propició que Dios nos expulsara del Paraíso.

Tan solo en el ahora, libre del pasado y del futuro, nuestra mente puede desvincularse del tiempo y conectar con la Fuente de la Verdad, la que emana de la Esencia de nuestro Creador. En ese instante nuestra voluntad se hace una con la Voluntad de Dios, lo que significa que la visión basada en la separación se diluye dando paso a la Visión Crítica de la Unidad.

4. Es imposible aceptar el instante santo sin reservas a no ser que estés dispuesto, aunque sólo sea por un instante, a no ver el pasado ni el futuro. 2No te puedes preparar para él sin ubicarlo en el futuro. 3La liberación se te concede en el instante en que la desees. 4Son muchos los que se han pasado toda una vida prepa­rándose y ciertamente han tenido sus momentos de éxito. 5Este curso no pretende enseñar más de lo que ellos aprendieron en el tiempo, pero sí se propone ahorrar tiempo. 6Tal vez estés tra­tando de seguir un camino muy largo hacia el objetivo que has aceptado. 7Es extremadamente difícil alcanzar la Expiación luchando contra el pecado. 8Son muchos los esfuerzos que se lle­van a cabo tratando de hacer santo aquello que se odia y se abo­rrece. 9No es necesario tampoco que dediques toda tu vida a la contemplación, ni que te pases largos períodos de tiempo medi­tando con objeto de romper tu atadura al cuerpo. 10Todos esos intentos tendrán éxito a la larga debido a su propósito. 11Pero los medios son tediosos y requieren mucho tiempo, pues todos ven la liberación de la condición actual de insuficiencia y falta de valor en el futuro.

Cuando el Maestro Jesús nos refiere que debemos "ser como niños para entrar en el reino de los cielos", nos enseña a ver de forma real la función del tiempo, es decir, nos enseña a expresar la inocencia del niño, la pureza de su mente, en el presente, en el ahora, libre de las limitaciones del pasado.

¿Nos parece mucho un instante? Esa fusión de voluntades unidas en una misma visión de amor será suficiente para que se abran las puertas que nos conducirán a la salvación. 

Este punto nos muestra cómo podemos utilizar el tiempo para que nos demoremos el encuentro con el instante santo. Si decidimos continuar viendo el cuerpo como la fuente del pecado, es decir, si decidimos verlo como un fin y no como un medio, continuaremos utilizando para alcanzar la purificación del mismo, sometiéndolo a un proceso de expiación que requerirá mucho tiempo y dolor.

Busquemos al que camina a nuestro lado. Miremoslo y digámosle: "Te amo y te bendigo". "Nuestras mentes son una y permanecen eternamente unidas a la Fuente de nuestro Creador". "Caminemos juntos hacia Él".

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