miércoles, 24 de julio de 2024

Capítulo 13. III. El miedo a la redención (1ª parte).

III. El miedo a la redención (1ª parte).

 

1.  Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. 2Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo desvanecerlo, sin que tú tuvieses necesidad de traerlo a la conciencia. 3Hay, no obs­tante, un obstáculo adicional que has interpuesto entre la Expia­ción y tú. 4Hemos dicho que nadie toleraría el miedo si lo reconociese. 5Pero en tu trastornado estado mental no le tienes miedo al miedo. 6No te gusta, pero tu deseo de atacar no es lo que realmente te asusta. 7Tu hostilidad no te perturba seriamente. 8La mantienes oculta porque tienes aún más miedo de lo que encubre. 9Podrías examinar incluso la piedra angular más tenebrosa del ego sin miedo si no creyeses que, sin el ego, encontrarías dentro de ti algo de lo que todavía tienes más miedo. 10No es de la crucifi­xión de lo que realmente tienes miedo. 11Lo que verdaderamente te aterra es la redención. 

¿Por qué nos aterra la redención? Ya hemos visto en el apartado II, como la identificación del Hijo de Dios con el ego puede convertirse en un obstáculo para recordar nuestra verdadera identidad. Al desconectarse de la Fuente directa del conocimiento, la mente ha elegido ver una realidad diferente la cual le ha llevado a la creencia de que es la causa de su propia creación. Ese estado, al que se le ha llamado “sueño”, mantiene a la mente prisionera de su propia oscuridad, sin saber que está en posesión de la llave que ha de liberarla de tal estado.

Para el sistema de pensamiento del ego, con el cual nos encontramos identificados, el miedo, la culpa, el ataque, la separación, son sus pilares más sólidos y sobre los cuales se encuentra levantado su hogar, el cuerpo. El ego no siente miedo del miedo, sino del amor. La redención es la llave que abre los barrotes de la celda en la que nos encontramos privados de la libertad; es la luz que disipa la oscuridad que percibimos en nuestras pesadillas. La redención no puede ser aceptada por el ego, pues el ego es hijo de la culpa, y, si ésta desaparece, desaparecería el ego, igualmente. 

2. Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y de eso es de lo que realmente tienes miedo. 2Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te corresponde estar, del cual te has querido marchar. 3El miedo al ataque no es nada en comparación con el miedo que le tienes al amor. 4Estarías dispuesto incluso a examinar tu salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría salvar del amor. 5Pues éste deseo causó la separación, y lo has protegido porque no quie­res que ésta cese. 6Te das cuenta de que al despejar la tenebrosa nube que lo oculta el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su llamada y a llegar al Cielo de un salto. 7Crees que el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. 8Pues subya­cente a los cimientos del ego, y mucho más fuerte de lo que éste jamás pueda ser, se encuentra tu intenso y ardiente amor por Dios, y el Suyo por ti. 9Esto es lo que realmente quieres ocultar. 

La redención abrirá nuestros ojos y nos permitirá ver que el mundo del ego no es nada. Nos permitirá despertar de la pesadilla de nuestros sueños y reconocer que somos los soñadores y, como tal, podemos elegir tener sueños felices. La redención nos permitirá reconocer como el Hijo de Dios y que formamos la santa Filiación unidos al Padre por nuestra condición de Amor. 

3. Honestamente, ¿no te es más difícil decir "te quiero” que "te odio"? 2Asocias el amor con la debilidad y el odio con la fuerza, y te parece que tu verdadero poder es realmente tu debilidad. 3Pues no podrías dejar de responder jubilosamente a la llamada del amor si la oyeses, y el mundo que creíste haber construido desaparecería. 4El Espíritu Santo, pues, parece estar atacando tu fuerza, ya que tú prefieres excluir a Dios. aMas Su Voluntad no es ser excluido. 

El verdadero Amor no lo ve el ego. El sistema de pensamiento del ego confunde ese Amor con el deseo que despierta la atracción física y con la atracción que despierta la simpatía de compartir ideas, las cuales son filtradas por el colador del juicio, separando todo aquello que no está en sintonía con nuestros pensamientos. Ese tipo de amor, da lugar a las relaciones especiales, las cuales están condicionadas por el pensamiento de la culpa. Este tipo de relaciones responden a la atracción por compensar carencias inconscientes que subyacen en nuestra mente. Cuando el amor del ego se enfrenta al miedo, tratará por todos los medios de protegerse de ese sentimiento, es entonces, cuando ese amor da lugar a la posesión y al sentimiento de propiedad: “tú me perteneces porque te amo”.

El ego, al no ver el verdadero Amor, lo asocia con la debilidad, y a la hora de elegir, se decanta por aquello que le hace sentir fortaleza, como el ataque y el egoísmo. 

4. Has construido todo tu demente sistema de pensamiento por­que crees que estarías desamparado en Presencia de Dios, y quie­res salvarte de Su Amor porque crees que éste te aniquilaría. 2Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza en el ataque. 3Crees haber construido un mundo que Dios quiere destruir, y que amando a Dios -y ciertamente lo amas- desecharías ese mundo, lo cual es, sin duda, lo que harías. 4Te has valido del mundo, por lo tanto, para encubrir tu amor, y cuanto más profundamente te adentras en los tenebro­sos cimientos del ego, más te acercas al Amor que yace allí oculto. 5Y eso es lo que realmente te asusta. 

Si analizamos el peculiar sistema de pensamiento del ego, la confusión que gobierna su mente le lleva a manifestarse de forma contradictorias, aunque en el fondo, la causa es la misma, la ausencia de amor. En este sentido, nos encontramos a los que niegan la existencia de Dios, alegando que ningún “dios” podría crear un mundo cruel para sus hijos. También nos encontramos, a los que sí creen en Dios, y lo utilizan como benefactor para conseguir los intereses egoístas que los mueven. Son los que invocan la ayuda de “dios” para ganar sus batallas, sus contiendas. Por otro lado, se encuentran los que por su devoción se consideran los fieles “mensajeros” de la divinidad, y en nombre del “amor” exigen y practican severos sacrificios en respuesta a sus sentimientos de culpa por ser pecadores.

Todos ellos, comparten el mismo error: la ausencia del verdadero Amor. 

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