lunes, 3 de marzo de 2025

Capítulo 18. IX. Los dos mundos (3ª parte).

IX. Los dos mundos (3ª parte).

7. Pero en ese banco de nubes es fácil ver todo un mundo. 2Las cordilleras, los lagos y las ciudades que ves, son todos producto de tu imaginación; y desde las nubes, los mensajeros de tu per­cepción regresan a ti, asegurándote que todo eso se encuentra allí. 3Se destacan figuras que se mueven de un lado a otro, las acciones parecen reales, y aparecen formas que pasan de lo bello a lo grotesco. 4Y esto se repite una y otra vez, mientras quieras seguir jugando el juego infantil de pretender ser otra cosa. 5Sin embargo, por mucho que quieras jugar ese juego, e inde­pendientemente de cuánta imaginación emplees, no lo confundes con el mundo que le subyace ni intentas hacer que sea real.

La mente que dirige el poder de la voluntad en dirección a lo insustancial, es decir, que confunde la realidad con la ilusión, la eternidad con la temporalidad, nos muestra una visión de la realidad distorsionada por la percepción. 

La mente que sirve al amor y a la unidad crea desde la verdad y la eternidad. El Conocimiento que comparte con Su Creador le lleva a crear desde la perfección. En cambio, cuando la mente está ausente de amor, sus creaciones son efímeras dada la condición de lo perecedero a la que está sujeta la percepción temporal. 

Este punto nos deja claro que el mundo que percibimos en la dimensión temporal no es el mundo real en el que nuestro Ser Espiritual tiene su Hogar, el cual comparte con Dios y con el resto de la Filiación. Ese mundo de formas no puede ser interpretado como nuestra verdadera identidad, sino como las fabricaciones de pensamientos emanados desde la creencia en un mundo donde rigen las leyes de la separación.

8Asimismo debería ser con las tenebrosas nubes de la culpabili­dad, las cuales son igualmente vaporosas e insubstanciales. 2No te pueden magullar al atravesarlas. 3Deja que tu Guía te muestre su naturaleza insustancial a medida que te conduce más allá de ellas, pues debajo de ellas hay un mundo de luz sobre el que esas nubes no arrojan sombras. 4Sus sombras sólo nublan el mundo que se encuentra más allá de ellas, el cual está aún más alejado de la luz. 5Sin embargo, no pueden arrojar sombras sobre la luz.

Si en nuestra mente damos cobijo al pensamiento de la culpa, ese pensamiento lo proyectaremos al exterior y juzgaremos al mundo desde esa creencia corrosiva. La culpa, así como el miedo, se extiende como una nube que impide penetrar la luz en nuestra conciencia. Creer en la culpa es vernos como seres separados unos de otros, así como vernos separados de nuestra verdadera Fuente, de Dios.

Conocer el origen de la culpa, conocer su identidad ilusoria, conocer la fragilidad de su creencia, nos permitirá corregir ese magno error con el que estamos tan identificados. Pongámonos en manos del Espíritu Santo y, desde Su Expiación, todas las nubes quedarán disipadas y ello nos permitirá fundirnos en la luz de la comprensión, que nos permitirá despertar del sueño en el que hemos creído olvidar lo que somos: el Hijo de Dios.

9. Este mundo de luz, este círculo de luminosidad es el mundo real, donde la culpabilidad se topa con el perdón. 2Ahí el mundo exterior se ve con ojos nuevos, libre de toda sombra de culpabili­dad. 3Aquí te encuentras perdonado, pues aquí has perdonado a todo el mundo. 4He aquí la nueva percepción donde todo es luminoso y brilla con inocencia, donde todo ha sido purificado en las aguas del perdón y se encuentra libre de cualquier pensa­miento maligno que jamás hayas proyectado sobre él. 5Ahí no se ataca al Hijo de Dios, y a ti se te da la bienvenida. 6Ahí se encuen­tra tu inocencia, esperando para envolverte, protegerte y prepa­rarte para el paso final de tu viaje interno. 7Ahí se dejan de lado los sombríos y pesados cortinajes de la culpabilidad, los cuales quedan dulcemente reemplazados por la pureza y el amor.

La luz es el símbolo de la comprensión, mientras que la oscuridad simboliza la ignorancia y el error. La luz es, igualmente, el símbolo del amor, mientras que la oscuridad es el símbolo del miedo.

La verdadera visión no es una acción de los ojos físicos, sino de la mente. La verdadera visión no es un gesto externo, sino el efecto de dirigir nuestra atención al mundo interior, donde la mente nos muestra la causa de todo lo creado.

El mundo real es la percepción sublimada, esto es, la percepción verdadera, la cual comprende que nada temporal es real; que nada real puede responder a la creencia en la separación.

Cuando miremos el mundo que nos rodea, miremos nuestro interior, pues tan solo en nuestra naturaleza interna descubriremos la luz que nos mostrará la verdad que somos, la verdad de que formamos parte uno con el resto de la Filiación.

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